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La regresión que vive Turquía ha alcanzado un nuevo y trascendental hito con su retirada del Convenio de Estambul, el marco internacional de lucha contra la violencia de género que nació hace solo diez años precisamente en su territorio. El propio presidente Recep Tayyip Erdogan, que lo firmó en 2011 cuando era primer ministro, convirtiendo a su país en el primero en hacerlo y en adalid del mundo islámico en un combate al que se sumaron la UE como institución y más de cuarenta países, ha optado diez años después por el camino de salida. La presión de grupos ultraconservadores, de influencia creciente en una Turquía cada vez más replegada sobre sí misma frente a la vocación europeísta que llegó a exhibir, ha resultado clave.
El Convenio de Estambul, al que España se sumó en 2014, ha sido el marco jurídico internacional promovido por el Consejo de Europa para legislar de forma homogénea contra la violencia de género. Como tratado, ha generado cambios legales en numerosos países y obliga a los firmantes a luchar contra la discriminación de la mujer, por su protección física, por su empoderamiento y por la igualdad real en cada sociedad. Palabras que una Turquía entonces laica abanderaba hace una década y que hoy son interpretadas, según el propio Erdogan, como un desafío a los valores familiares tradicionales del país al haber sido “secuestrada por quienes quieren normalizar la homosexualidad”.
La salida de este acuerdo fue anunciada en marzo, condenada por Joe Biden, por figuras europeas como Josep Borrell o Ursula von der Leyen y numerosas organizaciones de derechos humanos, y recurrida por grupos activistas que consideraban ilegal que el presidente forzara la salida de un tratado internacional mediante un decreto. Finalmente, el Consejo de Estado de Turquía la hizo efectiva la semana pasada, pero con una ajustada votación de tres votos a favor y dos en contra, que revela la contestación interior. De inmediato se desataron protestas de miles de mujeres en ciudades de todo el país que encontraron una férrea resistencia policial. La retirada del tratado se suma a los pasos crecientes que está adoptando el país en su deriva autoritaria. EE UU acaba de incluir a Turquía (por primera vez, un país de la OTAN) en la lista de países que ha permitido niños soldado en el último año. Lo ocurrido, en última instancia, acompaña un retroceso en la protección de la mujer que ha quedado en evidencia en la pandemia, cuando la violencia de género ha adquirido nueva virulencia en un contexto de mayor control por parte de los maltratadores. La decisión de Erdogan no atañe, por tanto, solamente a las mujeres de Turquía, sino a una causa esencial en todo el mundo.
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