Joe Biden llevaba apenas dos minutos de su discurso del estado de la Unión cuando cometió su primer error. Llamó al líder de la mayoría demócrata del Senado, Chuck Schummer, “líder de la minoría”. No había pasado de los saludos y los republicanos se frotaban las manos. Trump escribió en su red social, Truth: “Gran traspié”. La cadena Fox lanzó una alerta. Twitter era un hervidero. Y, sin embargo, ese mínimo desliz de tres letras, que además Biden corrigió enseguida, fue lo más jugoso que encontraron en un discurso de más de una hora quienes esperaban que los lapsus del presidente octogenario mostraran que no está en condiciones de optar a la reelección en 2024.
Ocurrió más bien lo contrario. En un rifirrafe con los republicanos, algo insólito para un discurso de este tipo, Biden mostró reflejos e ironía. Dijo, lo cual es cierto, que algunos de ellos proponen recortes en la seguridad social y la asistencia sanitaria y ante las protestas de la oposición y algunas reacciones subidas de tono —Marjorie Taylor Greene, la congresista aliada de Trump que confundió el gazpacho con la Gestapo, se puso en pie y lo llamó “mentiroso”—, el presidente replicó: “Me encantan las conversiones”, dijo, provocando risas y aplausos entre los demócratas. “Como aparentemente estamos de acuerdo, la seguridad social y Medicare, ya están fuera de discusión, ¿verdad? ¡Tenemos unanimidad!”.
Biden ha usado el discurso del estado de la Unión como aparente trampolín de su candidatura —aún hipotética, en teoría— para la reelección en 2024. Insistió en que había que “terminar el trabajo”, pero lo que hizo fue sobre todo lucir los logros de la primera mitad de su mandato. Unos días antes, en un acto del Comité Nacional Demócrata en Filadelfia, los asistentes le coreaban: “¡Cuatro años más!” Y tras el discurso visitó en dos días Wisconsin, uno de los Estados decisivos, y Florida, territorio tanto de Donald Trump como de su probable alternativa republicana, el gobernador Ron DeSantis.
El presidente ha armado un relato en el que se presenta como defensor de los ciudadanos frente a los abusos de bancos, petroleras, farmacéuticas y otras grandes empresas. Luce las cifras récord de creación de empleo de los últimos dos años, y en particular de puestos de trabajo industriales para cortejar a los sindicatos. Se presenta como garante de la seguridad social y la cobertura sanitaria pública. Ataca el riesgo para la democracia que implica el trumpismo extremo y su negacionismo electoral. Y, en política exterior, tras el grave tropiezo de la retirada de Afganistán, ha mantenido firme el timón en el apoyo a Ucrania y ha plantado cara a China.
Entre los logros de la primera mitad de su mandato están la ley de infraestructuras, la de impulso a la fabricación de microprocesadores y su paquete estrella climático, fiscal y sanitario con el oportunista (y equívoco) nombre de ley de Reducción de la Inflación. El reto de Biden es que el efecto de esas medidas se traslade a los ciudadanos.
Las subidas de precios, que tanto erosionaron el año pasado su popularidad, han perdido algo de fuerza. La tan cacareada recesión no termina de aparecer. Y hasta el flujo migratorio, otro blanco de las dianas republicanas, está cediendo.
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Cuando las cosas parecían sonreírle, el hallazgo de documentos clasificados de su época de vicepresidente en una antigua oficina privada y en su casa de Wilmington (Delaware) han supuesto un nuevo traspié al que Biden resta importancia. “Por lo que yo sé, el tipo de cosas que recogieron fueron cosas de 1974 y papeles perdidos”, ha dicho esta semana en una entrevista. “Cuando empaquetaron [las cosas de] mis oficinas para trasladarlas, no hicieron el tipo de trabajo que se debería haber hecho para revisar a fondo cada una de las piezas de documentación”, añadió.
Biden ha cerrado a la mitad la brecha entre quienes desaprueban y aprueban su gestión, pero esta sigue siendo de 11 puntos. Y, lo que es peor, cuando se pregunta a votantes y simpatizantes demócratas si quieren que se presente a la reelección, un 58% prefiere que haya otro candidato, según una reciente encuesta de la cadena ABC y el Washington Post. Otras encuestas muestran resultados similares.
Fin del segundo mandato con 86 años
La cuestión, claro, sería qué otro candidato, pero no se intuye una alternativa. Un presidente en ejercicio no suele tener rivales de peso en las primarias de su partido. Sin embargo, el caso de Biden, que asumiría un segundo mandato con 82 años y lo terminaría con 86, no tiene precedentes.
La edad ya surgió como asunto destacado en la campaña de 2020. Se prestó gran atención a la elección de la candidatura a la vicepresidencia, como potencial recambio para 2024. Sin embargo, la popularidad de Kamala Harris es, con diferencia, aún más baja que la de Biden. Lo probable es que Harris repita en el ticket de Biden. Otros potenciales candidatos no han llegado a dar ningún paso y, por lo general, han mostrado su apoyo al presidente. El Partido Demócrata, además, ha redibujado el calendario de primarias a medida de los deseos de Biden.
La postura oficial del presidente es que piensa presentarse a la reelección, pero no ha tomado todavía la “decisión”. “No estoy preparado para hacerlo”, ha dicho esta semana en una entrevista televisiva. En la rueda de prensa tras las elecciones legislativas del 8 de noviembre, contestó a la pregunta en plural y mirando a su esposa, Jill Biden: “Nuestra intención es volver a presentarnos”.
Luego ha seguido sin dar muchas pistas. En diciembre se filtró que en la cena en la Casa Blanca, con motivo de la visita de Estado del presidente de Francia, Emmanuel Macron, los dos presidentes y las primeras damas brindaron por la campaña de 2024 (Biden, abstemio, levantó su vaso con Coca-Cola).
Aunque las encuestas no sean amigas de Biden, su victoria de 2020 y el resultado de las elecciones legislativas del 8 de noviembre (mucho mejor de lo esperado) le avalan. Que Trump fuera el candidato rival probablemente aumentaría sus posibilidades de ganar. Lo tendría más difícil contra un rival más joven, aunque el presidente asegura que su decisión es independiente de quién tenga enfrente. Biden no era un estudiante muy brillante, pero ya ganaba las elecciones a delegado de clase en el instituto. Lo ha seguido haciendo en 50 años de carrera política (como candidato a senador, a vicepresidente y a presidente).
Se espera un anuncio en las próximas semanas/meses. Si decide presentarse, la segunda mitad de su mandato, con mayoría republicana en la Cámara de Representantes y pocas opciones de sacar adelante grandes medidas, se convertirá en un pulso entre el presidente y la oposición. Biden intentará lucir los logros alcanzados, mientras los republicanos tratarán de acosarle con investigaciones (ya han puesto en marcha algunas de ellas).
Esta semana, a Biden le han vuelto a preguntar por su edad en una entrevista en la PBS: “Mírenme. Es todo lo que puedo decir”. Según el presidente, el día de su discurso oyó a gente decir: “Mira a Biden, Dios mío, la edad ya no es un problema”. Eso sí, el presidente añadió: “Soy un gran respetuoso del destino. Sería absolutamente honesto con el pueblo americano si pensara que hay algún problema de salud, cualquier cosa que me impidiera ser capaz de hacer el trabajo. Y ya veremos. Pero creo que la gente tiene que observarme”.
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