No lo quería así LeBron James, que lloró de emoción al batir el récord de anotación de la historia y luego terminó agotado, con algunas molestias físicas, contemplando desde el banquillo la derrota de Los Angeles Lakers en su gran noche en la NBA. Los Oklahoma City Thunder, jóvenes pero empoderados y competitivos después de varias campañas de penuria, no se dejaron maravillar por los fuegos artificiales y la pausa de celebración justo antes del arranque del último período. Ganaron por 130-133 liderados por los 30 puntos y 8 asistencias de Shai Gilgeous-Alexander, flamante All Star, y fastidiaron la jornada del nuevo rey anotador.
La estrella vitoreada se tomó el partido a modo de huracán. Al descanso registraba ya 20 puntos en 16 minutos de juego y sus hijos le animaban. “Está justo ahí, ¿eh?”, le comentaba Bryce. “Sí, voy a por él”, le contestó el padre. Sus compañeros no le acompañaban en la aventura, y hasta Anthony Davis parecía superado por el microclima generado en el pabellón de L.A. Las gradas animaron con fuerza cada balón que tocó James, y chillaron con cada canasta. Mientras tanto, el resto de compañeros no carburaban ni se metían en la competencia.
Un 2-16 de parcial en el tramo medio del segundo cuarto, sin James en pista, fue el resumen de la frustrante historia de la temporada para el coloso de 38 años. Al descanso, con un 66-76, la cosa no prometía a nivel colectivo. Ante esta tesitura, y con el récord a tiro, LeBron aceleró en el tercer cuarto y con una contra marca de la casa se situó a tiro de Kareem Abdul-Jabbar.
Entonces recibió en el lado derecho de la pintura, a la altura del tiro libre, a segundos de la conclusión del período. Se desplazó con un par de botes hacia su izquierda y, con dos defensores encima, se levantó para lanzar en suspensión cayendo hacia atrás… la canasta de todas las canastas.
Cayó la gran marca a 10,9 segundos del final del tercer cuarto y el encuentro se congeló. LeBron hizo el avión rumbo a la media pista e invitó a su familia a compartir ese momento con él encima del parquet de Los Ángeles. 16 puntos en el cuarto para batir el récord, y tan solo 2 más en el encuentro, fundido y con dolores en el tobillo derecho. 38 puntos, 7 rebotes, 3 asistencias y 3 robos (13-20 TC; 4-6 3P; 8-10 TL) en su gran noche, otra más, en la liga.
A pesar de que remaron hasta la orilla, la reacción angelina llegó tarde y con su tótem en el banquillo, con cara de pocos amigos. Russell Westbrook apretó como un loco y a la desesperada en el intento de remontada final. El base, con 27 puntos y 8 asistencias partiendo desde el banquillo, fue el único digno de la gran noche de su compañero. AD se quedó en 13 puntos y cara de muy pocos amigos, y de hecho ni celebró el hito de su gran amigo. “Te quiero tío”, le dijo James en el banquillo. Algo le ocurría, porque ni en la sala de prensa mejoró el rostro el pívot. Serio y desganado, contestó con monosílabos a varias preguntas sobre lo acontecido.
Rui Hachimura, con 14, y Dennis Schroder con 10, tuvieron un par de estallidos, pero eso no quitó la falta más flagrante del equipo, una nula intensidad defensiva incapacitante. Hasta Darvin Ham estuvo más pasivo de lo habitual y se dejó dos tiempos muertos por pedir a pesar de que su equipo tenía opciones de rascar un milagro y dar la más que merecida victoria a su líder y capitán.
Pasó del tema el entrenador y, con el bocinazo final, por fortuna, todo fueron sonrisas y celebraciones. Aunque la realidad de los Lakers es frustrante y triste, LeBron optó por encajar el homenaje de la NBA, el baloncesto y el mundo del deporte en general. No habrá otro día igual.