El extravagante hotel de la “princesa” comunista

La fantasía más disparatada, la magia de los cuentos de hadas y el surrealismo se entremezclan en la llamada casa loca de Dalat, al sur de Vietnam, un desconcertante hotel museo diseñado por la hija de un gerifalte comunista admiradora del arquitecto Antonio Gaudí.

Desde la entrada, la arquitecta Dang Viet Nga prepara al visitante para lo que le espera con un edificio en forma de árbol baniano, antesala de un universo de grutas fantasmagóricas, puentes alambicados con barandillas mínimas, telas de araña metálicas, setas misteriosas y recreaciones de animales de todo tipo.

“Con la voz de la arquitectura quiero guiar a los hombres a volver a la naturaleza, seguir en contacto con ella y amarla”, dice Nga en un texto enmarcado cerca de la entrada de este recinto de 17,000 pies cuadrados inaugurado en 1990.

Admiradora declarada del español Gaudí, en quien dice haberse inspirado en parte para sus creaciones, Nga, de 79 años, sigue viviendo en uno de los edificios del complejo, donde a veces se deja ver por los visitantes.

El increíble hotel de una cama y con forma de papa

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“Ya es mayor, no sale mucho y está cansada de dar entrevistas, pero algunos días sale a pasear por los jardines”, dice una de las taquilleras.

Formada en Moscú, donde obtuvo un doctorado de Arquitectura en 1968, su linaje (es hija del presidente vietnamita Truong Chinh, fallecido en 1988) hacía esperar una vida y obra más acordes con la ortodoxia comunista, pero muy pronto dejó clara su rebeldía y se fue a vivir a Dalat, una antigua ciudad balneario alejada de los centros de poder de Hanói que había frecuentado desde la infancia.

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La creadora explica en uno de sus textos que pretendía “romper las costumbres formando volúmenes libres con curvaturas y estructuras libres que no dependan de principios clásicos en la habitual organización de masas con líneas rectas y planos cuadrados”.

Esta heterodoxia le costó en los años 80 la demolición de algunas de sus creaciones por alejarse de los ideales comunistas, pero la casa loca, originalmente bautizada como Hang Nga (diosa de la Luna), sobrevivió gracias a su insistencia y la intermediación de un poderoso correligionario de su padre.

Las críticas han llegado hasta la actualidad entre los arquitectos más conservadores, que ven la creación como una mancha en una ciudad conocida como “el pequeño París” por las decenas de villas coloniales levantadas en la primera mitad del siglo XX, durante la dominación francesa.

“Ningún arquitecto haría algo así, pero ella pudo porque era una princesa en aquella época, la hija del secretario general de Partido Comunista. Atrae a la gente porque es diferente. No creo que sea verdad que está influida por Gaudí, sigue más la inspiración de la naturaleza”, dice a Efe Tran Cong Hoan, profesor de Arquitectura en la Universidad Alexandre Yersin de Dalat.

La voluntad de imitar la naturaleza queda plasmada en las formas curvilíneas, pero se ve algo mitigada por la omnipresencia del cemento, con algunas paredes aún sin pintar por las que asoman vigas metálicas que rompen el encanto del cuento de hadas.

Los recelos de algunos lugareños no afectan a su popularidad entre los turistas (1,500 visitas diarias de media), en su mayoría extranjeros atraídos por reseñas que describen la casa loca como uno de los edificios más extravagantes del planeta.

“Estoy muy ilusionada por venir a la casa loca. Da un poco de miedo y también me recuerda a El Hobbit y a las películas que veíamos cuando éramos niños”, dice Ye Chan, una joven turista canadiense.

Los más entusiastas se hospedan en alguna de las diez habitaciones disponibles, cada una con una temática animal que, según la autora, se adaptan a los gustos por nacionalidades: la del tigre, para los chinos; la del águila, para los estadounidenses; la del canguro, para los australianos; y la del oso, para los rusos.

El precio de dormir en este universo de fantasía va de $44 a $114, en función del tamaño y las comodidades, con comentarios en general positivos en las páginas de reserva en línea, aunque algunos se quejan de tener que compartir espacio con los visitantes.

Una de las molestias más evidentes son las interminables obras de mantenimiento, a imagen de la Sagrada Familia de Gaudí en Barcelona, que la autora justifica por el carácter orgánico de sus construcciones, que seguirán evolucionando y creciendo mientras ella siga con vida.


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