La amenaza es más fuerte que su ejecución. Vladímir Putin ha violado ese principio, formulado hace más de un siglo por el famoso ajedrecista Aaron Nimzóvich. Y a las desgracias mucho más importantes que ello causa se añade una convulsión del ajedrez mundial. La Federación Internacional (FIDE) ha tomado medidas muy duras que sitúan en una posición delicada a su presidente, el economista Arkady Dvorkóvich, ex asesor de Putin y ex primer ministro adjunto a Dimitri Medviédev. Además, Anatoli Kárpov y Gari Kaspárov, protagonistas de la mayor rivalidad en la historia de todos los deportes, se alinean ahora en bandos opuestos.
La FIDE, que engloba a 198 países, ha cancelado su Asamblea General (que este año incluye elecciones a presidente) y la Olimpiada de Ajedrez, previstas para Moscú del 26 de julio al 8 de agosto (así como la Paralimpiada, programada en otra ciudad rusa, Janti Mansiisk), donde se esperaba la asistencia de unas 3.000 personas. Varias fuentes asiáticas han confirmado a este periódico que hay “buenas perspectivas” para trasladar los tres certámenes a India “u otros países que también han mostrado interés”, a pesar del millonario coste de todo ello.
Además de condenar explícitamente la agresión a Ucrania, el Consejo de la FIDE (del que forman parte 25 miembros de una veintena de países), prohíbe toda competición oficial en Rusia y Bielorrusia, obliga a que los jugadores de ambos países tengan que competir sin sus banderas e himnos, suspende toda relación con patrocinadores rusos o bielorrusos y abre expediente a Serguéi Kariakin, subcampeón del mundo en 2016, por haber apoyado públicamente la agresión contra Ucrania. Kariakin, al igual que su compatriota Ian Niepómniashi, actual subcampeón, quien se ha mostrado claramente en contra de la invasión, están clasificados para el Torneo de Candidatos de Madrid (15 de junio al 7 de julio). El campeón del mundo, el noruego Magnus Carlsen, también ha condenado el ataque de Putin a Ucrania.
Aunque esas decisiones hayan sido tomadas coralmente, no hay duda de que sitúan en una posición muy incómoda a Dvorkóvich, quien, con el visto bueno del Kremlin, sucedió en 2018 a otro ruso caído en desgracia internacional, Kirsán Iliumyínov, como presidente de la FIDE, y probablemente será el único candidato en las elecciones recién suspendidas. Además, Dvorkóvich preside también Skólkovo, el centro de innovación ruso más parecido -pero salvando una distancia enorme- a Silicon Valley. Según varios testimonios recogidos por este periódico en personas muy bien relacionadas con el poder en Moscú, el mandato de Dvorkóvich en sus diversos puestos gubernamentales entre 1994 y 2018 (también dirigió el Comité Organizador del Mundial de fútbol en Rusia, en 2018) se ciñó siempre a los asuntos económicos (se formó en la universidad de Duke, EEUU), sin entrar nunca en el barro de la política. Sin embargo, todo indica que la actual situación puede ocasionarle serios problemas. Dvorkóvich no ha contestado a una petición de EL PAÍS para dar su opinión personal, más allá de su apoyo como presidente a las decisiones del Consejo de la FIDE.
Por otro lado, la histórica rivalidad entre Kárpov y Kaspárov se refleja ahora en un escenario muy distinto al tablero de 64 casillas. Kárpov es diputado del Parlamento de Rusia por el partido de Putin y, pocos días antes de la invasión de Ucrania, votó a favor del reconocimiento de las regiones ucranias de Donietsk y Luhansk como territorios rusos. No consta que haya opinado después sobre la agresión militar, pero esa votación le incluye automáticamente entre los 351 parlamentarios rusos sancionados de inmediato por la Unión Europea y EEUU. Por tanto, es muy improbable que pueda viajar a España para presentar una reciente película sobre su vida, como tenía previsto hacer en abril.
Kaspárov está en el extremo opuesto de este tablero. Detenido varias veces por la policía, tras retirar en 2008 su candidatura a la presidencia de Rusia “por la constante obstrucción de los medios oficiales”, en 2013 era uno de los tres opositores a Putin más populares, junto con Borís Niémtsov y Alexéi Navalny. Kaspárov decidió emigrar entonces a Nueva York porque su vida corría peligro en Moscú. Niémtsov fue asesinado menos de dos años después. Navalny fue envenenado en 2020, encarcelado en 2021 y condenado repetidamente a varios años de prisión acumulados hace pocas semanas. Kaspárov es ahora el opositor exiliado más conocido junto al magnate Mijaíl Jodorkovsky (que vive en Londres), preside una organización de derechos humanos (Human Rights Foundation) y es muy activo contra Putin en conferencias, entrevistas de prensa y redes sociales.
En ellas abundan estos días los testimonios que recuerdan cuán acertado estuvo Kaspárov en sus detallados análisis sobre Putin y el futuro de Rusia en su libro Winter is coming (Llega el invierno, 2015), cuyo subtítulo se traduce así: “Por qué Vladímir Putin y los enemigos del mundo libre deben ser frenados”. Kaspárov respondió el 24 de febrero: “Dejen de decirme que tenía razón, y escuchen lo que digo ahora”, que puede resumirse en: 1) Apoyar a Ucrania de todas las maneras posibles; 2) Provocar la bancarrota de Rusia; 3) Expulsar a Rusia de toda clase de instituciones; 4) Retirar a todos los embajadores en Rusia; 5) Prohibir todos los aparatos de propaganda de Putin; 6) Descubrir y actuar contra todos los lacayos de Putin en el mundo libre; 7) Reemplazar el gas y petróleo rusos.
Este domingo, Kaspárov tuiteó: “Mi amigo Borís Niémtsov fue asesinado por Putin en Moscú hace hoy siete años. Murió el mejor de nosotros, la mejor última oportunidad para la democracia rusa. Ahora vemos cómo Putin intenta asesinar la democracia ucrania también”.
Leontxo García es, además de periodista, consejero de la FIDE para ajedrez educativo desde 2019
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