Las vísceras están de moda en la novela negra española. Influido por el éxito de Carmen Mola, el género se ha fijado como en ningún otro país de Europa en la literatura nórdica de sangrientos asesinos en serie y psicópatas, una opción que arrastra una gran comunidad de lectores pero que tiene también detractores. Unos y otros se dan cita estos días en BCNegra, donde sometemos a debate los límites de la violencia.
Agustín Martínez, escritor y guionista y un tercio de Carmen Mola, lo tiene claro: “Cuando arrancamos con Mola decidimos abordar una exploración de la violencia y, desde que te decides a meterte en el relato de una violencia extrema que salpica a la sociedad, nos parecía pacato mirar a otro lado. El lector necesita saber lo que queremos contar. La descripción es necesaria. Pero luego el lector completa mucho cuando recrea la escena en su mente”. Dos detalles para ilustrar el terreno que pisamos. La novia gitana, su primera novela, comienza con una mujer a la que han trepanado el cerebro y le han metido gusanos para que se la vayan comiendo. En La bestia, ganadora del Premio Planeta, unos niños juegan despreocupados en las calles de Madrid en 1833 con un objeto esférico que no es una pelota sino la cabeza de alguien.
Agustín Martínez, en primer plano, junto a Jorge Díaz y Antonio Mercero en Barcelona en octubre de 2021.Quique Garcia (EFE)
En ese mismo bando milita Pierre Lemaitre. El francés, brillante polemista, se revuelve con ironía contra los críticos de la violencia y dedica en su reciente Diccionario apasionado de la novela negra (Salamandra) un capítulo a este asunto: “El tema de la violencia resulta bastante enigmático. Si la gente compra novela negra es porque quiere leer sobre crímenes: una novela policiaca sin crímenes tiene pocas posibilidades de gustar. En cuanto a la moda de los asesinos en serie, todo parece indicar que los lectores quieren todavía más”. Él usa todos esos ingredientes con habilidad en novelas no aptas para estómagos sensibles. Sirva de ejemplo esta descripción en las primeras páginas de Irène (Alfaguara), la novela con la que arranca la serie del comisario Camille Verhoeben: “En el suelo, a la derecha, yacían los restos de un cuerpo destripado y decapitado, cuyas costillas rotas atravesaban una bolsa roja y blanca, sin duda un estómago y un seno, el que no había sido arrancado, aunque era bastante difícil distinguirlo, ya que ese cuerpo de mujer estaba cubierto de excrementos que ocultaban, en parte, innumerables marcas de mordeduras. Justo enfrente, sobre la cómoda, se encontraba una cabeza con los ojos quemados…”.
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El debate viene de lejos. A lo largo de los años, se han manifestado contra los excesos Fred Vargas (“no es que la violencia no me interese, es que huyo de ella”) o John Banville (“son libros en los que cada diez minutos encuentras algo de violencia extrema, no estoy nada a favor y probablemente por eso no tengo best sellers”). En España, Alicia Giménez Bartlett, creadora de Petra Delicado, personaje al que ha homenajeado el festival, milita en el mismo bando con la parecida intensidad. “En tiempos pasados, se escandalizaba a la gente por motivos ideológicos o sexuales. Cada día es más difícil escandalizar en un mundo convulso y que lo ha visto todo. Solo la violencia y la crueldad explícita parecen convocar el interés del público. La morbosidad vende, y eso ha provocado una escalada de sangre y vísceras que consigue lectores. Todo consiste en ir aumentando las cantidades para superar el nivel. Por desgracia ese proceder encubre una enorme pobreza imaginativa y, lo que es peor, una calidad literaria a la baja”. La última entrega hasta el momento de la serie de Petra Delicado se titula Sin muertos (Destino), toda una declaración de intenciones.
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SuscríbeteAlan Parks, el pasado jueves en Barcelona.Marta Pérez (EFE)
El problema del psicópata como material literario es que carece de anclajes morales, consideran varios de los autores consultados. “Aparte del abuso de lo explícito, lo que me parece más grave es que si en la Biblia había violencia también se presentaba un dilema moral, pero hoy en día no hay un dilema, porque el psicópata no tiene empatía, la víctima es un número más, no hay una razón para esa violencia y eso me parece atroz, porque justifica la basurización de los cuerpos”, sostiene, por ejemplo, Eugenio Fuentes.
“Leí a un autor nórdico, no recuerdo el nombre, y en las primeras páginas hablaba de un hombre golpeado hasta la muerte, una y otra vez, una y otra vez y me dije, no quiero estar aquí. No soy un gran fan de la porno tortura”, comenta el escocés Alan Parks, creador de la serie de Harry McCoy, un policía en el Glasgow de los setenta, una época dura y violenta retratada con elegancia en novelas como Bobby March vivirá para siempre (Tusquets). Arantza Portabales empieza Belleza roja (Lumen) con una joven muerta en el suelo de su casa, anegada en sangre. Y, sin embargo, sus novelas van por otro lado. “No me preocupa tanto la violencia y un exceso de casquería, como que el recurso sea gratuito. No te tienes que dejar llevar por una moda o una tendencia”, comenta.
Aproximaciones diferentes
Hay casi tantas aproximaciones a la violencia como autores. Fan de Bret Easton Ellis y su capacidad para describir detalles en American Psycho, Virginia Feito ha apostado sin embargo en su debut, La señora March (Lumen), por una aproximación psicológica que huye de “los thrillers hechos con molde, uno tras otro”. Así lo explica: “Donde de verdad me ensaño con la violencia es en el interior, en lo que se dice la mujer a sí misma, su cuerpo le da asco, su hijo le da asco, y luego está, por ejemplo, la violencia extrema de un parto. Una manera distinta de describir la violencia”.
El inglés Chris Whitaker fue apuñalado tres veces en la calle cuando tenía 19 años. Esa relación personal con la violencia explica la aproximación que acomete en Empezamos por el final (Salamandra) una novela con una fuerte carga emotiva que se fija más en los personajes y en sus vidas, atravesadas de una u otra forma por un hecho criminal. “Estoy mucho más interesado en el porqué y en qué lleva al crimen que en el crimen en sí mismo. Después de todo aquello, durante mucho tiempo no quise ver nada ni leer nada violento. Ahora no me interesa como escritor, pero no tengo ningún problema en disfrutarlo como lector. Sin embargo, creo que es mejor proporcionar al lector esa sensación sin hacerle pasar por descripciones disruptivas”.
Curiosidad, morbo, pero, sobre todo, la sensación de confort que se experimenta al observar algo terrible desde la atalaya de un hogar o de cualquier lugar tranquilo y a salvo son las explicaciones que unos y otros encuentran a la fascinación del lector por la violencia, sea en el grado que sea. ¿Cómo se ve desde el lado de los analistas? Paz Velasco, criminóloga y autora de Homo criminalis (Ariel) aporta el componente antropológico: “Nuestra dualidad como sapiens nos empuja a querer saber el porqué de la conducta violenta y el crimen, tratando de racionalizar o de justificar desde las patologías, actos crueles y aberrantes contra otros seres humanos. Como lectores consumimos maldad al mismo tiempo que tratamos de alejarnos de ella, ya que esa maldad es la otra cara de nuestra humanidad”. Y avisa sobre un factor a tener en cuenta: los asesinos en serie contemporáneos están muy bien creados y su evolución muy lograda desde el punto de vista conductual.
Ahora bien, como reconocía Banville, algo funciona. Nos gusta mirar. Nadie lo sabe mejor que los tres autores detrás de la marca Carmen Mola. “La acogida nos sorprendió mucho porque de entrada tenía una violencia alta que creíamos que iba a restringir el público, pero luego vimos que es justo lo contrario, que la gente ha entrado muy bien en ese tono”, comenta Agustín Martínez. Parece que nos queda violencia, y extrema, para rato.
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