Después del bochorno


Después del bochorno, las secuelas. O en positivo, las lecciones. Pistas, para la reflexión y el futuro, que nos deja la tormentosa sesión parlamentaria del jueves, en la que se aprobó la reforma laboral con defecciones y errores cruzados de varias señorías.

1. Error de un dirigente. El diputado popular que se equivocó, votó sí y brindó al Gobierno una victoria ajustadísima, Alberto Casero, no es un tipo de a pie. Es la mano derecha de Teodoro García Egea, segundo del PP y de Pablo Casado. No merece los memes que proliferan. Tampoco ninguna confianza. ¿Qué empresa contrataría a un directivo que en una tarde se equivocó no una vez, sino en cuatro de las 17 votaciones registradas? La cuarta parte. Y por partida doble: cada voto telemático debe repetirse, por seguridad. Y ¿qué seriedad laboral es esa de hacer pellas alegando gastroenteritis y reintegrarse al poco? ¿Azaroso? ¿Inevitable, en un equipo de luces cortas? Exiliada la extrema Cayetana, ¿quién vale qué en el directorio de Casado?

2. La informática no es culpable. Sabedora del fiasco, la portavoz popular Cuca Gamarra alegó que el de Casero no era un error personal, sino culpa de la informática, único asidero legal para reformular su voto. Imposible, informó el letrado mayor —y explicó la presidenta, Meritxell Batet—, pues se requiere un segundo clic confirmador, inconfundible. Y no consta, ay, que Casero quisiera revertir sus otros tres errores: ¿amor propio selectivo? No imputen sus torpezas desviándolas a la tecnología.

3. Pucherazo y prevaricación. Casado, tremendista, acusó a Batet de pucherazo (meter con puchero papeletas en la urna, como prodigó el conservador Romero Robledo, el pollo); y, huero de equilibrio, del delito de prevaricación. Cuidado: la acusación falsaria de un delito es delictiva. El bajón en las encuestas de Castilla y León, que le quitan la mayoría absoluta y le rinden a Vox, tras tanto tiempo de emular a los ultras, no vale de excusa.

4. Fracasos coaligados. Podemos no garantizó el apoyo de Esquerra y Bildu, sus amigos preferentes: Irene Montero e Ione Belarra siesteaban. Y el PSOE no logró la mayoría alternativa, aun haciéndola verosímil. Acusar a los dos de UPN de tamayazo (beneficiarse de sobornos del PP), como hizo Adriana Lastra, sin pruebas, es un exceso. Aunque haya indicios: no porque renegaran de su compromiso (viva la libertad del diputado); porque, sinuosos, ocultaron eso (abajo su falsedad) aviesamente.

5. Votar en favor de los ultras es un bumerán. Quizá lo hayan aprendido los de Esquerra, como insinuaban sus caras atónitas. ¿O postulan un Gobierno que devuelva a sus líderes a la cárcel?

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