El dióxido de carbono (CO₂) es el principal gas de efecto invernadero y el que centra los compromisos internacionales en la lucha contra el calentamiento global. Pero existe otro villano que suele quedar a la sombra del CO₂, un potente gas al que se está intentando situar también en el primer plano del debate climático: el metano. El último informe del IPCC —el panel internacional de expertos encargados de sentar las bases científicas sobre el cambio climático— responsabilizó a este gas de cerca del 25% del aumento de la temperatura global registrado en el planeta desde la era preindustrial. Y EE UU y la Unión Europea tienen previsto lanzar en la próxima cumbre del clima, que se celebra en Glasgow a principios de noviembre, una iniciativa para que los países se comprometan a reducir las emisiones de metano un 30% en 2030 respecto a los niveles de 2020. Organismos internacionales, instituciones científicas y empresas buscan ahora fórmulas para atajar el problema que van desde un suplemento alimenticio de algas rojas para reducir el metano en los eructos de las vacas hasta reforzar el control por satélite de las fugas ligadas al gas natural y el petróleo.
Pep Canadell, uno de los grandes expertos internacionales en el seguimiento de las emisiones de efecto invernadero y también uno de los autores del reciente informe del IPCC, explica que la ciencia ha ido acumulando en los últimos años evidencias sobre los efectos del metano. Además, en la última década las emisiones de este gas y su acumulación en la atmósfera “han crecido más rápidamente que las de dióxido de carbono”, explica Canadell desde Canberra, donde trabaja para la agencia nacional de ciencias de Australia (CSIRO, sus siglas en inglés). Este incremento, apunta, se debe al aumento de la ganadería y de las extracciones de combustibles fósiles, las principales fuentes de emisión ligadas a la actividad humana junto a la gestión de los residuos.
A partir de 1850, cuando se consolidó la era industrial, la actividad del ser humano condujo a un aumento sin precedentes en decenas de miles de años de las emisiones de los gases de efecto invernadero. Parte de esas emisiones las captura la naturaleza a través de los bosques y los océanos; y parte se acumula en la atmósfera impidiendo que se libere el calor del planeta y desencadenando el cambio climático. El dióxido de carbono es el principal de los gases y se estima que puede permanecer en la atmósfera cientos de años. El metano tiene una vida más corta —alrededor de una década—, pero su capacidad de calentamiento es mucho mayor. El IPCC calcula que una tonelada de metano equivaldría a 30 de CO₂ en cuanto a su potencial de contribuir al calentamiento.
El acuerdo que apadrinan la UE y EE UU para la reducción del metano busca que sea asumido por todos los países del mundo. Si así fuera, sus promotores aseguran que se lograría reducir el calentamiento en al menos 0,2 grados a mediados de siglo, algo que puede contribuir a lograr la meta cada vez más complicada de mantener el aumento de la temperatura global por debajo de los 1,5 grados respecto a los niveles preindustriales —en estos momentos el planeta ya está en los 1,1—. Según la información difundida el lunes por el Departamento de Estado de EE UU, ya hay 31 países que han anunciado su intención de sumarse al denominado Compromiso Global de Metano. “Nueve de los 20 principales emisores de metano ahora están participando en el compromiso, lo que representa aproximadamente el 30% de las emisiones mundiales y el 60% de la economía mundial”, sostiene la Administración estadounidense.
De lograrse un amplio apoyo a este plan podría suponer uno de los resultados más tangibles de la cumbre del clima de Glasgow, en la que se han vuelto a depositar muchas esperanzas, pero de la que es complicado que salgan compromisos mucho más fuertes que los que las grandes potencias han puesto hasta ahora sobre la mesa. Entre los países que ya han anunciado que se suman al pacto del metano que impulsan EE UU y Europa no está China de momento. Tampoco Rusia e Irán, las dos naciones que más emisiones de este gas expulsan a la atmósfera ligadas a los combustibles fósiles.
Petróleo, gas y carbón
Un reciente estudio de la Agencia Internacional de la Energía (AIE) detalla que el 40% de las emisiones mundiales de metano provienen de fuentes naturales, principalmente los humedales. El 60% restante está ligado a las actividades humanas: casi un 25% se corresponde con la agricultura y la ganadería, otro 21% se debe a los combustibles fósiles y otro casi 12% a los residuos.
El sector en el que es más fácil actuar ahora es el de los combustibles fósiles. Más en concreto, los expertos apuntan a las fugas de metano que se producen en la industria del petróleo, el gas y el carbón. Como detalla Canadell, en estos sectores las grandes fugas se corresponden con un número limitado de fuentes emisoras, con lo que es factible actuar para reducir las toneladas de este gas que acaban en la atmósfera.
El mismo informe del AIE propone una hoja de ruta para lograr reducir el 75% de las emisiones de metano del sector de los combustibles fósiles de aquí a 2030. Los expertos de esta agencia plantean medidas como imponer una tasa sobre las emisiones de metano de entre 10 y 40 dólares por tonelada para forzar a las empresas a atajar el problema o la puesta en marcha de impuestos en frontera que graven las importaciones que más huella de metano tengan.
Uno de los apartados en los que los analistas internacionales y la AIE pone más énfasis es en el del control de las fugas. “Las técnicas de vigilancia actuales a menudo implican una inspección sobre el terreno con cámaras ópticas de imágenes de gas, pero las nuevas y emergentes tecnologías, incluidos los sensores de monitorización continua, las aeronaves, los drones y los satélites, pueden reducir significativamente el coste de detectar las fugas”, señala el informe. La primera detección por satélite de una fuga de metano fue en 2016 y en solo cinco años las tecnologías ha avanzado mucho y casi cada semana se comunican eventos de este tipo. Solo en 2020, la empresa tecnológica europea Kayrros detectó más de 500 fugas a partir de los datos ofrecidos por diferentes satélites. “Los próximos satélites de alta resolución y alta sensibilidad”, apunta el estudio de la AIE, “aumentarán la conciencia pública y ayudarán a la supervisión regulatoria”.
El acuerdo que impulsan Estados Unidos y la UE —al que se han sumado también una veintena de fundaciones que apoyarán la iniciativa con 200 millones de dólares— hace hincapié además en la necesidad de mejorar los inventarios existentes para cuantificar las emisiones. Y supone un apoyo implícito al Observatorio Internacional de Emisiones de Metano que está preparando el Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente (Pnuma).
El metano y el ganado
Más complicado es actuar ahora sobre el metano ligado a la agricultura y la ganadería al ser sus fuentes mucho más difusas y numerosas que en el sector energético. En este caso, muchas miradas se dirigen hacia los eructos de las vacas.
Varias empresas, ligadas también al CSIRO australiano en el que trabaja Canadell, están experimentando con un tipo de alga roja —la Asparagopsis taxiformis— que administrada como suplemento alimenticio consigue reducir radicalmente el metano que expulsan las vacas y otros rumiantes. “Las vacas siguen eructando, pero con muy poco metano en la mezcla de gases que expulsan”, explica sobre las propiedades del alga Eva Faulkner, portavoz de la empresa Future Feed, que espera poder empezar a comercializar su suplemento a finales de este año o principios del que viene.
Esta alga roja actúa sobre los microbios que generan el metano en el proceso de digestión del rumiante. Y el principal reto al que se enfrentan las empresas que quieren explotarla comercialmente para el ganado es su cultivo, apunta Faulkner. De momento, algunas cadenas de restaurantes en EE UU han empezado a experimentar y a publicitar hamburguesas “con bajas emisiones de metano”.
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