El Barça no da para más


Asumido que costará ganar, el barcelonismo se debate sobre las diferentes maneras de perder, por más que Laporta cante victoria para disimular que el club está en quiebra, el equipo se ha empobrecido y la Superliga resulta una quimera manejada por Florentino. Aunque la ilusión nunca estuvo prohibida, la realidad asegura que el Bayern es hoy muy superior al Barça; la duda estaba en saber hasta qué punto, misterio que no supo resolver Koeman. El técnico prefirió no desafiar a los alemanes y limitar los daños con un ejercicio de supervivencia a cambio de enmudecer al Barcelona. Un mal negocio.

No jugó a nada el Barça, extraviado en la cancha, consciente de que, como dice la canción, La tristeza não tem fim, felicidade sim, diga lo que diga Laporta, el único ambicioso que queda después de la partida de Messi. Invocar al Chelsea como modelo parece de momento un chiste de quienes tienen delirios de grandeza y no asumen que se trata de saber llevar el luto, pasar el duelo y armar con sudor un equipo joven y atrevido en el Camp Nou. El tiempo, mientras, pasa, cambian los presidentes y los entrenadores y el Barça sigue encajando goles del Bayern.

Aunque fue defensa, Koeman escampa siempre que puede de la marca del delantero Laporta en un pulso que tiene en vilo al Camp Nou. El presidente quiere trascender con un fútbol de autor que remita al ideario de Cruyff, sin que se sepa qué punto tiene de temerario o de posibilista en un momento de penuria en el Barça, y el técnico pretende sobrevivir, pendiente del perfil de cada rival, convencido de que no hay mejor argumento para sostener su obra que el marcador, sobre todo en partidos tan delicados como el que le enfrentaba al Bayern. Un mal plan porque perdió 0-3.

La apuesta no consistía en empezar a armar un equipo en una situación de riesgo sino en competir para ganar tiempo, y también autoestima y credibilidad, a partir de una formación que sacrificaba a un cuarto centrocampista en favor de un tercer central después de quedarse con solo dos delanteros: el efervescente Memphis y el debutante Luuk De Jong, un rematador consumado, inicialmente habilitado por la profundidad de Sergi Roberto y Jordi Alba. No funcionó porque no tiraron un centro bueno ni se contó un remate serio ante Neuer.

El nudo del juego descansaba en el triángulo Pedri-Busques-De Jong y en su capacidad para tener y jugar la pelota y, consecuentemente, para saltar la presión intimidatoria del Bayern. Y los tres vieron pasar el partido ante la impaciencia del Camp Nou. Nagelsmann ni se inmutó después de resguardar a Gnabry y apostar por el desequilibrante Musiala. No dudan los alemanes ni están pendientes del contrario, tan poderosos y seguros de sí mismos que transpiran arrogancia, igual de fieros en Múnich que en Barcelona. A nadie le sorprendió que mandara el Bayern.

Inferioridad física

El partido se disputó desde muy pronto en cancha del Barcelona y pasado el cuarto de hora la mano derecha de Ter Stegen ya le sacó un remate de gol a Sané. Aunque evitaba el cuerpo a cuerpo y el intercambio de golpes, consciente de su inferioridad física, el Barça se defendía como podía, exigido en su área y pendiente de las transiciones de Memphis y De Jong. La ofensiva azulgrana ni siquiera provocó cosquillas en el Bayern. Los barcelonistas ya no tienen la finura y la velocidad necesarias para replicar al volcánico conjunto alemán.

Nadie arriesgaba en el Barça, sino que todos intentaban evitar perder la pelota, conscientes los azulgrana de que cada robo del Bayern provocaba un atropello en el área de Ter Stegen. Y el 0-1 llegó precisamente por el apelotonamiento de futbolistas después de que el disparo de Müller diera en la espalda de Eric. Ya no hubo más bloqueo ni ayuda que impidiera el gol que se anunciaba por el empuje del Bayern. Aunque no podían correr ni atropellar al Barcelona, los alemanes ganaban cómodamente con el séptimo gol que les marcaba Müller en la Champions.

El marcador no afectó a Koeman, insensible al quejido del Camp Nou. Nadie recordaba a un equipo tan pequeño y entregado, los once jugadores detrás del balón, todos esperando una jugada episódica o azarosa, cuando el partido anunciaba reiteradamente el segundo gol del Bayern. El autor fue el infalible Lewandowski después de una jugada en la que se sucedieron hasta tres remates ante Ter Stegen. El portero estuvo tan soberbio en un disparo de Sané como indefenso ante el tiro del 9. El 0-2 encrespó a la afición y atemperó al Bayern.

Los azulgrana se animaron por un momento más por el descanso de los alemanes que por los cambios de Koeman. Los jóvenes, en cualquier caso, defendieron al menos los colores y el orgullo, el último recurso de los débiles, sometidos igualmente con un segundo gol de Lewandowski. No se ensañaron más los alemanes, piadosos con un Barça todavía más manso, falto de rebeldía y sin trazo, temeroso y abatido y sin más objetivo que ser segundo de grupo ante el Benfica y el Dinamo de Kiev. A la espera de los lesionados, nadie se atreve a decir que el favorito de los tres es el Barça.

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