Conil de la Frontera es un poco de Atlántico, otro poco de almadraba, una pizca de levante y un sinfín de paredes encaladas que reflectan la característica luz de este rincón gaditano. Nació cuando, a finales del siglo XIII, el rey Sancho IV de Castilla dio el permiso a don Alonso Pérez de Guzmán para capturar atunes en la zona y se creó la primera almadraba. Bajo la protección de esta tradicional técnica de pesca se fue construyendo un laberinto de calles alrededor del antiguo castillo, de la misma forma que los pescadores trazan una maraña de redes para atrapar a estos plateados peces. Y al igual que la impresionante levantá de la almadraba se hace exclusivamente con la fuerza del hombre, Conil se alzó gracias a la persistencia de la misma gente del mar. Hoy ese mismo mar la ha transformado en una localidad de unos 23.000 habitantes, con afluencia turística gracias a sus interminables playas, la sugerente gastronomía local y esa esencia de pueblo de pescadores que aún conserva.
9.00. Churros para llevar
Los churros de La Chana (calle de Pascual Junquera, 5) (1) son casi una institución en Conil desde que la abuela de la actual Chana empezase a hacerlos en un pequeño puesto en 1945. Eso sí, son para llevar, por lo que hay que degustarlos paseando. Si se quiere algo con mayor variedad, a pocos metros se encuentra La Desayunería de Floren (Pascual Junquera, 13) (2), donde triunfan sus variadas tostadas y se puede elegir entre menús veganos, sin gluten, así como opciones dulces o saladas.
10.00. Homenaje a Saramago
Toca adentrarse en la esencia del lugar; el olor a mar, las fachadas blancas y las calles llenas de geranios, claveles y buganvillas. La mejor forma de hacerlo es por la Puerta de la Villa (3), antiguamente llamada Puerta de Vejer ya que desde allí se iniciaba el camino al pueblo vecino. Es la única de las cuatro entradas de la antigua muralla que aún se conserva, aunque con modificaciones sobre su aspecto original. Al cruzarla se entra en la plaza de España, donde aguarda, sentado en un banco de piedra, el peculiar homenaje al escritor portugués José Saramago, representado en una estatua de bronce que lee a un niño las siguientes líneas: “A ustedes los jóvenes les toca el deber, la responsabilidad y, por qué no decirlo, la gloria de llevar a la humanidad a la felicidad”.
Si se continúa bajando, dejándose llevar por el olor a salitre, se llega a la plaza de Santa Catalina (4), que fue en su día plaza Mayor y donde ahora se acumulan los encantos. A un lado, una impoluta pared cubierta de maceteros; enfrente, la iglesia homónima, y cerrando la plaza, la torre de Guzmán. La iglesia de Santa Catalina (5), reconvertida en centro cultural, ha sufrido diversas remodelaciones desde que se levantase en el siglo XV y poco queda de la original. Lo contrario que sucede con su vecina, la torre de Guzmán, origen y núcleo de Conil; tanto es así que durante una época el monumento dio nombre al pueblo. Cuando se construyó, en el siglo XIII, esta torre de piedra arenisca formaba parte del castillo de Guzmán el Bueno, que servía tanto para defender la villa como para vigilar la almadraba. Hoy, desde lo alto, ofrece una de las mejores panorámicas de la localidad.
12.00. Memoria marinera
14.00. ¡Cocina a la vista!
Tanto mencionar el atún y a esta hora aún sin probarlo. Para resolverlo, Cooking Almadraba (7), en la plaza de Blas Infante, cumple más que de sobra con lo que su sugerente nombre promete. Con la cocina a la vista del público, quiere dar un paso más allá en lo que al atún se refiere. Otro especialista en atún, aunque tampoco descuida las típicas carnes de retinto de la zona, es El Roqueo (8), que distingue entre restaurante, mirador y chiringuito, todos rivalizando en vistas sobre la playa homónima.
16.00. Un helado frente al mar
Llega el momento de la cita con el Atlántico que tanto ha marcado la historia de Conil. La mejor manera de encontrarse con él es recorriendo las playas de la localidad, desde la más salvaje de Castilnovo (9), donde destaca su torre vigía y sus casi tres kilómetros de largo, hasta, tras cruzar el río Salado, la más extensa y urbana de todas, Los Bateles (10); la pequeña playa del Roqueo (11), el familiar arenal de la Fontanilla (12) y la acogedora playa de Fuente del Gallo (13), a tres kilómetros del centro. Si el paseo abre el apetito o el calor aprieta, nada como un cremoso helado de La Delizia (edificio San Carlos, 2, avenida de la Playa) (14).
19.00. Ocasos al natural
A unos ocho kilómetros de Conil se encuentran las calas de Roche (15): seis recónditas ensenadas en las que resguardarse si se despierta el levante y que se pueden recorrer de la primera a la última si se aprovecha la marea baja. Además de ofrecer un deseado entorno para nudistas y buscadores de una pedregosa intimidad entre los quiebros de rocas y acantilados, son un magnífico escenario en el que dejarse maravillar por uno de los mejores atardeceres de la zona.
22.00. Cena en el puerto
Se pueden aprovechar después los últimos retazos de luz del día para contemplar la vista que regala el faro de Roche (16), acorralado entre la inmensidad del océano Atlántico y una vasta extensión de pinares. Bajo esta atalaya que encendió su linterna en 1986 se encuentra El Náutico (600 21 19 15) (17), con una excelente carta de pescados y una situación privilegiada en el mismo puerto. Esencia pura de Conil de la Frontera.
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