Atraer a China para la paz

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Apenas horas después de que Volodímir Zelenski expusiera este martes ante los líderes del G-20 su decálogo para “un camino de paz”, los bombardeos arreciaban en Ucrania y se investiga una fuerte explosión muy cerca de la frontera de Polonia con Ucrania, ya en territorio de la OTAN, que mató a dos personas. Moscú ha recrudecido sus ataques masivos a zonas residenciales de varias ciudades, entre ellas Kiev, y contra importantes infraestructuras energéticas. Tampoco quieren la guerra ni Joe Biden ni Xi Jinping, viejos conocidos como vicepresidentes, quienes conversaron el lunes cara a cara por primera vez ya como presidentes, sin eludir la cordialidad gestual por ambos lados. En esta cuestión crucial los acompañan la mayoría de los jefes de Estado y de Gobierno reunidos en Bali para la cumbre mundial del G-20, que Zelenski denominó G-19 en su intervención por videoconferencia y con toda la razón. Rusia está quedándose al margen de la comunidad internacional, y es Putin el único ausente de una reunión trascendente para la recuperación económica, la mitigación del cambio climático y la cooperación internacional que reduzca la posibilidad de nuevas guerras.

Es esperanzador que China se halle en el centro de esta angustiosa conversación internacional contra la guerra y contra la amenaza nuclear. De la actitud que adopten los países que juegan a la imposible equidistancia entre el agresor y el agredido depende probablemente que la guerra de Ucrania empiece a ver la luz del final. Contrastan la atención y las deferencias hacia Xi Jinping con el vacío creciente que suscitan el Kremlin y su único representante en Bali, el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov, de presencia fugaz en la cumbre y rehuido a la hora de las reuniones y de las fotos de familia por la gran mayoría de los representantes de las democracias.

Como otros participantes en la cumbre, el presidente español, Pedro Sánchez, animó a Xi Jinping en su encuentro bilateral a que haga valer su influencia sobre Moscú para parar la guerra. Ucrania ha sido el principal asunto de otra bilateral de Sánchez, esta con Narendra Modi, el jefe del Ejecutivo de la India y primer mandatario con interlocución con Moscú que mostró públicamente su incomodidad con la invasión. Nada será más determinante que la mención a la guerra en el comunicado que se está negociando entre bastidores y que hoy saldrá de la cumbre, pero la gran guerra del siglo XXI que hay que evitar es la que pudiera fraguarse alrededor de la durísima competencia entre Estados Unidos y China. Entre las pretensiones anexionistas de Pekín respecto a Taiwán y las garantías de Washington al régimen democrático de Taipéi se halla el punto de fricción presente en toda su crudeza en el encuentro entre Xi y Biden, marcado como línea roja por Xi y señalado por Biden como motivo de “reacciones coercitivas y cada vez más agresivas” que ponen en peligro la paz y la estabilidad.

Biden llegó a Bali para reunirse con Xi bajo el signo de un éxito inesperado en las elecciones de mitad de mandato, leído como impugnación de las tentaciones autoritarias de Trump que practica el mismo Xi. No ha habido restricciones en el diálogo ahora recuperado, de forma que Biden ha podido evocar el pésimo estado de los derechos humanos y Xi, por su parte, la politización y la instrumentalización como armas de las relaciones económicas, comerciales y tecnológicas, en crítica dirigida tanto a Washington como a Moscú. El cambio de clima entre China y Estados Unidos es el balance más tangible del encuentro: una completa desconexión económica y financiera con China conduciría al desastre, no tan solo económico, sino también social, medioambiental y probablemente político.


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