En la era de la hiperconexión digital, es normal que el All Star se haya convertido en un circo. Entre las exigencias del calendario para los jugadores, el postureo en las redes sociales y el tedio de un espectáculo televisado de más de cuatro horas -cuando la atención promedio de las personas se ha visto reducida a cuestión de segundos-, es normal que el partido de las estrellas en sí sea infumable. Y más en España, la madrugada de un domingo hasta las tantas…
Lejos quedan los duelos más o menos serios de los ochentas y los noventas, cuando internet no había convertido la cultura del highlight (las mejores jugadas) en la nueva mina de oro de la liga estadounidense. Para consumir el partido de las estrellas, y hasta me atrevería a decir una gran mayoría de partidos de temporada regular, es mejor ir a los resúmenes y tú red social preferida. Allí está todo condensado y, guste o no, las matemáticas indican que allí está el presente y el futuro del negocio.
Los años noventa fueron la época dorada de los All Star en televisión. Ocho de las diez ediciones más vistas en la pequeña pantalla llegaron en esa década, con un pico de 22,9 millones de espectadores en la edición de 1993 en Salt Lake City. 30 años después, precisamente en la misma ciudad, la historia es muy distinta. A falta de saber qué números tuvo el evento, bien seguro estará a años luz de las cifras anteriores. En 2021 se registró la peor audiencia desde que se acumulan datos, tan solo 5,9 millones de espectadores. Desde 2004, ninguna edición ha superado los 10 millones.
Según datos recabados el año pasado, la NBA tiene más de 215 millones de seguidores en sus redes sociales, lo que la convierte en la competición deportiva más seguida del mundo por delante de la Champions League y La Liga. Además, se sitúa en el Top 10 de marcas (de cualquier tipo) más seguidas en Instagram. Su músculo en la era digital es inapelable, si bien los partidos se reducen en este tipo de plataformas a meros highlights. Los números y la cuenta bancaria dan la razón a la liga, siempre a la vanguardia del negocio cultural y deportivo.
Resulta difícil desde la óptica del baloncesto europeo entender cómo un evento que “no es baloncesto” y se ha convertido en “el peor partido de la historia”, según los mismos protagonistas (palabra de Jaylen Brown y Michael Malone), puede seguir siendo relevante hoy en día. La respuesta es que no lo es como competición o encuentro, simplemente se trata de una pirueta de marketing que ha pasado de ser relevante en televisión a serlo en cualquier otro tipo de pantalla y dispositivo.
La Copa del Rey es una magnífica competición, la más emocionante en el viejo continente, pero su relevancia es tan poco transversal que su impacto final no va más allá de las fronteras de España… e incluso de las aficiones de los equipos clasificados. Son migajas para una NBA que además ha navegado de la mano de la globalización y estandarización de gustos en el mundo. Y encima se ha internacionalizado y captado, gracias a la lluvia de millones, a los mejores talentos europeos.
Son cosas distintas y totalmente válidas, pero a estas alturas no se le pueden pedir peras al olmo. El All Star es y seguirá siendo una pachanga por muchas soluciones creativas que se pongan de por medio. Si se mira, mejor no pensar en un partido de baloncesto. Para esto ya está la Copa, y además el mismo fin de semana.