Volaron muy alto. Ahora, como Ícaros, uno tras otro, por arrogancia, complacencia, hibris, ineptitud, por no escuchar consejos de los sabios, se les fundieron las alas precarias y se estamparon contra la mar que se los va tragando. El último, Boris Johnson, gran amante de la cultura clásica, cuyo alto conocimiento tan poco usó, entregándose en cambio a bajos instintos populistas. Antes que él cayó Donald Trump, símbolo hermano de la enorme sacudida nacionalpopulista de 2016 —Brexit, conquista de la Casa Blanca de ese momento— con epicentro en las grandes naciones anglosajonas. El expresidente estadounidense afronta ahora la bochornosa reconstrucción, en un comité parlamentario, de su actitud en el tristísimo episodio del asalto al Capitolio posterior a su derrota en las presidenciales de 2020.
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Otros compañeros de vuelo de esa época dorada del populismo occidental sufren destino parejo. Matteo Salvini, líder de la Liga, que alcanzó la vicepresidencia del Gobierno y más del 30% de intención de voto, chapotea en una fangosa caída política. Sus socios de aventura en el Ejecutivo hiperpopulista conformado en Italia en 2018, el Movimiento Cinco Estrellas, yacen malheridos y acaban de sufrir una escisión. Ambos, marcados a fuego por gestiones cuando menos cuestionables, por escándalos, por liderazgos a menudo poco preparados.
Hay más. En Austria, el ultraderechista FPÖ fue expulsado del poder tras un escándalo que evidenció las turbiedades de su liderazgo —para más INRI, en materia de relaciones con Rusia—. En Eslovenia, los electores han arrojado a la mar política al nacionalpopulista Janez Jansa.
A los portabandera del populismo occidental les sienta muy mal acercarse al sol del poder. Cada uno tiene su historia, pero por lo general sus alas no lo soportan: tienden a ser poco eficaces en la gestión, muy propensos a los escándalos. En ese marco, es significativo notar que, a diferencia de los casos anteriores, Marine Le Pen ha logrado evitar esa gran resaca y obtener resultados no victoriosos pero contundentes en las recientes elecciones presidenciales y legislativas. Quizá sea porque nadie ha podido juzgarla en la acción gubernamental. Quizá, tras el paso por el poder, también se estamparía contra la mar.
La acumulación de casos es suficiente como para trazar una tendencia. Es probable que, después del verano, Brasil confirme la dinámica con una derrota de Jair Bolsonaroí en las presidenciales. Pero sería un enorme error considerarla unívoca, irreversible. Las democracias liberales occidentales tienen ahora una oportunidad para gestionar con eficacia, desde la moderación, el apego a valores fundamentales, un periodo de máxima complejidad. Es evidente sin embargo que las fuerzas populistas siguen al acecho, y aprovecharán con habilidad los fracasos de otros para resurgir de sus cenizas. Ya conocen cómo fabricar alas con plumas y cera, ya saben la táctica para despegar. Este tiempo rápido, superficial, interconectado, es ideal para ellos, para esa insostenible levedad. Parece, en cambio, ontológicamente hostil a la reflexión, a la seriedad, a pronunciar verdades incómodas.
El Partido Conservador británico —conocido como una monarquía absoluta moderada por el regicidio— ha procedido a una operación necesaria para su país y para su propio futuro. La acumulación de escándalos y flaquezas era insostenible. No sabemos cuánta parte de esa acción responde a criterios morales, cuánta a meros cálculos de poder. En cualquier caso, ha sido una acción correcta, y sería de esperar que el Partido Republicano de EE UU procediera a hacer lo mismo y se liberara definitivamente del espectro de Trump.
Es fundamental que los partidos conservadores tradicionales que han descarrilado en una deriva nacionalpopulista reconduzcan sus trayectorias hacia órbitas más moderadas. La solución al reto de la derecha extrema no es abrazar su tesis. Esto es muy negativo para las democracias, que tienen en ese fenómeno quizá su principal riesgo, pero ni siquiera para ellos. La gloria del vuelo es muy breve. El impacto contra el mar viene después, y a ver de ahí cómo se remonta.
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