Vista aérea del barrio Nueva Alausí tras el alud, en Ecuador.MARCOS PIN (AFP)
La tierra hizo un sonido como si se partiera en dos. En cuestión de segundos la montaña tapó por completo el barrio Nueva Alausí, que está en la provincia de Chimborazo, en el centro de Ecuador. Las toneladas de tierra cubrieron más de 60 casas, todas habitadas. Eran las nueve de la noche del domingo 26 de marzo. Entre los sobrevivientes y vecinos hacen cuentas de quiénes les faltan para tener una idea de cuántas personas están debajo de los escombros. Faltan las familias Moina, Ruiz, Berrones, Marcatoma, Guamán, Caranqui, Quisatasi… Según el Gobierno, bajo la tierra hay 46 personas.
También falta el hijo de 12 años de David Pilamunga, que había ido esa noche a ayudar a su madre a desalojar. “En la mañana, la grieta que está sobre la montaña se había abierto más y hacía que la tierra crujiera”, dice David. Esa fue la alerta para irse, aunque la desgracia los alcanzó primero. Su hermana y su hijo de cuatro meses alcanzaron a salir, pero no su hijo de 12 años, a quien busca entre los escombros, intentando orientar a los socorristas sobre la montaña de tierra.
Como David, otros vecinos y familiares ayudan en las labores de búsqueda y rescate de sobrevivientes, que se vuelve más difícil con el paso de las horas y que se detuvieron en la madrugada. Hasta las nueve de la mañana del martes, 36 horas después del deslave, el contingente de rescatistas se redujo a pequeños grupos. La mayoría de quienes siguen escarbando en busca de vidas, son los propios comuneros.
El Gobierno ecuatoriano dejó de informar sobre la situación después del último informe de evaluación al mediodía del lunes, cuando redujeron la cantidad de muertos de 16 a siete sin ninguna explicación. El presidente Guillermo Lasso visitó por la noche la zona del desastre donde fue increpado por los familiares de las víctimas.
“Lastimosamente no están aquí esas dos mujeres alauseñas que lucharon para que esto no ocurriera”, le dice llorando una de las sobrevivientes. Durante cuatro meses, los vecinos alertaron de una grieta en la parte alta de la montaña e intentaron pedir acciones contundentes a las autoridades.
El Gobierno reconoció el riesgo, se conformó una mesa técnica para evaluar las soluciones y hasta llegó a declarar la alerta amarilla en la zona el 19 de febrero. “El primero de marzo la ministra de Vivienda le envió una carta al alcalde de Alausí, advirtiéndole los riesgos y planteándole la solución de reubicar a las familias en esta zona”, explicó Lasso. La solución era construir un complejo habitacional, que la emergencia no sincronizó con los tiempos de la burocracia con las que se hacen las obras públicas en el país.
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“Queremos que se haga justicia, todos nos dijeron que no se va a bajar la montaña”, dicen en coro los vecinos al presidente. Lasso les respondió que este no era el momento para hablar de eso. “Dediquémonos a rescatar a los desaparecidos, ya luego definiremos responsables”, dijo.
Ante el riesgo, el mensaje erróneo de que nada pasaría y el miedo, María Marcatoma, de 65 años, y su esposo habían alquilado un cuarto lejos de su casa y lo que ahora es la zona cero. Pero ese domingo de la tragedia volvió al barrio a ver cómo estaban sus cosas y a vender leche, que era su forma de vida, cuenta su nuera Aida, que llegó desde Quito para ayudar a buscarla.
En Alausí, como muchas otras zonas de Ecuador, levantan las casas en las laderas, al filo de la montaña o en medio de esta. Cuando los pedazos de tierra se desprenden alrededor de las casas, colocan plásticos negros para evitar que la lluvia moje la tierra y retrasar -un poco- que se desprenda más rápido. Después crean los caminos que abren paso a los barrios.
Existen otras dos comunidades y cuatro barrios que continúan bajo alerta amarilla, en las mismas condiciones que Nueva Alausí. La incertidumbre de qué se va a hacer para evitar una nueva tragedia.
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