Un viento fresco favoreciendo a la izquierda europea está soplando. En España, Portugal, Dinamarca, Noruega, Alemania y, desde mitad de octubre, en Italia con las elecciones municipales, la izquierda socialdemócrata, aliada de los Verdes o de partidos progresistas alternativos, retoma su poder. Esta ola se explica tanto por la reacción contra las políticas de austeridad que la derecha europea ha impuesto frente a la Gran Recesión de 2011, como por la pandemia de 2019, que ha puesto dramáticamente en evidencia las graves deficiencias del ciclo liberal institucionalizado por la política de estabilidad de la UE; por otro lado, los incentivos fiscales que la UE está facilitando para el relanzamiento económico en Europa legitiman el retorno de políticas de bienestar social. Es, de hecho, un nuevo ciclo el que está asomando.
La interrogante ahora es si la izquierda sabrá emprender unas políticas capaces de regir a largo plazo o se reducirá a meros episodios electorales. Los comicios alemanes, por ejemplo, han creado un espacio para la formación de un bloque social-liberal ecológico, pero, sin conocer el programa de la coalición ni qué fuerza estará a cargo del Ministerio de Hacienda, no se puede pronosticar si Alemania seguirá, con matices, en la senda que Angela Merkel había diseñado desde 2019, o si la nueva alianza podrá imponer a los liberales una reorientación social más significativa hacia una política de izquierda. En este último caso, las repercusiones serán inevitables y positivas sobre la estrategia global de la Comisión Europea. En Italia, se arraiga una recomposición social liberal con Mario Draghi y, en Portugal, el Partido Socialista parece comprometido con una política de izquierda, aunque más pragmática. En España, la apuesta que hizo Pedro Sánchez en 2015, y la batalla, muy compleja, que finalmente ganó tanto electoralmente en el país como en el seno del PSOE, se articulan en torno de una coalición socialdemócrata con la izquierda alternativa. Es un formato único en Europa, que ha permitido, tras la gestión de la pandemia, sentar las bases de una ampliación de las relaciones de igualdad y de un programa social-ecológico original y avanzado, que contribuirá a transformar el modelo productivo global.
En términos generales, el discurso de la izquierda europea se centra en el desafío ecológico, la revolución digital y la “igualdad”. Sin embargo, salvo este último, no son asuntos específicamente de izquierda, pertenecen hoy a la política de Bruselas. Además, la derecha, incluso la extrema derecha, los baraja a su manera. En cuanto a la igualdad, la izquierda socialdemócrata vacila entre limitarse solo a curar las heridas provocadas por las políticas liberales (reestructurar las leyes del mercado de trabajo y potenciar el poder adquisitivo) o proponer una visión basada en la necesidad de reformas estructurales profundas, lo que implicaría una coordinación de las fuerzas progresistas a escala europea. La posibilidad de la nueva vida de la izquierda, tras décadas de liberalismo, depende, al final y al cabo, de la respuesta a este dilema.
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