El debate del GOAT (el mejor de todos los tiempos) en la NBA solo tiene espacio para dos astros: Michael Jordan y, más recientemente, LeBron James. ¿Qué le queda pues a una de las figuras más influyentes de la historia de la liga? ¿Por qué insistimos en borrar a Kareem Abdul-Jabbar de esta pugna por el trono? Ahora, no le queda ni su récord… pero sí un legado de libro.
Hace unas pocas noches, James se convirtió en el máximo anotador de la historia de la NBA. Con una canasta marca de la casa superó los 38.387 puntos que Jabbar anotó durante su dilatada carrera y dejó el récord en 38.390, aunque le queda cuerda para engrosarlo mucho más. La marca del pívot parecía insuperable, prueba de la longevidad y dominio de un jugador al que a menudo olvidamos por haber compartido escenario con otras grandes estrellas. Pero no se equivoquen, The Captain brillaba con luz propia dentro y fuera de las canchas.
Un récord diferente
Una noche de 1984 el Forum de Los Ángeles fue testigo de una ceremonia inolvidable. Wilt Chamberlain, dueño de la mayor parte de los récords más insuperables de la NBA, le cedía el testigo a Abdul-Jabbar en forma de pelota. Unos días antes uno de sus clásicos ganchos, los sky hooks que popularizó en L.A., le sirvió al pívot para superar los 31.419 puntos del coloso de los 100 tantos en un partido en su carrera.
“Cuando recibí la pelota pedí a todo el mundo que se apartara”, contaba Magic Johnson la noche del récord. El carismático base de los de oro y púrpura quería ser el que le diera a Kareem la asistencia con la que haría historia. Un hecho que pareció emocionar más a Earvin que al propio protagonista.
“Me alegro de haberme quitado este peso de encima y quitarme la presión; por mi y por mi equipo. Nuestro objetivo es ganar el título y ahora podemos centrarnos en eso”, declaró Jabbar al finalizar el encuentro, sin darle mayor importancia. Sin embargo, antes de los Jordan y James, el debate del GOAT ya existía y El Capitán bien que lo sabía: “No creo que pueda eclipsar a Wilt jamás. Él hizo cosas en la cancha que durarán por siempre. Demostró su grandeza mucho antes de que yo empezara a jugar”.
Abdul-Jabbar anotaría casi siete mil puntos más antes de poner fin a su etapa como jugador profesional. Lo hizo en 1989, siendo seis veces campeón, seis veces MVP de la temporada regular y con un sinfín de premios y reconocimientos para culminar una carrera legendaria. Su camiseta cuelga de lo más alto de los pabellones de Milwaukee y Los Ángeles, para que nadie olvide nunca su impacto en una liga que no atravesaba sus mejores momentos.
El récord de Kareem, comparado con James, cuenta con una dificultad añadida. Era una NBA más lenta, con menos posesiones y un juego distinto. Por si fuera poco, LeBron aterrizó en la liga directo desde el instituto mientras que Jabbar pasó por UCLA, donde ganó tres títulos universitarios, retrasando su llegada a la NBA hasta los 22 años. Por sumar un último dato anecdótico, el histórico pívot tan solo anotó un triple en toda su carrera –la línea de tres no llegó hasta 1979 y los pívots de entonces no se abrían para lanzar desde el exterior–. LeBron, por ahora, supera cómodamente las 2.000 dianas de perímetro.
Un legado alejado de las canchas
Hay varios motivos por los que tendemos a olvidarnos del impacto de Kareem con la pelota en las manos. Su trabajo fuera de la pista, como activista y motor social, tiende a centrar la atención por encima de todo lo que consiguió más allá del baloncesto. Tanto es así que la propia NBA quiso homenajear a su leyenda creando el premio Kareem Abdul-Jabbar Social Justice Champion Award, un galardón que se entrega anualmente al jugador más involucrado con la comunidad y la justicia social.
“Siempre he dicho que habré alcanzado el punto álgido de mi legado cuando he ayudado o inspirado a gente que jamás supo de mi carrera como atleta. Eso significará que pude usar mi fama como deportista para mejorar las vidas de quienes nunca han oído mi nombre. Seré, entonces, mucho más que un tío que lanzaba ganchos”. Estas palabras de Jabbar en mayo de 2021 resumen muy bien la importancia que el pívot ha dado siempre a todo lo que ha hecho por los demás.
Sin embargo, el activismo y trabajo de Kareem no empezaron cuando colgó las zapatillas. John Wooden fue su entrenador y mentor durante su periplo universitario. Wooden siempre hizo honor a su apodo, El Mago de Westwood, y ganó diez títulos durante sus doce años al frente del programa californiano. Con Jabbar en sus filas, el técnico se aseguró de ir más allá.
“Seré, entonces, mucho más que un tío que lanzaba ganchos”
El ex Bruin siempre recuerda la importancia de lo aprendido en UCLA: “El coach quería que fuéramos grandes atletas, pero sobre todo buenas personas. Eso significaba tener una personalidad con gran moral, una buena educación y unas herramientas para enfrentarnos al mundo. El baloncesto era un solo un medio para un fin, te preparaba para la vida que te esperaba después”.
Jabbar jamás abandonó ese sentimiento de que ser un gran atleta debía servir como trampolín para convertirse en una gran persona. Ya en UCLA y con apenas 20 años tomó parte en un debate universitario para posicionarse a favor de los actos de Muhammad Ali y su negativa a unirse al servicio militar. Fue entonces cuando descubrió el verdadero poder que una persona con un altavoz como el suyo tenía.
Lo siguiente fue un boicot feroz a los Juegos Olímpicos de 1968: “No quería representar a un país que estaba suprimiendo activamente los derechos civiles de las personas nagras y además golpeando y matando a aquellos que luchaban por ellos”. Jabbar no había llegado siquiera a la NBA, pero su activismo y decisión ya eran conocidos en todo el territorio norteamericano.
La NBA como escaparate de sus convicciones
Una vez aterrizado en la mejor liga del mundo la atención se centró en su juego. Un pívot poderoso y versátil, capaz de anotar de mil y una formas y con recursos infinitos. Estaba claro que Jabbar iba a hacer historia. Fue precisamente entonces, durante su segundo año en la NBA, cuando decidió cambiarse el nombre. Hasta entonces siempre se le había conocido como Lew Alcindor pero tras abrazar el islam en UCLA y tras varios años de aprendizaje, nació Kareem Abdul-Jabbar.
Sus hitos en la cancha no le impidieron seguir trabajando fuera de ella. Empezó a escribir libros sobre figuras ilustres afroamericanas que habían tenido un impacto en la historia del país y se mantuvo firme en sus creencias incluso cuando la prensa le animaba a “centrarse en el baloncesto”. ¿Les suena? El “shut up and dribble” de los setenta…
Recientemente Jabbar compartió por qué sigue en primera línea del activismo: “Nos están asesinando, en la calle y en nuestras casas. ¿Cómo no voy a ayudar a mi comunidad?”. Lo cierto es que su trabajo tiene un valor incalculable, no solo en la comunidad afroamericana sino en el mundo entero. Kareem fue una de las figuras deportivas más ilustres de la historia pero su impacto y su legado trascienden mucho más allá.
Como Martin Luther King decía, “nadie es libre hasta que todos seamos libres”. Esa premisa es la que anima a Kareem Abdul-Jabbar a seguir trabajando cada día. A seguir usando su posición privilegiada para ayudar a los que menos tienen y más necesitan. Sobre el parqué ya no es el jugador con más puntos anotados en la historia. Fuera de él, sigue siendo un icono con un legado que jamás nadie podrá igualar.