Quizá tenían una conversación pendiente. Quizá era lo único que le quedaba por hacer: viajar a Chipiona y decirle a su madre que ha dado el paso, que lo ha contado todo y ya no tiene miedo. Encontrarse con ella no era fácil, pero sí necesario; y con ella despedirá la serie documental que narra sus últimos 20 años. Rocío Carrasco ha confesado a la audiencia que contar su experiencia, el sufrimiento que ha padecido y cuán maltratada se ha sentido en los últimos 20 años por el padre de sus hijos, separada de ellos, aislada y anulada, le ha quitado un peso inmenso que le oprimía el pecho. Su testimonio, con episodios desgarradores, han marcado el inicio de una nueva etapa en su vida, tras aquella noche en la que se acostó deseando no despertar y se agarró a una sobre ingesta de fármacos en agosto de hace ya dos años. Quiere vivir, pero de otra manera; otra vida, la que le queda por delante; sin miedo ni silencios que solo llevan a la autodestrucción mientras la persona que considera su verdugo saca partido a su máxima de proteger a sus hijos, aunque el precio sea perderlos. Así, de primeras, no se entiende. Con las gafas de Rocío Carrasco, lo ves. Si no, es imposible. Es aquello de “A quien juzgue mi camino, le presto mis zapatos”. Durante 12 semanas ha contado su terrible experiencia de vida junto a Antonio David Flores y ha tenido presente a su madre en cada episodio: su música, sus canciones; esa sortija en su dedo corazón; su niñez, sus decisiones, sus diferencias… Sus recuerdos.
Todo se derrumbó, mucho más, el día en el que ella se fue. Quince años de su muerte y del caos familiar. Rocío Carrasco despedía a su madre, Rocío Jurado, la madrugada del 31 al 1 de junio de 2006 en la casa de la artista en la urbanización madrileña La Moraleja. Llevaba varios días en coma y de madrugada, sobre las 5, dejó de respirar. Acurrucada, Rocío hija se acostó junto a ella y el imposible deseo de que lo que acababa de ocurrir no fuera cierto. Habían sido casi dos meses de agonía desde que aquel 28 de abril llegara a su casa para descansar, cuando la medicina ya nada podía hacer. En una habitación medicalizada, y atendida las 24 horas por un ángel de enfermera, la Jurado se despidió de los suyos para siempre. Su corazón dejó de latir. Fue marcharse y comenzar el derrumbe de la familia. Vivían para, por y de la Jurado. A su lado no les faltaba de nada. Sin ella les faltó todo y nada de tiempo para que el cisma estallara. Su generosa herencia los envenenó. Se acordó de todos y dejó como heredera universal a su hija mayor, Rocío. Los adultos nunca lo encajaron bien, quizá porque alguno esperaba más o pensaba que no legaría cómo lo hizo. Quizá. Sus hijos menores, Gloria Camila y José Fernando, aún muy pequeños, la lloraron mucho. La familia, desde aquel momento, dejó de existir como tal. Cada uno a lo suyo, ya sin la matriarca velando por todos. Lo peor estaba por llegar. Un desequilibrio en el tercio de legitima obligó a un reajuste que compensaron con la finca “Los Naranjos”, en Chipiona, que le correspondía inicialmente a Gloria y a Amador, dividiéndola en 3 partes más, una para cada uno de los hijos. Desacuerdo en las tasaciones y enfrentamiento consumado. Rocío llegó a un acuerdo con Ortega Cano, que entonces velaba por los intereses de sus hijos, menores de edad, y solucionaron in extremis el asunto. Pero con todo y con eso, las ambiciones ya habían tocado corazones. Si antes su sobrina era la niña de su hermana Rocío a la que querían y con la que tenían relación, tras el último encuentro en la notaria, los afectos se mandaron muy lejos. A las claras, Rocío llamaba “sinvergüenzas” a sus tíos Gloria y José Antonio. Le fallaban en lo esencial, eso que no se ve, pero se siente. Con Amador mantendría trato algunos años más. Fue clave en la negociación de su tío con el banco para salvar la nave industrial que heredó de su hermana. Recuerdo perfectamente cuando lo llamé para contrastar aquel acuerdo con su sobrina y cómo me rogó lo mantuviera, digamos, en secreto. Ya ha prescrito.
Las disputas por la herencia fueron la razón para ponerse en contra de Rocío. Desapareció el trato y el cariño que le profesaban en vida de la Jurado. Comenzaron las intrigas y se unieron a Flores, el hombre que más la dañaba. Ella como enemigo común, usando como escudo a sus hijos.
Tras poner en evidencia en la serie al marido de su tía Gloria, José Antonio, al único que detalló cómo la trataba realmente el padre de sus hijos, la reacción de su tío lo retrata, en mi opinión. Lo niega todo, hasta su sufrimiento. Manual del perfecto machista ¡Cómo reconocer que lo sabía y no hizo nada!
Rocío cierra la serie documental con la esperanza de que algún día se juzgue todo el mal que Antonio David Flores le ha hecho, según su propio testimonio. Sabe que le queda mucho camino por andar, pero también que no está sola, aunque desgraciadamente le falten sus hijos. Y ha ido a Chipiona. Tenía que hablarlo con su madre.
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