Mientras la mayoría de sus colegas, especialmente los masculinos, y como manda el tópico del detective televisivo, se endurecen por la brutalidad de su trabajo, buscan refugio en el alcohol o se extravían por vericuetos morales alternativos para fabricar su propia ley, Olivia Benson —Mariska Hargitay, protagonista absoluta de Ley y Orden: Unidad de Víctimas Especiales que mañana vuelve a Calle 13— ha realizado un viaje a la inversa.
A Benson, el tiempo, y sobre todo los “abyectos crímenes” que combate desde la comisaría del distrito 16, la han vuelto más empática, más tolerante, más abierta. Apenas queda nada en ella de la policía moderadamente insolente, otra vez manda el tópico, que hace ya más de 20 años miraba desdeñosamente a prostitutas y adictos. Las cosas se han torcido tanto en el mundo que la ahora capitana sabe que carece de sentido posicionarse en las abarrotadas filas del cinismo; ni hay sitio ni procede aportar más desencanto y más hiel. Flanqueada por dos retratos, su hijo Noah y la jueza Ruth Bader Ginsburg, toda una declaración de intenciones, ha convertido su despacho en un santuario moral desde el que combatir los crímenes sexuales y confortar a las víctimas.
Que tras más de dos décadas la serie de Dick Wolf siga en antena es tan inusual como que se mantenga en plena forma y nos regale capítulos prodigiosos como En el año que caímos todos, el homenaje que la pasada temporada dedicaron a los estragos de la pandemia en la ciudad de Nueva York. Solo que los galardones televisivos vivan obnubilados por el fulgor de las plataformas explica que el extraordinario duelo interpretativo entre Hargitay y Sarita Choudhury no se llevase una saca de premios. Tampoco los necesita, tiene el mayor: el fervor de una legión de seguidores adictos a su dun-dun.
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