La inmunidad de rebaño, esa piedra filosofal que iba a convertir la pandemia en un recuerdo, es una meta que hoy por hoy se ve lejana. Quizás inalcanzable. A medida que las nuevas variantes del virus son cada vez más infectivas, no solo se aleja de aquel 70% de población inmunizada que se calculó en un principio, sino que se hace prácticamente imposible llegar a ella a corto plazo. Aunque no se conoce exactamente cuál puede ser la nueva cifra, los expertos la sitúan alrededor del 90%, un número que no se puede alcanzar sin vacunar a los niños menores de 12 años, para los que todavía no hay medicamento aprobado y que en España suponen el 11% de la población.
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La idea de protección de grupo no es solo teórica: mantiene a raya enfermedades como el sarampión, la difteria y consiguió eliminar la viruela, la gran enfermedad infecciosa que la humanidad ha erradicado. Se basa en que cuando un suficiente número de población es inmune a un virus, esta partícula se queda sin capacidad de propagarse. Si una persona se infecta, pero la gran mayoría de los que hay a su alrededor no son susceptibles de contagiarse, no conseguirá saltar a otro organismo y desaparecerá en el enfermo: ya sea matándolo o a manos de su sistema inmunitario.
El porcentaje de población necesaria para llegar a la inmunidad de rebaño depende de la capacidad infectiva del virus. Y en el SARS-CoV-2 ha ido creciendo hasta llegar a la variante delta, la más contagiosa hasta la fecha. Un informe del Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos, al que tuvo acceso The Washington Post, señala que cada persona puede infectar a otras nueve, entre tres y cuatro veces más de lo que se calculó en un principio, lo que la hace tan contagiosa como la varicela. Y, en paralelo a esta mayor capacidad de transmisión, suben las estimaciones, siempre aproximadas, del porcentaje de población vacunada necesario para alcanzar la inmunidad de rebaño. Si al principio se hablaba de un 70%, todos los expertos consultados dan por superado ese umbral, y los que llegan a concretar lo suben a alrededor del 90% o más.
Por ejemplo, el epidemiólogo Javier del Águila opina que la idea de inmunidad de rebaño “no parece muy realista en el contexto actual”. “Bastantes epidemiólogos en todo el mundo llevamos unos meses tratando el tema. Viene de enfermedades más clásicas, como la varicela, el sarampión, la viruela. La covid es muy diferente, al ser un virus respiratorio con transmisibilidad tan alta se unen varios problemas: harían falta unas tasas de cobertura cercanas al 95%. Esto es algo muy difícil, incluso en países como España, donde la reticencia a la vacunación es muy baja”. Esto se une, añade, a que variantes como la delta disparan la curva cuando encuentran a un grupo de personas susceptibles. “Y cuando hay muchos infectados, al no ser las vacunas perfectas, acaba también llegando a quienes tienen la pauta completa”, zanja.
José Jiménez, investigador del Departamento de Enfermedades Infecciosas del King’s College de Londres, va más allá y cree que ya sería mejor no fijarse porcentajes de inmunidad de grupo, un objetivo al que, según dice, no se sabe si se podrá llegar y que, en cualquier caso, ve lejano. “Son estimaciones muy teóricas y pueden variar mucho dependiendo de la efectividad de las vacunas y la aparición de nuevas variantes. El mejor mensaje que podemos dar es el de vacunar todo lo posible sin fijarnos ningún porcentaje como meta”, afirma. La vacunación servirá para que la gran mayoría de los casos sean leves o asintomáticos; también para que las próximas ondas epidémicas sean mucho menos abultadas y para que el coronavirus deje de ser el problema social que ha supuesto hasta ahora. Pero probablemente no, de momento, para frenar por completo la propagación.
Un argumento similar expone Ignacio López Goñi, catedrático de Microbiología de la Universidad de Navarra: “Quizá, en vez de obsesionarnos por el número, por la inmunidad de grupo, sea más realista poner como objetivo reducir el colapso sanitario. Si no lo hay, todos podríamos volver a lo más parecido a la normalidad. No vamos a erradicar el virus, habrá que convivir con él, probablemente. Para eso, hay que vacunar a los más vulnerables. Pero el virus se moverá donde le dejemos, ahora sobre todo en los no vacunados”.
Lo más probable, en opinión de Miguel Hernán, catedrático de Epidemiología de la Universidad de Harvard, es que el coronavirus se convierta en endémico, como sucede con otros. Este tipo de patógenos son los que causan los catarros. “Posiblemente, en su día fueron una pandemia y hoy no se hace una vigilancia epidemiológica de ellos porque no es necesario”, señala. La tendencia de la covid será esta si no hay mutaciones que hagan escapar al virus de la protección que las vacunas otorgan frente a las formas más graves, a medida que cada vez más gente tenga algún tipo de anticuerpos, ya sea por haber recibido el pinchazo o por haberse infectado. Eso es, al menos, lo que considera más plausible este experto, que matiza que los problemas vendrán para las personas que por alguna razón no generen defensas.
Esto se suma a que las vacunas aprobadas, aunque son muy buenas para evitar las variantes más graves de la enfermedad, no impiden por completo el contagio. Por el momento, no hay consenso sobre la capacidad que tienen para proteger de la infección de la variante delta. Este mismo informe señala que aunque los contagios entre los vacunados siguen siendo infrecuentes, cuando se producen tienen la misma capacidad de transmisión que una persona no vacunada.
Con todo esto, incluso sería dudoso alcanzar la inmunidad de rebaño vacunando a todos los mayores de 12 años. Y llegar a esta meta es prácticamente imposible. Según la última encuesta de la Fundación Española para la Ciencia y la Tecnología (Fecyt), el número de personas que rechaza de plano ponerse la inyección es del 4%. A estos hay que sumar otra porción de la población que no puede pincharse por problemas de salud, otra a la que el sistema no llega, otra que sin estar frontalmente en contra no se toma la molestia de ir a por la inyección o prefiere no hacerlo. En definitiva, superar el 80%, sin vacunación obligatoria, algo que por ahora no se baraja, será realmente complicado.
El debate ético de vacunar a los niños
Para llegar a porcentajes del 95% como el que describe Del Águila sería imprescindible vacunar también a los niños. Pero incluso cuando haya una vacuna para ellos se planteará un debate ético difícil de solucionar. Conforme baja la edad, el balance riesgo beneficio de las vacunas decrece, ya que también disminuye la gravedad de la enfermedad. Aunque las posibilidades de un efecto secundario grave con el pinchazo sean remotas, en menores de 12 probablemente sean mayores que las que tienen al infectarse. Países como el Reino Unido incluso han descartado vacunar a los adolescentes, para quienes sí hay inyección aprobada, por esta misma razón.
Federico de Montalvo, presidente del Comité de Bioética de España, explica que con la vacunación se busca una protección individual y otra colectiva. “¿Sería ético que los niños sufriesen un riesgo por proteger a la sociedad mientras que hay adultos que no se ponen la vacuna porque no quieren?”, se pregunta. De Montalvo cree que llegado ese momento habrá que retomar el debate de la vacunación obligatoria en adultos, que hasta ahora no está sobre la mesa.
Otra derivada es que incluso si España, con su buen ritmo de vacunación, alcanzase una supuesta inmunidad de rebaño, el resto del mundo tardará en hacerlo. Otros países occidentales están teniendo serios obstáculos para avanzar, como le sucede a Estados Unidos, que está buscando todo tipo de incentivos para que la población se inmunice. Incluso Israel, que comenzó como líder mundial, lleva semanas estancado en alrededor de un 60% de personas con pauta completa, una cifra a la que España llegará en pocos días. Pero estos son problemas del primer mundo. Para los países en desarrollo, a los que apenas están llegando dosis y con sistemas sanitarios muy débiles, la inmunidad de grupo es una quimera.
En opinión de Del Águila habría que preocuparse más de proveer de vacunas a estos países que de una tercera dosis en los ricos, como ya están haciendo algunos, como el propio Israel. “Mientras el virus circule por el mundo, tendrá más capacidad de mutar, y cuanto más lo haga, más posibilidades de escaparse a las vacunas”, señala. Este es el gran miedo de los expertos en salud pública. Mientras los pinchazos sigan evitando hospitalizaciones y muertes como lo hacen hasta ahora, un alto número de personas vacunadas mantendrá a raya la enfermedad, incluso sin protección de grupo. Pero si una variante sortea esta barrera serán de nuevo necesarias fuertes medidas para evitar que los sistemas sanitarios vuelvan al colapso.
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