Ángel Martín lleva, mínimo, 20 entrevistas seguidas hablando de su brote psicótico, su internamiento de 10 días en un psiquiátrico y su difícil proceso de reconstrucción “desde cero”. La mía es la última del día. Son las seis de la tarde, hay un tráfico infernal en la Puerta de Alcalá de Madrid, donde está el hotel donde espera. Llego atacadísima, lidiando con el abrigo, el bolso, la mascarilla de quita y pon, los papeles y el móvil. Tanto, que se me cae aparatosamente toda la impedimenta al dudar ambos entre si darnos la mano, dos besos o chocar los puños al saludarnos. Es entonces cuando me oigo soltarle: “Perdón, es que vengo histérica”. A un “exloco”, como se autodenomina en su libro. Me quiero morir de la vergüenza.
Perdón, se me ha escapado.
Tranquila, pasa mucho. Me resulta divertido y enternecedor ver ese apuro, porque no me molesta. No te preocupes, estoy bien.
¿Por qué cree que me apura?
Porque a pesar de que, si has leído el libro, es evidente que se me puede hablar como si estuviésemos en un bar tú y yo solos, incluso borrachos, piensas: ¿cómo digo esto sin que le moleste? Noto vuestro tartamudeo. Por ejemplo, cuando llegamos al tema de las drogas, tus colegas empiezan a balbucear: ‘mencionas en el libro tu abuso de…’ Drogas, tío, drogas, hablemos de drogas.
¿Por qué le tememos a la locura?
Porque no la conocemos y, sobre todo, porque no sabemos cómo gestionarla si aparece ni cómo tratar a quien la ha tenido.
¿Cuántos amigos huyeron?
Digamos que mi círculo era pequeño y quedó aún más pequeño.
¿Les guarda rencor?
Cero. Creo que desaparecen porque el tipo que eras ya no está. Si eres de verdad amigo te quedas y tratas de reconfigurar esa amistad y ver dónde os lleva la movida que has vivido. Si no, desapareces. Como te cuesta creértelo, los defiendes. Hasta que un día dices: vete a tomar por el culo.
Su pareja, Eva, sigue a su lado pese a todo. Se ve que le adora.
La adoro yo más. Oro, es oro.
¿A qué tiene miedo alguien que dice haber estado muerto?
A nada ni a nadie. No te lo digo por chulear. Temo perder a los míos. De otros miedos, cero.
Y eso que conoce el infierno.
Bueno, a medida que hablas con gente que ha pasado por cosas más duras, relativizas. Pero el proceso de salir del hospital absolutamente roto, perdido e inseguro y tener que reconstruirme es lo peor que he vivido en mi vida, con muchísima diferencia.
¿Le sirvió su humor como terapia? En el libro lo derrocha.
Ese tiempo el humor no existe. Estás tan mal que no recuerdas la risa. Tu muestrario de emociones: pasión, tristeza, felicidad, está vacío, solo hay oscuridad.
¿Cuánto tardó en ver la luz?
No es un día concreto. Hay un proceso de unos tres años, hasta que vas remontando, haciendo cosas que te hacen sentir bien, pero sigues terriblemente inseguro. El proceso es muy, muy lento.
Dice haberse vuelto más egoísta y más empático. ¿Eso cómo es?
Egoísta en el sentido de que, si tú no estás bien, no estás bien con nadie. Digo “que os follen” a la gente que trata de meterte prisa, de decirte lo que tienes que hacer, de juzgarte desde el lugar donde están ellos y, sobre todo, a quien te recuerda que te ha echado una mano y le debes cosas, a esos que les follen. La empatía es que, con todo esto, he aprendido a que, en cuanto uno de los míos se tambalea un poco o hace algo raro, corro a ver si está todo ok inmediatamente. No pierdes nada preguntándole a alguien si está bien.
A eso todos decimos que sí.
Pero tú sabes que te mienten. Lo sabemos todos, pero fingimos. Lo que pasa es que no quieres descubrir nada más, pero los dos sabemos que estás mal. Nos cuesta. A mí, ahora, no me cuesta.
¿Se ha vuelto altruista?
No sé si es la palabra. Pero me he convertido en alguien extremadamente impaciente por compartir cosas que me sirven si creo que puedo ayudar a otros. La locura me ha hecho mejor persona.
¿Es un camino de perfección?
He hecho un ejercicio de reconstrucción consciente de mi personalidad. Ahora decido qué cosas quiero incluir y cuáles no. Se lo recomiendo a todo el mundo. Es un ejercicio duro, pero eficaz.
¿Se está haciendo a su gusto?
Me estoy haciendo de puta madre, no te engaño. Es como un puto videojuego. Me estoy haciendo una nueva skin, que dicen los chavales.
¿Y qué hace con las cosas que no le gustaban de usted?
Empiezas a cambiarlas, cada vez más. Esto no es de la noche a la mañana. Hay días que son una puta mierda. Pero ahora soy lo suficientemente consciente para irme a dormir enfadado, pero sabiendo que nada es para tanto.
¿Ha mutado de Ángel en ángel, con minúsculas?
Hostia, no pongas ese titular. Si digo que me estoy haciendo un ángel, me internan otra vez. Nunca he sido un mal tipo, pero muy probablemente ahora soy mejor.
¿Se gusta más ahora?
Muchísimo, dónde va a parar. Me gustaría ir a ver al de antes, abofetearle y decirle: mira en lo que me estoy convirtiendo, imbécil.
¿Cómo era antes?
Antes de estar loco era imbécil.
¿Y ahora?
Maravilloso, un puto ser de luz. Habéis puesto focos para el vídeo, pero no hacía falta.
¿Qué ve ahora en los ojos de los otros? ¿Lástima, curiosidad, ‘yuyu’?
Hostia, me vuelvo a arriesgar a que me internen otra vez, pero lo voy a decir: veo si me están diciendo la verdad o no, lo noto, es algo físico.
Podría trabajar como polígrafo.
Podría, pero saldría carísimo, también te digo.
En su noticiero digital clava la actualidad diaria en dos minutos hablando a todo trapo. ¿Tiene un metrónomo dentro?
Absolutamente. Mira, eso sí que me lo ha dado mi movida: el valor del tiempo. Antes no entendía la frase ‘el tiempo es oro’. Ahora, de repente, sí.
Muchos de quienes lo ven podrían ser sus hijos. ¿Vértigo?
Qué va, estoy fascinado con los chavales: nos llevan una ventaja que, como no entendemos, nos da rabia.
¿Rencor generacional?
Mi rencor generacional es con mi propia generación, por tontos, porque no son capaces de bajar el diferencial de los prejuicios y ver que los chicos y chicas tienen unas herramientas que nosotros no tenemos.
Al final no hemos hablado de sus abusos… digo de drogas.
¿Tienes?
Igual algún Lexatin o Lorazepam en el bolso.
No me interesa. Con eso te relajas, o duermes, pero te levantas muy cansado. Si puedes evitarlas, mejor.
¿Cuáles le interesan?
El éxtasis te lleva a un sitio muy extraño, mucho. Pero eso no quiere decir que lo recomiende, por lo menos delante de la cámara.
¿Legalizaría la marihuana?
Por supuesto. Yo ahora no tomaré drogas, porque a mí se me han torcido. Probablemente, fueron la gota que colmó mi vaso, sí. Pero si llego a saber que esto pasa, y que, usadas con moderación, no, igual no me hubiera pasado.
Clarividencia, control, omnisciencia, hablar con muertos, descifrar el universo… Leyendo su libro, casi dan ganas de estar loco.
Sí, me lo han dicho. Echo de menos algunas cosas de estarlo. Algunas sensaciones que, si no has tenido antes, no sabes a qué me refiero, porque para mí, entonces, eran reales, absolutamente reales. Pero sí puedes disfrutar de algunas cosas de forma mucho más intensa. Tiene que ver con abrir la mente. Jugar a sentir más. Imagínate ponerte unos cascos, vaciar la cabeza y prestar atención milimétrica a esa canción. La emoción es totalmente distinta. Te doy mi palabra. Pero para eso hay que apagar muchos diferenciales que tenemos encendidos.
¿Se puede ser un ‘exloco’?
Más que exloco soy un nuevo cuerdo. Sí, eso es lo que soy: un neocuerdo.
VOCES DE ALARMA
Hace cuatro años, Ángel Martín (Barcelona, 44 años) no solo oía voces, sino que veía señales en todo lo que le rodeaba y vivía en varios mundos y tiempos a la vez. No se lo inventaba, asegura. Eran sensaciones tan reales como las delirantes frases y fotos que publicó aquellos días en redes sociales. Su novia, la actriz Eva Fernández, fue quien dio la voz de alarma y logró llevarlo a un hospital psiquiátrico, donde pasó 10 días ingresado por un brote psicótico desencadenado, según los médicos, por el abuso de drogas y la depresión previa. Hoy, el comunicador publica Por si las voces vuelven, un libro donde narra, sin victimismo ni sensiblería ni morbo, qué se le pasaba por la cabeza en aquella época, y el posterior y difícil proceso que le ha llevado a ser “más que un exloco, un neocuerdo“.