Lola empieza a llorar cuando llega a la guardería. Las educadoras la ayudan a quitarse el impermeable, le dan una chuche para consolarla y para que la separación no sea tan drástica. Acaba de cumplir un año y aún no se ha acostumbrado a tener que ir a la guardería todos los días. Cabe decir que Lola es una perrita. Un cocker, de hecho. También es una de los “estudiantes” de la primera guardería de día canina que abrió en Madrid, hace ya seis años. Aquí los dueños pueden dejar a sus mascotas en horario laboral, al igual que dejarían a sus hijos. A día de hoy, existen 14 de estos centros en la ciudad, según un cálculo propio a partir de los establecimientos que se identifican como guarderías para perros en Google Maps. El censo de animales domésticos en Madrid permite entender en parte las razones del éxito de este comercio. Hay 282.315 perros registrados en los 21 distritos, según datos del Ayuntamiento, 5.422 más que antes del comienzo de la pandemia. Solo un 5% menos que los niños en la capital —298.357 niños de cero a nueve años, según el Instituto Nacional de Estadística—. Sin embargo, la oferta de cuidado para estos animales es mucho más amplia. Peluquerías, autolavado, boutiques y manicuras. Un perro en Madrid puede hacer todo, o casi, lo que haría su humano.
A Paula López de María, veterinaria, la idea de abrir una guardería canina le vino durante un viaje a Nueva York en 2016. “Me acuerdo de que estaba paseando por la ciudad y de repente vi a través de un escaparate una clase para perros. Nunca había visto en España algo así”, reconoce. A su regreso a Madrid decidió abrir la guardería Wag Wag en el barrio de Prosperidad, a pocos metros del Parque de Berlín. El negocio no tiene mucho misterio. “Es como una guardería de niños, pero para perros”, explica. Los dueños dejan a su mascota en la estructura cuando no pueden atenderle, en horario de ocho de la mañana a ocho de la tarde, por una tarifa mensual de 305 euros a jornada completa, o 200 por media jornada.
Mientras están en la guardería, los animales socializan, juegan y salen al parque con un acompañante dos veces al día en grupos reducidos. Los primeros años las clases no superaban los 20 perros, pero el éxito fue tal que, en las orlas que tienen colgadas en las paredes, las fotos de cada alumno se hacen siempre más pequeñas para que entren más. De hecho, López de María acabó ampliando el negocio, que desde mayo de 2020 cuenta con una segunda sede en frente del Retiro.
“En estos tiempos a los perros se les quiere más que a muchos miembros de la familia”, afirma Rafa Pascual, cuidador de confianza de perros desde hace 13 años. De hecho, incluso por ley las mascotas se consideran parte de la familia, lo que significa que no podrán ser apartados de uno de sus dueños en caso de separación o divorcio. “Sin embargo, no siempre somos totalmente conscientes de las responsabilidades que conlleva cuidar a un animal”, comenta mientras juega con Gabo, Bruno y Botón, tres perros que atiende con asiduidad en su casa en Entrevías. A pesar de disponer de un gran espacio —un recinto interior de 60 metros cuadrados y una terraza para los días de verano— prefiere no tener más de ocho perros a la vez.
“Mi trabajo no se limita a vigilar a los animales mientras sus dueños no están”, explica Rafa, que se formó como adiestrador de perros y aprovecha las muchas horas que pasa con estos animales para enseñarles unas reglas básicas de convivencia. Si los perros se quedan por la noche, deja que suban con él a su piso, que se encuentra en la planta de arriba. “Cuando están conmigo, saben que no pueden subirse al sofá, incluso si los dueños lo permiten en su casa. Hace falta mucho cariño y paciencia para ganarle la guerra, pero con el tiempo se puede todo”, comenta.
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Un trato estelar
La atención hacia estas mascotas va mucho más allá de limitarse a buscar un lugar donde se puedan quedar mientras sus amos trabajan o no están en la ciudad. Los perros también pueden acudir a la peluquería o ir de compras en boutiques exclusivas en pleno centro. Gentlecan, en el barrio de Ibiza, ofrece los dos servicios a la vez. Detrás del escaparate verde botella con rótulos dorados, Rubén Goñi y Arellis Maltés atraen a los clientes con la promesa de convertir a sus perros en estrellas. En la boutique, Rubén vende correas, abrigos y jerséis. Hay incluso minibolsos de cuero para meter las bolsitas con las heces que se recogen durante los paseos, o collares con pajaritas para los días de fiesta.
En el local de al lado de la boutique, Arellis corta el pelo a unos perretes tan pequeños que podrían entrar, y muchas veces lo hacen, en una mochila. “El 80% de nuestros clientes son razas pequeñas. Caniche, Bichón, Boston Terrier… suelen ser los perros más mimados”, comenta mientras corta con una tijera el pelo de Vir, una perrita japonesa de las dimensiones de una taza. Su dueña la trajo a la peluquería en una mochila, con sus toallas para el lavado y con la recomendación de que su perrita no pisase el suelo en ningún momento. Al término de la sesión, los perros esperan en unos camerinos individuales antes de posar para una foto en el trono de terciopelo verde coronado por el retrato de un Schnauzer en traje real. Además del lavado, el tratamiento comprende el corte de uñas, limpieza del conducto auditivo y un vaciado de glándulas perianales. Los precios, entre los 50 y los 120 euros, varían según el tipo de atención y la talla de la mascota.
La cadena LimpiaDog ofrece precios más populares. En esta franquicia —con presencia en toda España y dos sedes en Madrid capital, en Canillejas y El Pilar— el máximo que se puede pagar por un corte de pelo es 60 euros. “En la mayoría de casos se trata de cortes higiénicos, para quitar los nudos y el manto de pelo muerto”, explica David García, peluquero y dueño de una de las dos tiendas de la ciudad.
Los clientes, sin embargo, acuden sobre todo al servicio de autolavado, abierto incluso en fin de semana. “Es muy cómodo porque la mayoría de los clientes no dispone en casa de un espacio para limpiar a su perro, y aquí con poco dinero pueden hacerlo con toda comodidad”, afirma García. Como con los coches o las lavanderías automáticas, los usuarios pagan con monedas para disponer del grifo y del secadero por solo ocho euros. “Para mucha gente los perros son parte de la familia, y les dedican muchas atenciones”, añade el peluquero, que en su casa tiene tres mascotas. “Es normal que esto se refleje siempre más en la ciudad”.
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