A finales de 2011, unos experimentos con el virus de la gripe aviar H5N1 erizaron el vello de los asesores de la Casa Blanca de Barack Obama. Ron Fouchier, de la Escuela de Medicina Erasmus en Rotterdam, y Yoshihiro Kawaoka, de la Universidad de Wisconsin en Madison, encontraron las cinco mutaciones exactas que conferían a ese virus una alta capacidad de propagación entre mamíferos. El SARS-CoV-2 que ha puesto el mundo patas arriba mostraba una letalidad inferior al 1% incluso antes de las vacunas. El H5N1 supera el 50% en los rarísimos casos en que salta de las aves a los humanos. Dotar a ese matarife de una alta propagación entre humanos parecía la peor idea de la historia de las malas ideas.
Cuando los dos laboratorios enviaron sus resultados a Nature y Science, el proceso de evaluación de los manuscritos (revisión por pares, en la jerga) chocó frontalmente con el Panel Científico Consultivo Nacional en Bioseguridad (NSABB) que asesora a Washington. El NSABB recomendó censurar los dos artículos para eliminar los detalles esenciales: las cinco letras de ADN que permitirían a una potencia enemiga o a un grupo terrorista reproducir los resultados. “Los escenarios del peor caso posible en este asunto son, simplemente, enormes”, argumentó entonces el jefe del panel, Paul Keim. Pero que un experimento sea reproducible por otros investigadores es justo la esencia de la publicación científica. Tras una bronca monumental en el mundillo y una fuerte presión de la OMS, los artículos se acabaron publicando sin ninguna mutilación.
La historia se repitió el pasado octubre, cuando un grupo de la Universidad de Boston anunció que había combinado la variante ómicron del SARS-CoV-2 con la cepa original de Wuhan, el foco de la pandemia. El resultado, sin duda esperable, fue un virus de alta propagación, como ómicron, pero con la alta letalidad típica de la variante de Wuhan. Los investigadores se ganaron una buena, esta vez promulgada en Twitter con gran aparato eléctrico. Solo era cuestión de tiempo que el NSABB tomara cartas en el asunto, y ya lo ha hecho. El panel recomendó la semana pasada una revisión más estricta de las investigaciones sobre agentes infecciosos que puedan tener un “uso dual”. Uso dual es el eufemismo de moda para designar un patógeno que se pueda utilizar como arma biológica.
Hasta ahora, esas revisiones estrictas solo afectan a 15 agentes (virus, bacterias y hongos) considerados de alto riesgo. El NSABB quiere extenderlas a todos los patógenos humanos, animales o vegetales, aun cuando solo causen enfermedades leves. Los experimentos que están en el punto de mira de los asesores de la Casa Blanca son los llamados GoF (gain of function, o ganancia de función), como los que hemos visto más arriba. Un virus letal pero poco contagioso gana la función de propagarse mucho. Es un tecnicismo tomado de la genética, pero presiento que nos acostumbraremos a oírlo en los próximos tiempos.
Mi punto de vista es pragmático. Lo que puede hacerse acaba haciéndose, dice el chascarrillo, y creo que es mejor que lo acabe haciendo un laboratorio civil con balcones a la calle que un lóbrego departamento secreto en los sótanos de Washington, Moscú o Pekín. La oscuridad es el verdadero peligro.
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