Algún día caerá en la Tierra un meteorito de gran tamaño, capaz de provocar una catástrofe planetaria. Es una certeza. Lo que no sabemos es cuándo. DART (Double Asteroid Redirection Test o Doble Prueba de Redirección de Asteroides) es la misión liderada por la NASA para probar las posibilidades de alterar la trayectoria de estos cuerpos celestes como defensa planetaria. Este 24 de noviembre, a las 7.21 de la mañana, hora peninsular española, un cohete Falcon 9 de Space X ha partido desde la Base de Vandenberg (California). La nave que llevará a cabo esta misión histórica, bautizada con el mismo nombre de la misión, llegó el pasado mes de octubre a Vandenberg antes de ser lanzada para ensayar un método de desviación de asteroides llamado “impacto cinético”.
Hace más de 66 millones de años el impacto en Chicxulub cambió el curso de la evolución al provocar la extinción de los grandes reptiles. Varios observatorios automáticos rastrean el cielo cada noche, en busca de visitantes que puedan constituir un peligro similar con suficiente antelación. Porque el secreto de una buena defensa consiste en una detección precoz, cuando todavía haya tiempo de adoptar alguna medida.
Hasta ahora se han descubierto unos 20.000 asteroides cuya órbita puede acercarlos a nuestro planeta. La NASA considera peligroso cualquiera que supere los 140 metros de diámetro y pueda aproximarse a menos de 10 millones de kilómetros, quizá unos 5.000 en total. Aunque de momento no hay peligro para los próximos 50 años, la caída de una mole de ese tamaño podría ocasionar graves daños si se produce sobre zonas habitadas. El caso del meteorito de Cheliábinsk (Rusia) en 2013, aun sin haber causado víctimas mortales (pero sí cientos de heridos por la onda de choque y fragmentos de cristal), es un ejemplo del poder destructor de las rocas que caen del cielo.
Ante un posible impacto caben dos posibles cursos de acción: destruir el asteroide peligroso o alterar su curso para evitar que colisione con la Tierra. El primero ha sido tema de muchas películas catastrofistas, en especial Armageddon (1998) donde un heroico Bruce Willis y su equipo de perforadores petrolíferos se enfrentaban a un intruso “del tamaño de Texas”.
Armageddon ostenta el dudoso récord de acumular el máximo número de errores científicos en poco más de dos horas de proyección. Desde el estruendo de las explosiones en el vacío del espacio (un clásico de todas estas películas) hasta el monstruoso tamaño que se atribuye al meteorito, pasando por la detonación de un ingenio nuclear tan modesto que apenas le haría cosquillas al asteroide. Hay quien ha calculado que para romper un cuerpo de semejante tamaño se hubiesen necesitado 10.000 millones de bombas como la Zar soviética de 50 megatones, la más potente jamás probada.
La mayor parte de asteroides que podrían representar un peligro real son de dimensiones muy inferiores. El que acabó con los dinosaurios, de unos diez kilómetros de diámetro, era un verdadero gigante; la mayoría de los que se han catalogado no pasan de unos centenares de metros. Eso hace pensar que en el futuro, con la tecnología apropiada, sí que sería posible desviarlos de su ruta. Naturalmente, si se les descubre a suficiente distancia; como mínimo, más allá de la órbita de Júpiter.
Primer ensayo
En 2005, NASA ya hizo un primer ensayo: estrellar una nave de casi 400 kilos contra el núcleo del cometa Tempel 1. Es un blanco enorme, una especie de patata gigante, de 15 kilómetros de longitud. No es de extrañar, pues, que apenas notase la colisión. Pero algún efecto sí tuvo: su velocidad se redujo en medio milímetro por hora con la consiguiente alteración de su trayectoria. Ahora el Tempel 1 se acerca al Sol diez metros más que antes del choque (si es que desde entonces, la atracción de Júpiter no le ha hecho cambiar de curso, cosa más que probable). Nadie lo midió, claro; son meros cálculos teóricos.
Ahora, las agencias espaciales estadounidense e italiana están por repetir el experimento. Muy apropiadamente, el nombre del proyecto es DART (dardo en inglés). Esta vez, como objetivo se ha elegido el asteroide 65803 Dídymo, un pedrusco de 700 metros de diámetro que de vez en cuando se nos aproxima, aunque sin peligro de colisión.
Dídymo es uno de los pocos asteroides binarios que se han catalogado, aunque no el único. De hecho, su nombre significa gemelo. A su alrededor gira un satélite –Dimorfos– aún más pequeño, con solo unos 100 metros de lado a lado. El año 2003, durante su acercamiento a la Tierra, el radiotelescopio de Arecibo consiguió una secuencia de imágenes por radar, en la que se aprecia muy bien el ballet de la extraña pareja.
Dídymo gira con mucha rapidez. Su día dura apenas dos horas y media. Y Dimorfos completa una órbita a su alrededor cada 12 horas. Es casi un cronómetro en el espacio. Como Dimorfos tiene muy poca masa, resulta perfecto como blanco para este experimento. Cuando la sonda DART se estrelle contra esa diminuta luna, alterará su velocidad en medio milímetro por segundo, suficiente para modificar también su periodo de rotación quizás hasta unos diez minutos. Es una diferencia perfectamente medible desde la Tierra mediante radar o analizando sus variaciones de luminosidad en una técnica parecida a la que se emplea para detectar exoplanetas.
Una rápida misión
Para lo que suelen durar las misiones interplanetarias (años, si no lustros), esta será muy rápida. El impacto se producirá en octubre del año próximo. En parte, porque el asteroide se encuentra relativamente cerca de la Tierra (a unos 11 millones de kilómetros en el momento del encuentro) y en parte porque la nave irá acelerando durante la mayor parte de su viaje, gracias a un motor iónico. Para maximizar el efecto, el choque será de frente o sea, encontrando a Dídymo “a contramarcha”, a una velocidad combinada de casi 7 kilómetros por segundo.
Los motores iónicos como el que equipa la sonda DART producen muy poco impulso (tan solo unas décimas de Newton) pero durante mucho tiempo. El resultado es que van acelerando de forma casi imperceptible hasta alcanzar velocidades muy altas. Y con un gasto de combustible mínimo, ya que lo que expulsa por su tobera son iones de Xenon impulsados por un potente campo eléctrico. En sus depósitos lleva unos 60 kilos, pero probablemente en toda la misión no consumirá más de diez. O sea, unos 30 gramos por día.
En este caso, lo que sí consume es energía eléctrica, necesaria para acelerar los iones a velocidades cercanas a los 140.000 km/hora. Pero eso es gratis, gracias a dos grandes paneles de células fotoeléctricas: Unos 22 metros cuadrados, capaces de producir casi 4 kilowatios, más o menos, la potencia instalada de un hogar normal. Esos paneles se lanzan enrollados como persianas para que se desplieguen una vez en el espacio. Son tan enormes que resultaba difícil probarlos en tierra, así que hubo que enviar el prototipo a la estación espacial para poder abrirlo bien en condiciones de ingravidez.
DART transporta un compañero que se encargará de fotografiar el momento del impacto. Es un minisatélite construido por la agencia espacial italiana, equipado con una cámara de televisión. Se separará de la nave principal unos días antes del choque y, de hecho, será lo único que sobreviva al experimento, ya que la media tonelada de la nave está destinada a fundirse con el asteroide, en un espectacular despliegue de fuegos artificiales.
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