Cuando uno insulta o menosprecia a alguien por su origen racial es evidente que está cometiendo un acto racista. Pero muchas veces el racismo no es tan obvio: se puede renegar de él pero tomar decisiones que obedecen a un impulso racista inconsciente. Por eso, una buena forma de analizar los niveles de racismo de una sociedad es estudiar los datos del progreso social de las minorías. Una sociedad que da la bienvenida al extranjero pero luego no le permite ascender en la escalera social y le condena a ocupar siempre los empleos más bajos y peor pagados es una sociedad racista.
En el Reino Unido hay una extraordinaria conciencia ciudadana y un consenso social y político que condena el racismo. Pero, al mismo tiempo, ha triunfado el Brexit, que es un problema demasiado complejo como para reducirlo a racismo, pero tiene un gran poso racista tanto por su rechazo al inmigrante como por la añoranza de un pasado que en realidad es el de un imperio de hombres blancos, una sociedad mucho menos diversa que la actual. Pero todo eso es subjetivo. ¿Qué dicen las cifras? Dicen, por ejemplo, que solo 54.900 de los 3,9 millones de responsables (encargados, directores, altos ejecutivos) de la economía británica proceden de minorías, según un estudio publicado en 2020 por Business in the Community (BITC), un organismo fundado en 1982 bajo el patrocinio del príncipe de Gales para promover una economía responsable. Es decir, solo el 1,5% en un país en el que el 15% de la población forma parte de una minoría étnica. Quizá peor aún, ese dato significa una ínfima mejora del 0,1% respecto a 2014.
Y en el fútbol, ¿cómo vamos? De entrada, muy bien. El racismo rampante de los años 70 y 80 ha desaparecido. El número de jugadores de minorías oscila entre el 25% y el 30% del total; muchos juegan en la selección de Inglaterra; casi todos los futbolistas de la Premier hincan la rodilla antes de cada partido en nombre de la igualdad…
Pero detrás de esa aparente normalidad encontramos el mismo problema que en la vida cotidiana: la diversidad desaparece cuando uno examina las cifras en los cargos jerárquicos. En los equipos mandan los entrenadores y en el campo mandan los árbitros. En la Premier hay un solo entrenador negro: Patrick Vieira (Crystal Palace). Había dos al empezar la temporada, pero Nuno Espírito Santo duró cuatro meses en el Tottenham.
Los árbitros aún están peor. No hay ninguno ni en la Premier ni en segunda. Ninguno. Cero. Nil. En las dos divisiones siguientes solo hay un árbitro de una minoría étnica, Sam Allison, un exbombero y exfutbolista semiprofesional que en agosto de 2020 se convirtió en el primer negro que arbitraba un partido de categoría nacional en Inglaterra desde que en 2009 se retiró Uriah Rennie, el único hombre negro que ha arbitrado en la Premier. En total hay solo cuatro árbitros de minorías étnicas entre los más de 200 que conforman las siete primeras divisiones del fútbol inglés.
Según la federación inglesa hay 2.000 árbitros de minorías étnicas entre los 24.500 trencillas del país. Unas cifras muy por debajo de los porcentajes de diversidad del conjunto de la población y que son incluso poco creíbles porque incluyen a los blancos no británicos. Es decir, un irlandés o un polaco es contabilizado como miembro de una minoría.
Los defensores de la equidad racial en el mundo arbitral creen que el problema de que no haya más diversidad en las primeras categorías es que los ascensos acaban dependiendo de los informes que hacen los observadores de la federación, que tienen un perfil de hombre-blanco-mayor y que han sido a menudo acusados de racismo; consciente unas veces, inconsciente otras. No es una gran sorpresa: el responsable de velar por la diversidad en el arbitraje inglés es el excolegiado David Elleray, él mismo acusado en 2014 de realizar comentarios racistas. Tras reemerger aquellas acusaciones hace unos meses, dijo que se retirará esta temporada.
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