El mayor juicio antiterrorista de Francia, y uno de los más complejos de la historia reciente de Europa, arrancó este miércoles en París entre grandes medidas de seguridad para juzgar a 20 de los presuntos responsables de los atentados islamistas del 13 de noviembre de 2015 en la capital gala que dejaron 130 muertos, centenares de heridos y un país traumatizado. Durante los próximos nueve meses, en plena campaña electoral, centenares de testigos, entre ellos el expresidente François Hollande, las casi 1.800 víctimas constituidas en acusación particular y los más de 330 abogados de acusados y acusadores buscarán hallar respuestas y depurar responsabilidades de una matanza que conmocionó a toda Francia y a una Europa que desde entonces no ha dejado de vivir bajo la amenaza yihadista.
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Que las cosas no van a ser fáciles quedó claro nada más abrirse el macrojuicio, con 45 minutos de retraso, durante la presentación de los 14 acusados presentes, 11 de ellos detenidos y tres en libertad vigilada. Otros seis más serán juzgados en ausencia, aunque se sospecha que la mayoría ha fallecido en la zona sirio-iraquí donde se estableció el Estado Islámico, en cuyo nombre se cometió la matanza hace ahora casi seis años.
“Lo dejé todo para convertirme en un combatiente del Estado Islámico”, dijo nada más recibir la palabra Salah Abdeslam, el único superviviente de los comandos que sembraron el terror la noche del 13-N. El franco-marroquí de 31 años había concentrado toda la atención desde que entró en el banquillo de los acusados, donde, tras un cristal antibalas y vigilado por una veintena de agentes, se sentó algo alejado del resto de acusados. El presidente del tribunal, Jean-Louis Périès, solo buscaba confirmar algunos datos personales —nombre, edad, profesión— en el marco de las rutinas de procedimiento al comienzo de todo juicio. Pero Abdeslam, vestido de negro y con una barba salafista que reveló al quitarse la mascarilla, aprovechó para proclamar su fe y adhesión al Estado Islámico. “Ante todo, quiero dar fe de que no hay más dios que Alá y que Mahoma es su profeta”, dijo desafiante. “Eso lo veremos más tarde”, le recriminó Périès. Un llamamiento al orden que Abdeslam, cuyo interrogatorio está previsto para mediados de enero, desdeñó al reivindicarse de inmediato como “combatiente” del ISIS cuando el magistrado le preguntó por su profesión.
En la gigantesca sala construida especialmente para este juicio en el Palacio de Justicia de París, la audiencia contenía el aliento. Los 550 asientos habilitados —hay otras salas aledañas— están ocupados sobre todo por los abogados, aunque también hay espacio para algunos periodistas y una parte de las 1.765 víctimas de una veintena de nacionalidades constituidas en acusación particular que quisieron acudir a este primer día de juicio.
Para Calixte no fue una decisión fácil. El 13 de noviembre, este parisino salió a comprar leche y pan para el desayuno del día siguiente y, por el camino, tuvo la “mala idea” de pararse en el cercano bar Le Carillon para tomar una cerveza con dos amigas del barrio. Desde entonces lo lamenta. Minutos después de instalarse en la terraza, uno de los comandos del 13-N lanzó una ráfaga de disparos contra el bar. Él salió indemne, pero sus vecinas fallecieron. “Nunca podré pasar página”, reconocía minutos antes de la audiencia. El atentado “me ha cambiado la vida, mi relación con otras personas, tengo miedo de confiar, de coger el metro”. Hasta el Palacio de Justicia, en el corazón de París, llegó este miércoles en taxi, incapaz todavía de usar el transporte público por miedo a un nuevo ataque terrorista.
“Siempre vamos a vivir con esto”, corroboraba Thierry, que escuchaba al grupo estadounidense Eagles of Death Metal en el Bataclan cuando el tercer comando irrumpió a tiros en la sala de conciertos. “Las víctimas somos todas diferentes. Hay gente que espera este juicio para poder pasar a otra cosa, yo ya lo he hecho, aunque lo recuerdo todo el tiempo y tengo pesadillas (…) esto no te deja indemne”, admitió. Paul Henri era guarda de seguridad en el Estadio de Francia donde comenzó la cadena de ataques. Resultó herido en el pie y un tobillo, además de perder audición en un oído, cuando uno de los terroristas hizo estallar el chaleco con explosivos que portaba a apenas 10 metros de donde estaba. Acude “tranquilo” al juicio, del que espera sobre todo que los acusados “se den cuenta de lo que han hecho…. Aunque eso tampoco cambiaría nada”, considera.
Aun así, la mayoría coincide en la importancia de que se celebre este juicio en cuya instrucción se ha tardado más de cinco años y ha redundado en 542 tomos de expediente y una acusación de 348 páginas. Calixte espera que suponga un “reconocimiento como víctima” y, sobre todo, “que se haga justicia”. Las víctimas también quieren “comprender, saber cómo se llegó hasta allí”, dice la abogada Samia Maktouf.
Para François Molins, fiscal de la República en el momento de los atentados, el juicio también debe contribuir a “participar en la construcción de una memoria colectiva tanto a nivel nacional como incluso europeo, puesto que son nuestros valores compartidos los atacados por este terrorismo indiscriminado, estas matanzas masivas”, explicó en entrevista en vísperas del proceso. Al igual que Hollande o el exministro del Interior Bernard Cazeneuve, Molins está llamado a testificar en un juicio que se espera dé a conocer su veredicto a finales de mayo y que –según dijo este miércoles el presidente del tribunal– es “histórico” y “extraordinario” y requerirá el esfuerzo de todos para que “la justicia mantenga su dignidad”.
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