Igual que los buitres dan vueltas en el aire alrededor de su presa, la escalada arancelaria entre Estados Unidos y China simulaba ser el campo de batalla entre las dos potencias hasta que Washington ha descubierto sus cartas y ha dejado en evidencia cuál es su verdadera presa: la carrera tecnológica.
En la pasada reunión del Foro Económico Mundial (WEF, en sus siglas en inglés), los ejecutivos alertaban de que la —entonces más o menos soterrada— guerra tecnológica entre Washington y Pekín corría el riesgo de acabar con la globalización de Internet y de la amenaza no imposible de que el enfrentamiento entre las dos potencias acabara creando sistemas tecnológicos incompatibles entre sí, lo que obligaría al resto del mundo —Europa, África…— a tomar partido por uno de los dos sistemas. Y lo que entonces parecía algo lejano y poco probable está hoy más cerca de materializarse en un nuevo telón de acero tecnológico. Solo que China no es Rusia.
La inclusión de Huawei en la lista de entidades prohibidas, que supone que las compañías estadounidenses deben tener autorización expresa del Gobierno para comerciar con ellas, representa una seria amenaza global. Lo es desde luego para las cadenas de valor, tan interconectadas que la Administración estadounidense ha tenido que dar un plazo de tres meses a sus empresas para que busquen proveedores alternativos a Huawei. Lo es para el desarrollo de la tecnología y las redes móviles 5G, que los expertos coinciden en que cambiarán los mimbres del modelo económico. Y lo es para las comunicaciones globales propiciadas por el desarrollo de Internet hace ya unas cuantas décadas. Huawei ha avanzado que va a acelerar la implantación de su propio sistema operativo, cuya implantación no será rápida ni sencilla , pero puede agrandar ese nuevo telón de acero. Pekín cuenta, además, con una poderosa arma para facilitar la penetración de ese Internet alternativo: la red de infraestructuras y la financiación ligadas a la nueva Ruta de la Seda.
Quienes confiaban en que Estados Unidos y China evitarían la guerra comercial total que supondría elevar los aranceles sobre todos sus intercambios comerciales y que cerrarían un acuerdo en el marco del G20 que se reúne a finales de junio en Japón —en línea con la tregua que firmaron a finales de noviembre en Buenos Aires—, tienen este miércoles menos motivos para el optimismo. La economía global ya puede ir haciendo números del coste de ese nuevo escenario.
La estrategia tampoco le sale gratis a EE UU. Ni a Trump. Si la amenaza se materializa, los consumidores estadounidenses —cuyo gasto representa un tercio del PIB del país— acabarían pagando 140.000 millones de dólares más ante el encarecimiento de los productos, según cálculos de Bank of America, lo que se come prácticamente la bajada de impuestos aprobada por el Gobierno el año pasado. Un riesgo para quien busca su reelección el año que viene.
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