Por @dayan_jacobo
Los últimos años, ya muchos años, de la historia mexicana han sido particularmente desoladores. A la endémica debilidad democrática y el casi nulo Estado de derecho se ha sumado el horror, la barbarie, que a fuerza de repetición ha sido normalizada. Desde su fundación, México ha apostado por el olvido y el control político de la justicia. Nada ha cambiado. Ni la justicia ni la verdad se han hecho presentes. Los últimos dos sexenios fueron marcados, además de la impunidad, por la violencia extrema y una cleptocracia insultante.
Ha llegado un nuevo gobierno que se autodenomina transformador. Ninguna transformación profunda y positiva es visible. Aunque en el discurso hay ciertas señales de cambio como la mejor distribución del gasto y el fin de la corrupción, en los hechos tenemos evidencia más que clara de un intento de regresión democrática e incluso rasgos de autoritarismo. Como nunca en la historia reciente, AMLO se ha recargado para múltiples funciones en el ejército; igual que en el pasado, los nombramientos para distintos órganos, incluyendo el poder judicial y las fiscalías, han sido a modo y en algunos casos con personas sin el perfil adecuado. Hemos presenciado el embate a órganos autónomos (CNDH, INE e INAI) y al poder judicial; denostaciones a la prensa y organizaciones de sociedad civil; desprecio por el estado laico. Ha justificado acciones de gobierno con el argumento de que lo legal no se apega a lo justo, que es definido solo por él. Ha mantenido y exacerbado el modelo militar de seguridad más allá de lo permitido por el marco normativo. Ha lanzado un embate contra pueblos indígenas y sus territorios. Ha criminalizado al extremo la migración. Ha abandonado su oferta de campaña de iniciar procesos de justicia transicional. Sigue apostando al olvido y la impunidad. La política de resolver casos aislados no es ni será suficiente. Así no se desmantelarán las redes criminales, de protección política y de corrupción.
Mención especial merece el atropello democrático realizado en Baja California al pretender extender el mandato del gobernador electo. Morena, en voz de su presidenta, ha respaldado una evidente regresión democrática mostrando así su gen autoritario. AMLO, en vez condenar lo que a todas luces es inadmisible, simplemente habló de esperar a que se pronuncien otros. El presidente no tiene un resorte democrático aceitado. Lo ocurrido en Baja California hubiera exigido una condena inmediata. Aunque ahora lo condene será tarde. El impulso autoritario ya asomó. Los funcionarios de su gobierno piensan lo mismo o privilegian la sumisión a los principios.
La historia puede mostrar muchos casos en que gobiernos autoritarios que emanan de democracias suelen ir estirando la liga más allá de lo legal en varios temas, en los que no encuentran resistencia continúan. Cuando reculan por presión, hablan de apego a la ley.
Los hechos allí están. Para este gobierno su movimiento es lo único con autoridad moral; son ellos y nada más; son sus formas y ningunas otras; son solo sus verdades y sus datos; afirman y creen que solo ellos son honestos; aseveran que ellos son los únicos que entienden y representan al pueblo (lo que ello signifique). No querer ver las señales autoritarias y preferir destacar una u otra política pública, uno u otro discurso, es responsabilidad individual. Ya toleramos dos sexenios de violencia, impunidad, corrupción, cinismo y mal gobierno y ahora vemos, de manera más clara cada día, un embate de visión única. Es tiempo de volver a reflexionar, de asumir responsabilidades. Todas y todos, individual y colectivamente.
Guardando toda proporción, al final de la Segunda Guerra Mundial, el filósofo alemán Karl Jaspers publicó “El problema de la culpa: sobre la responsabilidad política de Alemania”. En él analizó las responsabilidades compartidas por la sociedad y políticos alemanes durante el nazismo. Jaspers identificó 4 niveles de responsabilidad.
Culpa criminal: se trata de hechos concretos con los que se violaron leyes. Actores estatales y no estatales que participaron, se coludieron, fueron omisos a sus obligaciones y/o permitieron/ocultaron hechos delictivos y criminales.
Culpa política: las personas son colectivamente corresponsables por los actos que comete el Estado al que pertenecen por haber tolerado lo ocurrido.
Culpa moral: los individuos son responsables por haber apoyado o no a estos gobiernos, por haber colaborado o no, por haber decidido no ver el horror, la impunidad y el deterioro democrático.
Culpa metafísica: de manera solidaria, cada ser humano es responsable de los agravios e injusticia que hay en el mundo, especialmente de los crímenes que suceden en su presencia o con su conocimiento.
Repito, guardando toda proporción pero manteniendo el fondo del análisis. La situación no cambiará si no tomamos conciencia de la responsabilidad individual y colectiva. La responsabilidad que tienen funcionarios de gobierno, clase política, empresarios, medios de comunicación, líderes de opinión, academia, iglesias, sociedad civil organizada, y en general todas y todos nosotros.
El cambio es necesario. La historia, en particular la reciente, ha dinamitado al Estado y la confianza ciudadana. Convivimos cotidianamente con violencia dantesca, negación de verdad y justicia, corrupción rampante, devastación del medio ambiente, desigualdad insultante y ahora enfrentamos un intento autoritario.
La reserva moral o la avanzada ética se encuentra en los colectivos de víctimas, en su mayoría mujeres, que ante la ausencia del Estado continúan desenterrando el horror en un país plagado de fosas, exigiendo verdad y justicia, gritando basta, enfrentando a gobiernos de todos los colores. Allí está la inspiración que necesitamos.
*La opinión aquí vertida es responsabilidad de quien firma y no necesariamente representa la postura editorial de Aristegui Noticias.