Unos espeleólogos valencianos se lanzaron en el verano de 2018 a explorar la torca Topinoria, una sima de 180 metros de profundidad cuya entrada se halla en la parte cántabra de los Picos de Europa. Cuando llegaron al fondo se toparon con los restos de un cadáver. La principal hipótesis les llevó a pensar que se trataba de Eloy Campillo, que fue guarda forestal y alcalde de Sotres (Asturias), el pueblo más cercano. Se piensa que el 24 de abril de 1945 el guerrillero antifranquista Juan Fernández Ayala, alias Juanín, le pegó un tiro en la nuca y lo arrojó al pozo. Mercedes Campillo, de 78 años, llevaba mucho tiempo intentando encontrar el cadáver de su padre.
Unos días después del hallazgo, la Guardia Civil rescató más huesos y cuando comenzó a recomponer el cadáver surgió el enigma. Ahí no solo había restos de un hombre, sino también de una niña de entre 12 y 14 años que había muerto unos 15 años después. Nadie en los pueblos de alrededor supo decir quién era ni consta ninguna denuncia de desaparición.
El análisis completo de estos restos, que se acaba de publicar como parte del libro La recuperación e identificación de los restos de Eloy Campillo, editado por el Ministerio de Presidencia, abre una enorme incógnita.
“Este es un caso único de principio a fin”, reconoce Fernando Serrulla, responsable de la Unidad de Antropología Forense del Instituto de Medicina Legal de Galicia. Serrulla ha trabajado en casos muy difíciles, incluido el análisis del cadáver de Diana Quer o la identificación por ADN de decenas de soldados argentinos enterrados en fosas sin nombre durante la Guerra de las Malvinas. En 2019 había colaborado en la reconstrucción del rostro de Catalina Muñoz, la madre fusilada en 1936 con el sonajero de su hijo de ocho meses.
En verano de 2019, Serrulla coordinó una campaña de la Sociedad de Ciencias Aranzadi para volver a la sima Topinoria y buscar más restos. Debían actuar antes de que cayeran las primeras nieves. Los espeleólogos llegaron a la sima en octubre y pasaron dos jornadas poniendo hasta 27 anclajes para cuerdas en la pared de la sima. Al bajar se toparon con una repisa a 120 metros donde recogieron huesos. El fondo, a 180 metros de profundidad, era una cámara de unos de seis metros de diámetro donde había más restos humanos mezclados con otros de animales probablemente despeñados. Después de cinco horas de trabajo volvieron a la superficie con un saco lleno de huesos que dispusieron en una sábana blanca.
La mandíbula inferior de la chica estaba tan bien conservada que podían verse las dos muelas del juicio que apenas asomaban. También se hallaron parte del cráneo, costillas y huesos de ambas piernas; en total el 18% del esqueleto.
Los fragmentos de cráneo recuperados muestran marcas de un grave traumatismo. Pudo ser debido a la caída fortuita en la sima, pero igual de probable es que sea un homicidio, explica Serrulla. “Una de las cosas que no encajan es que la muchacha no tiene roturas en las extremidades, algo que sí vemos en el cadáver de Eloy Campillo y que es lo que debería esperarse tras una caída de al menos 120 metros”, resalta. El entorno de la sima es un lugar aislado. La boca es estrecha y puede convertirse en una trampa mortal si ha nevado y se pasa por encima.
Los investigadores enviaron uno de los dientes de la muchacha a Miami (EE UU), donde la empresa ICA le hizo la prueba del carbono 14. Los resultados muestran que murió entre 1950 y 1960. El análisis del ADN revela que era de origen europeo y que probablemente tenía el pelo castaño, los ojos verdes y la piel blanca. Los isótopos de carbono y nitrógeno de huesos y dientes desvelan una dieta rica en pescado, típica de gente de costa. Los fémures tienen lesiones de apariencia esponjosa conocidas como hiperostosis porótica que puede deberse a la malnutrición típica de gente de pocos recursos. El perfil genético de la muchacha no coincide con el de nadie inscrito en ninguna base de datos de ADN.
“Los datos sobre la dieta y procedencia son muy raros. En los cincuenta llegar hasta este paraje desde la costa era muy difícil”, añade Serrulla. “Realmente descartamos que se trate de una pastora que se cayó a la sima, porque entonces alguien recordaría su historia. Nosotros preguntamos a todos los mayores de Sotres y Bejes y ninguno recordaba nada así”, argumenta el forense.
El informe aventura una posibilidad para la muerte accidental. En las minas de Ándara, cerca de la sima, había familias de inmigrantes que vivían en barracones aislados de los pueblos. Es posible que una niña desapareciese entre ellos y que nadie del pueblo se enterara, especialmente si se trató de un homicidio.
Más allá del fondo de la sima la cavidad continúa hasta una gran cueva de grandes dimensiones. Es posible que el agua haya arrastrado hacia allá más huesos de la muchacha. Pero ahora que se ha recuperado el cuerpo de Eloy Campillo y que en cualquier caso un posible delito ha prescrito, la investigación judicial está cerrada. La Sociedad Aranzadi no tiene planes de bajar de nuevo, pues sería demasiado trabajoso hacer la excavación en busca de más restos, explica Serrulla. La única posibilidad ahora, añade, es que algún historiador encuentre en las hemerotecas o los archivos datos de alguna desaparecida que encaje con el misterioso perfil de la niña hallada en el fondo de la sima Topinoria.
“Estamos ante un caso de memoria democrática que se ha resuelto felizmente, pero en mi cabeza no para de resonar la pregunta de quién era esta niña y qué pasó con ella”, reconoce Antonio Alonso, director del Instituto Nacional de Toxicología y Ciencias Forenses, institución que participó en el análisis genético de los restos. “Nos queda la esperanza de que el caso no se olvide y que algún día pueda resolverse. Probablemente la vía sea la investigación de archivos policiales, pues el ADN ya no nos puede decir nada más. En cualquier caso, los datos genéticos de esta chica han quedado en la base de datos por si en el futuro un familiar —padre, madre o hermanos— quiere donar su ADN para intentar la identificación”, añade. Los restos de la adolescente han sido enterrados con los de Eloy Campillo este jueves en Sotres. “Su familia dice que si han estado juntos en la sima todo este tiempo no les van a separar ahora”, explica Serrulla.
El caso deja otra pregunta sin responder. El análisis de ADN mostró que los restos masculinos eran del padre de Mercedes con un 99,99998% de fiabilidad. Pero ¿quién le disparó?
Según el informe, unos días antes del 24 de abril de 1945 los guerrilleros antifranquistas emboscados en Picos de Europa y habitantes de los pueblos cercanos quedaron a comer para celebrar que Berlín iba a caer en manos del Ejército de la URSS. Alguien les delató y sucedió un tiroteo con la Guardia Civil en el que murieron dos agentes y un guerrillero. Los maquis metieron a gente del pueblo en una cueva y les interrogaron. Eloy Campillo reconoció que le había contado lo de la comida a otro compañero guarda, quien probablemente les delató. Mientras andaban de vuelta a Bejes, Juanín supuestamente disparó a Campillo y le tiró a la sima. Los responsables de la investigación hallaron un casquillo de pistola del nueve largo cerca de la boca del abismo y los huesos del exalcalde tienen marcas de un tiro en la nuca.
Juanín era conocido como el último maquis español; es decir, el último miembro de la guerrilla antifranquista que se movía por las zonas boscosas (maquis en francés) durante la posguerra. En la primavera de 1957 caminaba por un sendero cerca de Potes cuando le descubrió la Guardia Civil, que lo mató a tiros. Su pistola Astra 400 se conserva hoy en el Museo del Ejército de Toledo. En otoño de 2020 el equipo de Serrulla pidió permiso a esta institución para disparar con ella un cartucho vacío y saber así si es la misma pistola con la que mataron a Campillo. Pero el museo denegó la petición, pues se podría dañar el arma, que ya tiene consideración de Bien de Interés Cultural.
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