Najla Buden: primera ministra, mujer y sin poderes


La geóloga tunecina Najla Buden (Cairuán, 63 años) se ha convertido desde el pasado 29 de septiembre en la primera ministra de un país árabe. Su nombramiento ha sido muy bien recibido. Incluso miembros destacados de la oposición elogiaron el gesto simbólico de que, tras la Primavera Árabe de 2011, Túnez siga mostrando en el mundo musulmán el camino a seguir.

Ahora vienen los “pero”. Y son relevantes. Najla Buden (transcrito en francés como Bouden) no tiene experiencia política. No ha desempeñado tampoco ningún trabajo destacado en alguna de las muchas organizaciones civiles de Túnez, ya sean ONG de defensa de derechos o sindicatos. Hasta el día de su nombramiento era una desconocida en su país, más allá de su ámbito íntimo y profesional. Un observador europeo que solicita el anonimato señala: “Por el momento, Najla Buden es una incógnita. Por sus hechos la conoceremos. Todos estamos esperando a ver por dónde tira”.

Buden estudió en el Colegio de Minas de París y fue profesora en el Colegio Nacional de Ingenieros de Túnez. En 2015 trabajó como responsable del gabinete del ministro de Educación, Chiheb Buden, quien la ha descrito como “íntegra y metódica” y ha asegurado que muchos días trabajaba entre 13 y 16 horas. Su último cargo fue como directora general del proyecto Promesa, un programa que tiene como objetivo facilitar el acceso al mercado laboral de los universitarios. Buden también trabajó en el Banco Mundial en los noventa, coordinando proyectos relacionados con la educación. Mourad Ezzine, responsable de Educación en el Banco Mundial para el norte de África, que la conoció entonces, ha escrito en el medio tunecino webmanagercenter que Buden era “inteligente, dinámica y muy ambiciosa”. Ezzine reconoce que los proyectos que Najal Buden gestionó para el Banco Mundial no alcanzaron sus objetivos (ni en el periodo inicial de cinco años, ni en la prórroga de dos años que se le concedió). Pero Ezzine, que era su superior jerárquico, la excusa y culpa también a la rigidez de la Administración y a “la cobardía política de la época”. “Dudo en atribuirle una gran parte de la responsabilidad. Ella habría podido emplearse más a fondo, pero probablemente habría corrido el riesgo de que la hicieran volver a la universidad, cosa que no estaba entre sus planes”.

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Buden estrena un cargo con los poderes muy diezmados. El hombre que la nombró, el presidente Kais Said, de la misma edad que ella, ha ido acaparando más y más competencias desde el pasado 25 de julio. Ese día, este jurista —que arrasó en las elecciones de 2019 prometiendo combatir la corrupción— hizo un uso muy cuestionable del artículo 80 de la Constitución tunecina, que permite al presidente tomar “medidas excepcionales” ante una situación de peligro inminente para el país. En circunstancias normales el presidente tiene limitadas competencias ejecutivas, pero Said aprovechó el desencanto de buena parte de la población con la clase política para suspender la actividad del Parlamento y destituir al primer ministro Hichem Mechichi. Desde entonces no ha hecho más que ir acaparando poderes, hasta promulgar una ley, el 22 de septiembre, que le permite legislar por decreto en una treintena de cuestiones, desde la seguridad a las libertades públicas. El artículo 8 de ese decreto precisa que el presidente ejercerá el poder ejecutivo y será “asistido” por un Gobierno dirigido por un primer ministro. Con lo cual, Buden es la primera mujer en el puesto y también la que menos poder puede ejercer.

Gran parte de la oposición saludó su nombramiento, pero hay políticos, como Samir Dilou, del partido islamista Ennahda, que aunque elogian la llegada de una mujer a la jefatura del Gobierno, tachan su designación de inconstitucional. “Desgraciadamente”, ha escrito Dilou en Facebook, “este nombramiento coincide con la suspensión de la Constitución y la unicidad de un presidente con poderes faraónicos”. Puestos a valorar la importancia de los símbolos, los medios locales incidieron en que cuando el presidente Said anunció su nombramiento como un hecho “histórico”, Buden permaneció sentada y callada.

Túnez tiene una gran tradición en el mundo árabe como precursor en los derechos de género. Esa tradición arranca desde la independencia del país, en 1956, con Habib Burguiba, su primer presidente. Burguiba erradicó la poligamia, concedió a las mujeres el derecho al voto y abogó por la emancipación económica de la mujer. Pero aquellas medidas tienen unos límites muy marcados. Uno de los principales es el del reparto de herencias, que en los países árabes musulmanes se rige en función de la sharía o ley islámica. Y, en muchas ocasiones, esa ley solo permite a las mujeres heredar la mitad que los hombres.

Said, que se muestra partidario de la pena de muerte y de la penalización de las relaciones entre personas del mismo sexo, también se opone a cambiar el régimen de herencias, como buena parte de sus compatriotas. Sabeur Abbes, un empresario tunecino, lo resumió en un tuit tras conocerse el nombramiento de Buden: “Kais Said piensa que una mujer puede ser jefa del Gobierno, pero que ella no puede aún heredar lo mismo que su hermano”.

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