La nominación de un juez del Tribunal Supremo constituye una de las principales expresiones del poder presidencial en Estados Unidos. Se trata de puestos vitalicios en la más alta autoridad judicial de la nación, cuyas decisiones suponen puntos de inflexión en asuntos tan críticos como los derechos civiles. Una vez confirmados en el cargo, no obstante, se vuelven intocables, y ese juez republicano que un mandatario escogió en un momento de su vida, puede acabar convirtiéndose en el líder del ala progresista del órgano. Ese fue el caso de John Paul Stevens, fallecido este martes en un hospital de Lauderdale (Florida) a los 99 años por un derrame cerebral sufrido el día anterior.
Stevens fue el cuarto juez del Supremo más longevo en el cargo. Nominado por Gerald Ford, no se jubiló hasta 2010, cuando faltaban no más de 10 días para que cumpliera 90 años. Era el último veterano de la Segunda Guerra Mundial que quedaba en la Corte. En sus 34 años de servicio sus posturas resultaron clave en grandes casos, responsable como fue de escribir la opinión en asuntos relacionados con la regulación del Gobierno, la pena de muerte o las libertades civiles, entre otras.
Fue precisamente sobre asuntos como la pena capital —que pasó de apoyar a rechazar— o la discriminación positiva sobre los que se hizo palpable su migración liberal. Se encargó de escribir el razonamiento de la mayoría contra el presidente Bush hijo en 2004, que fijó bajo la jurisdicción de los tribunales federales a los centenares de prisioneros que habían sido capturados en Afganistán y Pakistán y encarcelados en Guantánamo. También es el autor de la opinión que consideró inconstitucional la ejecución de un discapacitado mental.
Había nacido en 1920 en Chicago, donde se formó como abogado antimonopolios y trabajó durante dos décadas, hasta que durante la Administración de Nixon fue nominado como juez de apelaciones en la misma ciudad. El juez de Supremo John G. Roberts destacó esta noche en un comunicado la “sabiduría e independencia” de este “hijo del Medio Oeste americano”. Escribió varios libros y se mantuvo activo hasta el último momento. El año pasado publicó en The New York Times un artículo de opinión que se titulaba ni más ni menos: revoque la segunda enmienda. Es decir, la que consagra el derecho a las armas.
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