“No se trata de hacer, sino de enseñar a hacer”. El primer arquitecto africano en ganar el premio Pritzker marca un cambio de paradigma en la historia de este galardón al celebrar a un profesional que consigue actualizar la tradición y reunir dinero para construir por encima de reconocer al que mejor construye con medios menos limitados. Diébédo Francis Kéré (Gando, Burkina Faso, 56 años) representa al arquitecto como guía para el cambio hacia una construcción más sostenible ―con medios locales y más lógica que tecnología― colaborativa y compartida. También la esperanza de que la arquitectura ayude más a mejorar la suerte de mucha gente que la fortuna de unos pocos.
Más información
No es la primera vez que un proyectista se convierte en promotor ―muchos españoles lo hicieron durante décadas en el siglo XX―. Tampoco la autoconstrucción es extraña, sino más bien la norma en buena parte del mundo. En Europa, era habitual que las catedrales las levantaran entre ciudadanos. Y hasta mediados del siglo pasado fueron los propios habitantes quienes construyeron las viviendas españolas más pobres. Lo que sí se cuenta con los dedos de una mano son los promotores que no han sido inversores, es decir: que han querido cambiar la suerte de una población antes que la de su cuenta bancaria. Es el caso del Pritzker 2022. La historia de Kéré parece una mezcla entre un cuento de hadas y un lavado de conciencia del mundo occidental. Que resulte increíble da una idea de la dureza del mundo en el que ha conseguido construir, primero, y cambiar esquemas, después. Que el jurado no haya querido que quede como una anécdota pintoresca y excepcional denota que el Pritzker quiere volver a ser un referente.
Clínica en Léo (Burkina Faso), 2014.
Hijo primogénito del jefe de un poblado en Gando (Burkina Faso), a Kéré le tocó estudiar y odió hacerlo. Tenía siete años. Pasó de ocuparse de llevar agua y jugar con sus 12 hermanos a caminar solo 20 kilómetros al día para aprender a leer y escribir en una escuela de Tenkodogo. Aquel colegio estaba construido con bloques de hormigón y muy mal ventilado. Kéré no olvidó el calor que pasó en ese edificio. Por eso, cuando, becado para convertirse en carpintero en Berlín, prolongó sus estudios hasta graduarse como arquitecto en 2004, tuvo una idea fija en la cabeza: que los hijos de sus amigos tuvieran sus oportunidades y que pasaran menos calor.
Más información
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete
Fue entonces, estudiando arquitectura, cuando se convirtió en promotor. Reunió dinero para levantar la Escuela Primaria de Gando. Sabía cómo construirla: ventilada. Los hombres harían el barro y los ladrillos, mientras que las mujeres alisarían el suelo. La cubierta quedaría elevada sobre el muro para dejar pasar el aire y evitar parte del calor. Para 2001, Gando seguía sin electricidad y sin agua corriente, pero tenía escuela. “Con la gente implicada, los diseños prosperan. El mejor mantenimiento es el entusiasmo”, explicó a EL PAÍS en 2015.
Hoy en Gando esa escuela ha crecido. Los 120 niños iniciales son ahora 700 alumnos. Hay una residencia para los profesores y, no lejos, una clínica equipada para poder operar. Todas las cubiertas dejan pasar el aire, el marco de las ventanas se extiende hasta la calle para frenar el soleamiento. Todo lo han construido Kéré y su equipo. A medio camino entre Berlín y Gando, ahora el burkinés tiene doble nacionalidad, el reconocimiento del planeta ―da clases en Harvard y en Yale y la AIA o el RIBA lo hicieron arquitecto honorífico― y, habiendo cambiado la escala de valores de la arquitectura, le queda por demostrar hasta dónde puede llegar como proyectista.
Escuela primaria en Gando (Burkina Faso), 2001. Escuela primaria en Gando (Burkina Faso), 2001
El año pasado, Keré culminó en Kenia el Campus del Lions Club, una residencia para estudiantes de tecnología de la información. El proyecto es clave en su trayectoria. Aunque ya había salido a construir una comunidad en Mozambique y aunque ya había mejorado el aislamiento de los edificios empleando una pantalla de lamas de madera (Escuela Secundaria Schorge en Koudougou), aquí la escala es otra. La protección de la calima es mejor. El entendimiento de la topografía es orgánico.
La historia de Kéré es tan valiosa como pintoresca. Tal vez por eso, el arquitecto corrió el riesgo de ahogarse en su propio éxito. Sucedió cuando comenzaron a pedirle intervenciones temporales en museos como la Royal Academy (2013) o el pabellón temporal de la Serpentine en Londres (2017). Kéré explicó entonces a EL PAÍS que esas intervenciones aumentaban su fama, informaban de otra manera de construir y le permitían reunir fondos para seguir construyendo en África. La doble lista ―oculta en tantos arquitectos conocidos― o pública en Francis Ford Coppola ―que hacía Padrinos para producir películas más arriesgadas― había llegado a la arquitectura. Solo que, en el caso de Kéré, dejar de construir es un riesgo para mucha más gente que él. ¿Lo tiene todo hecho, entonces? ¿Qué premia el Pritzker?
Aunque acumule reconocimientos, que este galardón corona, y aunque ya haya hecho historia como arquitecto ―transformando la figura del proyectista en guía para la construcción de comunidades y edificios―, la escala metropolitana será el nuevo reto de Kéré. En Porto-Novo, la capital de Benín, construye un parlamento que se ha adelantado al que también ha proyectado para la capital de su país: Uagadugú. El tamaño y la ambición de estos edificios decidirán el futuro de este arquitecto que ya es histórico.
Proyecto del Parlamento de Benín en Porto-Novo, 2021.
No será la primera vez que el Pritzker tiene la oportunidad de redoblar la reputación del premio con quien ya ha recibido el galardón. Sucedió con los suizos Herzog & de Meuron. Tras hacerse con él en 2001, los autores del Caixaforum de Madrid reinventaron su propia arquitectura con el Estadio Olímpico de Pekín, el Rascacielos en Leonard Street de Nueva York, el Museo De Young en San Francisco o la Elbphilarmonie de Hamburgo. Los de Basilea se renovaron ampliando su registro y el de la arquitectura. Se hicieron, además, previsibles en calidad e imprevisibles en las formas, las soluciones y los materiales. Ese es ahora el paso que le queda por dar a Kéré, un proyectista de nueva generación que ha conseguido que su arquitectura “involucre a la gente y abandone el egocentrismo”. “Para mí la arquitectura es un reto. Una vía para solucionar problemas y aportar algo a la sociedad”, explicó en su conversación con EL PAÍS en 2015. Eso lo tiene hecho. El siguiente paso lo anunció también en aquella entrevista: “Si empiezas bien, solo puedes continuar cambiando”.
Obras emblemáticas
Recién licenciado en Berlín, el arquitecto reunió el dinero para construir una escuela en su poblado y dar a sus habitantes la oportunidad que él había tenido. Actualizó la manera tradicional de construir, adelantando medidas bioclimáticas como el techo elevado para ventilar.
Una década después, también este conjunto de edificios parece un cuento feliz. El dramaturgo alemán Christoph Schlingensief quiso construir una Ópera en África. Pero las fuertes inundaciones lo inclinaron a levantar un poblado con escuela, teatro y viviendas.
Con ladrillo y tierra compactada, Kéré y su estudio dan un paso más. La clínica, promovida por Operieren in Afrika, es modular, fácilmente ampliable. Está levantada con ladrillos y tierra compactada. Aparece el color, en marcos de las ventanas destinados a reducir la absorción solar.
En su proyecto finalizado más reciente, Kéré cambia de escala para construir la residencia para jóvenes que estudian tecnología de la información. Adaptados a la topografía del terreno y cerrados para protegerse del sol, los edificios, coronados por terrazas-miradores, aspiran a cubrirse de vegetación.
Levantada gracias al apoyo del grupo Enko Education Benga, esta escuela y comunidad desnuda la arquitectura de Kéré a lo más básico: ventilación, aislamiento (del sol y de la arena).
La forma es más orgánica, en torno a un patio, los materiales, y mano de obra, siguen siendo locales. Se quedan la cubierta ventilada y el color y una pantalla de madera envuelve al edificio frenando la insolación y la arena. Junto a la escuela se construye la consulta de un dentista para tratar a los niños.
Este edificio marca un antes y un después y plantea si la arquitectura de Kéré puede viajar fuera de África manteniendo todo su sentido. También consagra al burkinés entre los proyectistas más reconocidos del mundo.
Kéré se convierte en un arquitecto festivo muy inventivo al firmar intervenciones temporales como el festival de música y arte de Coachella. Ventiladas y coloristas, estas torres temporales servían de umbráculo a los visitantes.
Cuando se construyan el Parlamento que ha proyectado para su país y el de Benín sabremos si Kéré es un gran proyectista además del arquitecto que, cambiando de paradigma, ha conseguido actualizar la arquitectura de algunos países africanos desde su propia tradición y cultura.
Source link