EL ARTISTA Ángel Orensanz (Huesca, 1940), conocido por esculturas e instalaciones que han dado la vuelta al mundo, es un hombre extravagante, incombustible y entusiasta que ha revolucionado la ciudad de Nueva York. Tanto, que el ayuntamiento de la ciudad creó en 2002 el Día Ángel Orensanz, convirtiéndose en el único español que ha conseguido un reconocimiento de esa magnitud. El Orensanz Day volvió a celebrarse, como cada año, el pasado 10 de abril. En 2018, el Consulado General de España en Nueva York le otorgó la condecoración de la Orden del Mérito Civil por su trayectoria y por “trabajar en los más diversos ámbitos del arte con una intensidad inusitada y unos resultados siempre impactantes”.
No hablamos de un creador de andar por casa. Las obras de Ángel Orensanz se han paseado por el Hermitage, el Guggenheim, el Louvre, la Bienal de Venecia, el Central Park, el Museo de Arte Metropolitano de Tokio, el mismísimo Studio 54 y hasta la Puerta de Brandeburgo. En 1973 causó furor en Inglaterra al exponer una escultura en Holland Park, en Londres, lo que le valió una portada en The Times. Recibió la medalla de oro Lorenzo il Magnifico de la ciudad de Florencia y la medalla de oro de la Academia de Bellas Artes de Rusia. “Uno no debe estar parado nunca”, me explica, “cuando llegué a Nueva York ya había hecho una obra casi inmortal pero yo creo que la vida es un continuo morir y nacer, no se llega nunca a ninguna meta, nada es nunca lo máximo”.
Orensanz se mudó a Nueva York con una beca en 1986 y, después de haber cobrado por un friso mural que le encargó el arquitecto John Portman, decidió invertir el dinero en algo inspirador. “¡Qué aburridos son los que compran edificios como mera inversión inmobiliaria!”, repite a lo largo de la mañana. Nada más mudarse, se decidió a comprar una sinagoga, y no una cualquiera sino la más antigua de la ciudad. La transformó en un centro cultural de fuste. “Es la Notre Dame de Nueva York”, comenta mientras muestra con orgullo el lugar que se ha convertido en referente para los famosos: allí Sarah Jessica Parker celebró su boda, Alexander McQueen presentó su primera colección en la ciudad, Whitney Houston grabó el videoclip I Am Every Woman y Spielberg rodó unas secuencias de su serie Smash. Además, ha sido visitada por Philip Glass, Jacques Derrida, Norman Mailer, Lou Reed, Arthur Miller, Salman Rushdie, Chuck Close, Al Pacino, Madonna, Lady Gaga, John Legend, Richard Gere y más recientemente Katy Perry, entre muchos otros. El centro estuvo dirigido durante treinta años por su hermano, Arturo Orensanz, que falleció en 2016.
La rehabilitación de la sinagoga como sede de eventos contribuyó a la transformación de todo el Lower East Side, por lo que ha recibido numerosos reconocimientos desde sus comienzos (ya en 1989, Time Out la consideró uno de los lugares “esenciales de Nueva York”) y hoy en día sigue en boga. “Al absorberme tanto el arte creo menos en todo lo demás”, admite este artista al que nunca le gustó seguir caminos preestablecidos. “Parecemos predeterminados a ser poco, pero no tiene importancia: hay caminos grandes y caminos pequeños”. Orensanz repite que es muy importante trabajar el desapego y en algunas intervenciones artísticas no ha dudado en dinamitar su obra. “Ojalá se pudiera vivir 400 años”, me dice antes de despedirnos. “No me convence lo inerte, cuesta dejar la tierra porque el mundo es indeleble, incompleto, incomprensible”.
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