No deja de ser irónico que la matanza en contra de hispanos este fin de semana en El Paso, Texas, haya tenido lugar en un Walmart. La firma estadounidense se ha convertido en la empresa que genera más empleos en México y en general en América Latina. Globalización por donde se le mire, el mismo fenómeno que hace imparable la migración que quita el sueño a Trump y a los supremacistas blancos.
Desde su perspectiva, tienen razones para preocuparse. Según el U.S. Census Bureau antes del 2050 la suma de las minorías se convertirá en una mayoría demográfica. En otras palabras, Estados Unidos dejará de ser un país mayoritariamente blanco. Para muchos norteamericanos eso simplemente significa que su cultura será más diversificada, pero muchos otros (46% de los blancos, según el Pew Research Center) creen que con el predominio de las minorías se habrá perdido para siempre el núcleo del American way of life. Los más radicales hablan incluso de ser víctimas de un genocidio silencioso, lo cual justifica cualquier tipo de medidas de defensa en contra de la extinción de su raza y su cultura.
Estas posiciones políticas se nutren, desde luego, del uso que los políticos le han dado a estos temores convirtiéndolos en bandera electoral. En realidad los dos factores son simbióticos: la elección de Trump se explica en parte por el extendido temor de la población blanca ante el ascenso de las minorías y estos temores, a su vez, resultan expandidos por el discurso de odio impulsado por el presidente. Las dos puntas del fenómeno se alimentan mutuamente. Cometeríamos un error asumiendo que se trata simplemente del daño que provoca un individuo desequilibrado en la Casa Blanca. La aprobación del presidente entre los votantes republicanos subió 5%, para alcanzar 72%, tras haber flagelado a cuatro legisladoras de origen “étnico” pidiéndole que regresaran a los lugares infestados de crimen de donde venían. Los tuits de Trump fueron unánimemente considerados de corte racista y, no obstante, resultaron aplaudidos por una parte importante de la población (entre votantes demócratas e independientes, en cambio, sus expresiones provocaron una caída en su aprobación). Es decir, el racismo, convertido en ideología de defensa, ha comenzado a adquirir etiqueta de legitimidad en círculos cada vez más amplios. Hace 20 los supremacistas hablaban de superioridad de la raza blanca, dice el investigador Haidi Beirich, ahora hablan de supervivencia, de la imparable invasión de personas de color.
Los supremacistas tienen incluso un corpus intelectual al cual recurrir para justificar sus posiciones y, en última instancia, sus acciones. El más distinguido de los autores lleva por nombre, por qué no, Camus. El francés Renaud Camus publicó en inglés en 2018 No nos reemplazarán (You Will Not Replace Us), una especie de síntesis de sus trabajos en francés, el más famoso de los cuales Le Grand Replacement (2012) se ha convertido en biblia de cabecera de la derecha xenófoba europea desde hace años. Ese fue el título del manifiesto publicado por el asesino para justificar la tragedia de la mezquita en Chrischurch, Nueva Zelanda que dejó 51 víctimas: The Great Replacement. La tesis central de Camus, plagada de referencias filosóficas, históricas y estadísticas, describe el genocidio de la población blanca producto de la lenta pero creciente invasión por parte de otras razas de color y la necesidad de hacer algo al respecto. Patrick Crusius el perpetrador de la masacre de El Paso, posteó minutos antes de acometerla, que su ataque era una respuesta a la Hispanic invasion of Texas.
No resulta claro aún el efecto político electoral que tendrá la matanza en el Wal-Mart. La reacción inmediata ha sido de repulsa al discurso de odio y discriminación impulsado por Donald Trump desde la Casa Blanca. Sus adversarios argumentan que sus tuits se han convertido en el combustible que pone en movimiento a terroristas como Crusius. Muchos votantes de derecha pueden justificar descalificaciones racistas en contra de legisladoras de color, pero no les gustaría ver sus centros comerciales convertidos en mataderos.
El hecho de que unas horas más tarde un joven al parecer desequilibrado, y siguiendo motivos aún inciertos, asesinara a diez personas, entre ellas su hermana, en Dayton, Ohio, ha permitido a Trump desviar el tema de la agenda racial y convertirlo en un asunto de control de armas. Si bien esta es una bandera crucial para la derecha norteamericana, el presidente preferiría ceder en algunos puntos menores y en todo caso emprender una polémica mediática respecto a las armas, que reconocer alguna responsabilidad personal en la ola de odio racial que ha resurgido. No es casual que este miércoles programara una visita a los dos sitios, Dayton y El Paso, para enlazarlos con el elemento que tienen en común: el acceso de jóvenes desequilibrados a rifles automáticos. Cualquier cosa para impedir que se le acuse de porrista del terrorismo. No obstante, habría que hacer apuestas: ¿Cuánto tiempo se tardará Trump en publicar el siguiente tuit en contra de sus villanos favoritos? @jorgezepedap
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