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A partir del sábado 26 de junio el uso de la mascarilla dejará de ser obligatorio en los espacios abiertos en los que se pueda mantener la distancia de seguridad. Es un primer paso hacia una normalidad sin adjetivos que permita recuperar la plena interacción social. Ninguna otra medida ha simbolizado mejor que la mascarilla el peligro que representaba el virus. En los 13 meses de uso obligatorio en los que ha formado parte del paisaje cotidiano de los españoles, es la única medida que se ha mantenido inalterable. Las restricciones a la movilidad y otras medidas de contención han ido modificándose conforme evolucionaban los datos de incidencia de las sucesivas olas. Pese a las dudas iniciales, en cuanto se garantizó la disponibilidad, la mascarilla se reveló como un instrumento decisivo para la contención de la pandemia.
Ahora dos factores permiten relajar su uso: el avance de la vacunación y la caída de la incidencia. Casi 14 millones de personas han recibido la pauta completa y las franjas de población más vulnerables están ya protegidas. Los nuevos contagios han caído esta semana por debajo de 100 casos por 100.000 habitantes en 14 días de media en España, mientras el número de muertes y de ingresos hospitalarios se ha desplomado. No parece por tanto, que la relajación en el uso de la mascarilla pueda representar un peligro. Entre los grandes países de Europa, solo España, Italia y Grecia mantenían la obligatoriedad después de que Francia la levantara el jueves.
Es importante recordar, sin embargo, que hay que seguir utilizándola en los espacios muy concurridos y cada vez que se acceda al interior de los establecimientos públicos. Si no es obligatoria en la calle será más fácil olvidar ponérsela al entrar en lugares cerrados. Es preciso, por tanto, insistir en ello con campañas de información y de vigilancia. Hay que recordar que el 90% de los contagios se producen en interiores y que el riesgo de nuevos rebrotes no ha desaparecido. Así lo advertía la oficina europea de la OMS la semana pasada. Las vacunas previenen la posibilidad de desarrollar una covid grave, pero no impiden infectarse y transmitir el virus, con el consiguiente peligro para las personas no vacunadas.
El mayor peligro ahora es la llegada de la variante delta, que es mucho más transmisible y también provoca una enfermedad más grave. Hasta que no se alcance la inmunidad de rebaño, y con las nuevas variantes será preciso tener más del 70% de la población vacunada para lograrlo, no se podrá bajar la guardia. Mientras tanto, bienvenidas sean las medidas de relajación, siempre que quede claro que hay que seguir protegiendo a los que no están vacunados y que habrá que estar dispuestos a nuevas restricciones a la mínima señal de peligro.
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