Un viaje por los antiguos países del telón de acero nos desvela curiosos museos y edificios del estilo brutalista que marcó toda una época en el Este de Europa. No es la arquitectura más vistosa del mundo, pero devuelve a una era, la soviética, justo en el momento en el que se cumplen 30 años de la caída de la URSS. Hoy, muchos turistas, nostálgicos y amantes de lo vintage vuelven la mirada a esos países, un terreno fértil para las distopías arquitectónicas.
Se conoce como brutalismo al estilo arquitectónico que triunfó entre los años cincuenta y setenta del pasado siglo, inspirado, al menos en teoría, en los trabajos de Le Corbusier. Su nombre hacía referencia al hormigón crudo (o béton brut, en francés) que eligió el arquitecto suizo para sus trabajos; el escritor y crítico de arquitectura británico Reyner Banham adaptó el término y lo llamó brutalismo. Son edificios fríos, con geometrías angulares repetitivas, desnudos completamente de ornamentos y creados normalmente en hormigón y en otros materiales estructurales de apariencia áspera (incluso de ladrillo, piedra, acero o cristal).
En Europa hay muchos ejemplos, desde el Southbank Centre de Londres hasta la Unité d’Habitation, obra maestra de Le Corbusier en la localidad francesa de Marsella. A España también llegó y tenemos ejemplos muy claros, como la Universidad Autónoma de Madrid, la torre del complejo Cuzco o la facultad de Ciencias de la Información de la Complutense de Madrid, la sede del Colegio de Médicos de Sevilla, la residencia Espai Verd de Valencia o La Fábrica de Ricardo Bofill, en Barcelona. Pero donde el viaje por el brutalismo nos lleva de verdad a otra época es en los países de la órbita soviética. Encontramos ejemplos en bloques de viviendas, palacios del pueblo, campus universitarios o museos. De la megalomanía de los dirigentes al culto al hormigón de los arquitectos de entonces quedan algunos ejemplos rotundos, desde el antiguo Berlín Oriental hasta Moscú y las exrepúblicas soviéticas. Aquí reunimos una selección.
La estética de la RDA en avenidas, plazas y museos
Berlín (Alemania)
Y para echar un vistazo a las maquinaciones de la RDA es casi obligado visitar el Museo de la Stasi, una lograda aproximación a la actividad de la temida policía secreta comunista, instalado en la antigua sede de este brazo represivo y agencia de inteligencia que ejercía el terror sistemático entre los ciudadanos, para lo que llegó a contar con 91.999 agentes fijos y unos 190.000 no oficiales, dedicados a espiar la vida cotidiana de la población.
En conjunto, Berlín tiene edificios brutalistas muy impresionantes, aunque para los arquitectos el punto culminante es la iglesia de Saint Agnes, del arquitecto y pintor alemán Werner Düttmann (1921-1983), considerado una de las figuras más importantes del panorama arquitectónico de la posguerra en Alemania. En la actualidad, está reconstruida como galería. O el Mouse Bunker, el antiguo laboratorio de experimentación animal construido en los años setenta y fuera de funcionamiento desde 2021. Con su fachada de hormigón en bruto y ventanas sin adornos, llama la atención por los prominentes conductos de ventilación y las ranuras a modo de ventanas. Parece una nave extraída del capitán Nemo o de Star Wars.
Un hotel y un centro comercial de inspiración estalinista
Praga (República Checa)
Cuando ya han pasado tres décadas desde la caída del comunismo no es fácil encontrar vestigios de aquella época en esta ciudad. Prácticamente han desaparecido todas las estatuas que poblaban las calles de Praga y los edificios han cambiado de actividad, cuando no han sido demolidos.
En un paseo por el precioso parque Letná, escenario de las protestas de la Revolución de Terciopelo que por vía pacífica y sin una gota de sangre acabó con el régimen comunista en 1989, se puede ver el restaurante Expo 58, ganador del premio al mejor pabellón en la Feria Mundial de Bruselas de 1958 y gran ejemplo de la arquitectura checoslovaca de la época.
Vestigios soviéticos en Bratislava y Banská Bystrica
Eslovaquia
En la colina de Slavín, al noroeste de la Ciudad Vieja, el monumento a la Guerra de Slavín —en homenaje a los soldados del Ejército soviético caídos en la liberación de la ocupación nazi— es uno de los pocos testimonios que quedan de arte del realismo social: un soldado sujeta una bandera que ondea románticamente en lo alto de un edificio. También es factible tomarse unas copas con Stalin, Lenin y compañía, en su versión petrificada, en el bar KGB.
En Banská Bystrica, a unas tres horas en tren desde Bratislava, encontraremos el Museo de la Insurrección Nacional Eslovaca, el mejor centro expositivo del país, en el interior de un edificio que parece un ovni partido por la mitad. Tras la visita, es buena idea acercarse a los montes del parque nacional de Vel’ká Fatra, en los Cárpatos occidentales, para completar un tramo del espectacular Cesta Hrdinov SNP (Sendero de los Héroes de la Insurrección Nacional Eslovaca): 750 kilómetros de recorrido que atraviesa el país de punta a punta.
Un selfi frente a las botas de Stalin
Budapest (Hungría)
El Memento Park o Parque del Recuerdo es una especie de Disneylandia socialista, a 10 kilómetros al suroeste del centro de Budapest. Reúne más de 40 estatuas, bustos y placas de Lenin, Marx, Engels y de héroes locales como Béla Kun, obreros sobrehumanos y demás. Los monumentos son una visión apabullante del realismo socialista, sobre todo si pensamos que al menos cuatro de esas enormes reliquias no fueron erigidas hasta finales de la década de 1980.
En un centro de exposiciones ubicado en un antiguo barracón se explican los sucesos de 1956 y los cambios producidos desde 1989 y se proyecta un documental con material insólito sobre los agentes secretos que recababan información de los “subversivos”.
Es el momento de hacerse un selfi con una reproducción de las botas de Stalin (lo único que quedó después de que la multitud arrancara de su pedestal la estatua que había durante la revolución de 1956) o delante de un auténtico Trabant 602, el coche del pueblo. La tienda del Memento Park es una mina de objetos kitsch, desde insignias comunistas hasta CDs con canciones revolucionarias, pósteres o libros.
El Palacio de la Cultura y de la Ciencia, un regalo de amistad
Varsovia (Polonia)
Varsovia fue destruida casi en su totalidad durante la Segunda Guerra Mundial y cuando las nuevas autoridades comunistas tuvieron que enfrentarse a la reconstrucción de la ciudad lo hicieron a lo grande, reproduciendo fielmente los edificios previos. Pero en medio de esta inspiración se incluyeron construcciones que son un puro derroche de hormigón y cemento, y que tienen su máximo exponente en el Palacio de la Cultura y la Ciencia, uno de los edificios más grandes de Europa.
Es casi obligatorio visitar el emblemático PKiN (abreviatura de su nombre en polaco), que fue un “regalo de amistad” de la Unión Soviética, construido a principios de los cincuenta. Es el edificio más alto de Polonia (231 metros) y su interior alberga un enorme centro de congresos, museos, un multicine y teatros. Un ascensor rápido conduce al mirador de la terraza en el piso 30, a 115 metros de altitud.
Pero no es el único ejemplo de brutalismo en la ciudad. En el proceso de reconstrucción de Polonia, los arquitectos tuvieron que hacer frente a la crisis habitacional de posguerra y, pasados los primeros años de influencia claramente soviética, se inspiraron en lo que estaban haciendo algunos arquitectos occidentales. Así, en la década de 1970 nacieron algunos de los proyectos arquitectónicos más importantes del país construidos durante el período de ocupación soviética: el Conjunto Residencial de la Plaza Grunwaldzki, en Breslavia; el Spodek, en Katowice; y el hotel Forum de Cracovia. Hasta la década de los ochenta casi todos los arquitectos se centraron en fabricar viviendas en gran escala, la mayoría con bloques de hormigón prefabricados. Por ejemplo, en el gueto judío de Varsovia, el complejo residencial Za Żelazną Bramą, considerado como uno de los principales hitos urbanos de la capital polaca.
Una flor gigante de hormigón contra la barbarie
Croacia
En la antigua Yugoslavia abundaban los monumentos y edificios industriales de estilo brutalista. Muchos han desaparecido, pero no es tan sencillo destruir grandes moles de hormigón, como la enorme estructura erigida en 1957 en honor a la revolución por el pueblo de Moslavina durante la Segunda Guerra Mundial; el monumento al levantamiento de Kordun, que se eleva en lo alto de la cadena montañosa de Petrova Gora; y, sobre todo, el monumento de Jasenovac, en forma de flor gigante hecha de hormigón, el más icónico de los muchos que se reparten por Croacia. Allí, en la frontera entre Bosnia y Croacia, tuvieron lugar algunas de las matanzas más brutales de la guerra, llevadas a cabo por la Ustacha, organización nacionalista croata, aliada del nazismo, sobre la población serbia.
El edificio Toblerone y otras joyas del brutalismo
Belgrado (Serbia)
Sin dejar la antigua Yugoslavia encontramos otros muchos edificios vintage que homenajean al hormigón gris. Cuando se va por la autopista desde el aeropuerto de Belgrado al centro de la ciudad es imposible no contemplar la Torre Genex, una de las joyas del brutalismo soviético: dos bloques elevados, conectados por un puente y coronados por un restaurante giratorio que hace tiempo que cayó en desuso. Es todavía el segundo edificio más alto de la capital serbia. Fue diseñado en 1977 por Mihajlo Mitrović, y está ubicado en el distrito de Nueva Belgrado, un barrio diseñado y planificado enteramente durante los años del comunismo. Yugoslavia hizo propio el estilo brutalista desde los años cincuenta e intentó que se convirtiera en una seña de identidad visual y de diferenciación con Occidente. Hoy uno de los pilares de la torre está vacío y el otro es residencial. El restaurante superior cerró en los años noventa, pero allí permanece imperturbable este emblema de la arquitectura soviética.
La otra gran referencia del brutalismo soviético en Belgrado es el llamado Palacio de Serbia (antes llamado Palacio de la Federación). Se encuentra también en Nueva Belgrado y fue inaugurado en 1961 con motivo de la primera conferencia de jefes de Estado de los Países No Alineados, que tuvo lugar aquí. Con él se quería construir no solo un edificio, sino un hito urbano de la futura Nueva Belgrado. Antigua sede del Gobierno de la República Federal de Yugoslavia, por él han pasado líderes mundiales y nunca se escatimó en gastos para amueblarlo: los muebles y alfombras fueron hechos a mano y participaron los artistas más destacados del país con sus pinturas y mosaicos. El exterior del edificio es de hormigón, pero el interior es de mármol y, por supuesto, no faltan las arañas de cristal gigantes adornando sus cúpulas.
Por toda la ciudad hay muchos otros tótems levantados en aquella época, como el llamado edificio Toblerone, porque su forma exterior se asemeja a la popular barra de chocolate, o el original Museo de la Aeronáutica, casi en forma de ovni, situado en el aeropuerto de la ciudad.
Buzludzha, el brutalismo olvidado
Bulgaria
Otro de los paraísos del turismo vintage soviético es Bulgaria. Y una de sus joyas es la torre Shipka, el mayor monumento que se conserva todavía en los Balcanes, Está en lo alto de la Stara Planina, la vieja montaña, que atraviesa Bulgaria. Allí hay dos cumbres, una de ellas culminada por esta constricción que conmemora la victoria de las tropas búlgaras frente a los turcos en 1878. Desde ella se vislumbra Buzludzha, un edificio construido en lo alto de una montaña donde se formó en la clandestinidad el Partido Socialista Búlgaro, predecesor inmediato del Partido Comunista Búlgaro, que fue durante años el símbolo del poder perpetuo en Bulgaria. Cuando cayó el comunismo en Europa del Este el nuevo Gobierno de Bulgaria decidió dejar de mantenerlo. Sus ruinas de hormigón, con un aspecto extraterrestre y coronadas por una torre de 75 metros de alto, resultan hoy casi poéticas. Decadente y desierta, representa el pasado soviético que los búlgaros han intentado olvidar. En el interior todavía se adivinan las decoraciones con elementos simbólicos, como una enorme hoz y un martillo (símbolos de la unión de los trabajadores, y del comunismo) que corona el techo de la cúpula.
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