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Amazon pidió a Jeremy Clarkson que metiese “mucha diversidad” (sic) en su serie, y el presentador honró su compromiso filmando una subasta agrícola: “Creo que vamos bien, porque si os fijáis, aquí hay todo tipo de hombres blancos de 60 años”. Así se resume La granja de Clarkson, tal vez la única producción de 2021 que bracea contracorriente de todo aquello que define el espíritu de los tiempos, desde el feminismo hasta el activismo trans pasando por el ecologismo y prácticamente por cualquier ismo que aspire a mejorar un poquito el mundo.
Clarkson es un reputadísimo gañán que fue despedido del programa para gañanes que presentaba (Top Gear, la versión televisiva de Forocoches que demuestra que la BBC también sabe emitir gases tóxicos) por zurrarle a un productor. Uso gañán en segunda acepción (hombre fuerte y rudo) porque en esta serie, Clarkson aspira a ser un gañán en primera acepción (mozo de labranza). La trama es simple y ya la hemos visto muchas veces: señor de ciudad se hace agricultor y descubre la dureza y complejidad de la vida campesina, con cómicos resultados y anticipando una moraleja redentora.
Los resultados cómicos dependen aquí de la gracia que te haga ver cómo este individuo rompe tractores y destroza sembrados ante la mirada escandalizada de los campesinos de la comarca. La redención, por suerte, no ha lugar. Clarkson termina tan bruto como empieza. No sería creíble otra cosa.
Lo hermoso del programa es que los agricultores británicos, esos hombres blancos de 60 años culpables de todos los males de la sociedad, empezando por el Brexit, salen muy guapos. Al lado de las barrabasadas de Clarkson, son un ejemplo de sostenibilidad, ecologismo, solidaridad, delicadeza, respeto a los animales y comprensión profunda del alma humana. Para apreciar el brillo de los demás, a veces basta con ponerles al lado un monigote fanfarrón.
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