Baptiste Morizot (Draguignan, Francia, 38 años) es un filósofo de terreno. En eso, dice seguir el precepto del pragmático norteamericano John Dewey, quien decía que la filosofía reencontraría su lugar en la sociedad el día que dejase de interesarse por los problemas de los filósofos y se interesase por fin por los de los humanos.
Morizot, profesor en Aix-en-Provence y autor de Maneras de estar vivo (editorial Errata Naturae), se interesa por los humanos y por los animales. Y por los árboles también. Sus libros mezclan el pensamiento y el reportaje: filosofa en movimiento y a ras de suelo. Si la filosofía es una búsqueda, a él le ha llevado al campo y al monte, a acercarse a los lobos, a estudiarlos e intentar establecer un contacto con ellos. Como si fuesen extraterrestres. O hermanos.
PREGUNTA. ¿Qué les dice usted a los lobos cuando les habla, o aúlla con ellos, y qué le dicen ellos a usted?
Si quieres apoyar la elaboración de noticias como esta, suscríbete a EL PAÍS
Suscríbete
RESPUESTA. Estoy aquí, dónde estáis, reencontrémonos, hagamos manada.
P. ¿Es lo que ellos dicen?
R. Es lo que ellos dicen y es algo que escuchan en lo que yo digo. Ellos se dicen: “Es extraño, hay una especie de criatura que habla, al parecer, la misma lengua, pero con un acento atroz”.
P. Un acento bárbaro.
R. Sí, tengo la impresión de ser el bárbaro de un animal salvaje. Es decir, la criatura que parece hablar la lengua, pero no se sabe si son borborigmos o si realmente es una lengua. Imagino que él escucha así el sonido que yo emito y, desde esta perspectiva, responde.
P. ¿Qué siente en estos momentos, cuando les habla y ellos responden?
R. Una emoción particular. El recuerdo de nuestra ascendencia común. Es la tesis darwiniana formulada en 1859, científicamente establecida y tan verdadera como que la Tierra es redonda: compartimos ancestros comunes con todas las formas de vida, desde estos árboles a las flores y los lobos. La posibilidad de comunicarnos con formas de vida tan alejadas nos recuerda la ascendencia común con el mundo de los mamíferos. El lobo es fascinante en la cultura occidental, genera un efecto espejo potente para los humanos. Es un animal familiar que educa a los pequeños, colabora colectivamente para cazar, es territorial, a la vez conflictivo y capaz de hacer las paces… La imagen que nos devuelve deja claro que no procedemos de otro mundo distinto del suyo.
P. Usted los llama alienígenas familiares…
R. Estas formas de vida, como estos árboles, son parientes nuestros. Compartimos millones de años de evolución. Compartimos aptitudes fisiológicas comunes, una genética común, una relación con la existencia en cierta manera común: los árboles, en un sentido particular, respiran; los mamíferos respiran en otro sentido. Al mismo tiempo, debido a la divergencia en la evolución, estas formas de vida son aliens. Uso la palabra para calificar una alteridad radical y a la que no tenemos acceso, como si viniese de otro mundo.
P. Comunicar con aliens, o en este caso con seres vivos, ¿para qué?
R. Nuestro lugar en el universo se veía como una soberanía absoluta del único ser capaz de comunicar y pensar en un mundo compuesto de materia o de criaturas salvajes regidas mecánicamente por sus instantes. Esta idea es falsa: somos un ser vivo entre vivos, sin duda con facultades originales, facultades simbólicas sin parangón, pero interdependiente con todas las formas de vida con las que ha evolucionado al mismo tiempo, desde los polinizadores en la agricultura, la fauna de los suelos, los bosques. Ahora bien, tampoco creo que vivamos en una relación espontáneamente armoniosa con una madre naturaleza benévola: no veo benevolencia en lo vivo. Más que un soberano absoluto o que un romántico ingenuo, imagino al ser humano como un diplomático que negocia modus vivendi con las otras formas de vida para hacer posible una cohabitación en un mundo complicado.
P. Habla de diplomacia y negociación, pero ¿no es absolutamente dominante ya el ser humano?
R. La evolución nos ha dotado de facultades que nos capacitan, por medio de la técnica y la planificación, para prosperar en detrimento de otras especies. Pero si observamos la realidad de la biosfera, se puede decir que los virus y bacterias tienen una antigüedad, una perennidad y una resiliencia superior a la que nosotros jamás tendremos. Y, si bien nuestras facultades nos permiten tomar el control de una serie de ecosistemas, hoy vemos que el dominio que ignora las interdependencias con otras formas de vida es un dominio destinado a desaparecer, porque destruye los ecosistemas necesarios para nuestra existencia.
P. Si, como usted escribe, el ser humano ha hecho una “secesión” respecto a la naturaleza, ¿la solución es regresar? ¿Y adónde?
R. Hay que inventar nuevas formas de relación con el resto de los vivos. Más ajustadas y con una mayor deferencia. Nos podemos inspirar en formas sociales o culturales que pueblan todavía la Tierra y mantienen relaciones más sostenibles y deseables con lo vivo. No se trata de volver atrás, sino de inventar colectivamente las formas sociales deseables para el siglo XXI.
P. ¿Es la naturaleza deferente? ¿Los lobos lo son?
R. No, pero no importa. No se trata de imitar a la naturaleza como si fuese buena y mejor que nosotros. Estos imaginarios son arcaicos, discrepo de ellos. Subrayo solo que hemos creído poder actuar en la Tierra como si estuviéramos solos: esto ha dado formas económicas e industriales que destruyen las condiciones de habitabilidad del planeta. Ahora esta destrucción nos permite tomar consciencia de que somos interdependientes. Pero hay que evitar dos escollos. Primero, considerar que no les debemos ninguna deferencia a las otras formas de vida porque no son más que materia. El segundo es considerar que hay que tomarlas como personas con un valor absoluto y sagrado. Para mí, no tendría sentido ampliar el derecho humano a las abejas o a los árboles.
P. ¿No vamos al apocalipsis?
R. La situación es grave, es evidente que estamos fragilizando una serie de ecosistemas y que estamos en el origen de la desaparición de especies enteras, pero no es lo mismo constatar esto que hablar del hundimiento apocalíptico de lo vivo. Hay algo de megalomanía humana al creer que somos capaces de hundir la vida en la Tierra.
Suscríbete aquí a la newsletter semanal de Ideas.
Inicia sesión para seguir leyendo
Sólo con tener una cuenta ya puedes leer este artículo, es gratis
Gracias por leer EL PAÍS
Source link