El lenguaje es poder. ¿A quién deben representar los textos oficiales en una democracia? La respuesta no es fácil y en Francia tenemos la prueba. El Gobierno de Macron ha vetado oficialmente de las escuelas el punto mediano, un signo ortográfico que se usa en francés para añadir un sufijo femenino a un nombre masculino, para que así recoja ambos géneros. Por ejemplo, tou·te·s, que sería el equivalente del paréntesis o la arroba en castellano (todos/as, tod@s). El Elíseo lleva desde 2017 en contra de este signo porque cree que incordia más que ayuda, pero no se opone a otros avances como feminizar, por ejemplo, los oficios o los cargos. Es un tema interesantísimo, aunque enseguida lo han secuestrado dos extremos muy minoritarios que se caricaturizan mutuamente: ofendidos frente a reaccionarios.
Esto solo muestra tres cosas: argumentar no vende, las redes premian al que polariza y, por último, el lenguaje inclusivo abarca muchas cosas que no tienen que ver con la lingüística. Por ejemplo, el aprendizaje de personas con necesidades especiales o la identidad nacional. Es difícil abordar el tema sin caer en las batallas identitarias. Y estas son como las escaleras interminables de Escher, porque llega un momento en que no sabemos hacia dónde vamos: ¿Quién se beneficia de que las cosas cambien o permanezcan? ¿Un sentimiento de exclusión o de agravio es un hecho objetivo? ¿Nos estamos tragando el sapo del puritanismo estadounidense? ¿O el de los que van de desilusionados con la izquierda y viven de ridiculizarla?
El escritor Raphaël Enthoven, comentarista habitual en los medios y parte de esa élite llamada izquierda caviar, compara el lenguaje inclusivo con el neolenguaje de 1984, de Orwell: “Al purgar la lengua, lo que se lava es el cerebro”. Hace tres años él mismo llamó a los votantes de la derecha en Francia a deconstruirse y entender que avances sociales como la eutanasia o el matrimonio gay no tenían vuelta atrás. El lenguaje tampoco, aunque lo suyo es debatir sobre la velocidad a la que tienen que producirse los cambios.
Parece que no hay tiempo de plantear de manera honesta hasta qué punto las administraciones tienen que presionar artificialmente en el lenguaje. O si el masculino debe tener el valor neutro en el siglo XXI. Incluso cabe preguntarse si la Academia francesa, que considera el punto mediano “una aberración”, está protegiendo o ahogando las esencias. Bernard Pivot, una institución que durante décadas acercó los libros y la ortografía a la gente en televisión, cree que la decadencia del francés se debe sobre todo a que está infestado de palabras en inglés.
Con variaciones, lo anterior afecta a otras lenguas como el castellano. Va a ser difícil que los gobiernos se ocupen de lo que viene, como programar una inteligencia artificial ética y sin sesgos, sin haber resuelto lo anterior. @anafuentesf