El juicio con jurado popular por la muerte del niño español Gabriel Cruz, ocurrida en 2018, terminó este martes con las peticiones de la Fiscalía y la acusación particular de prisión permanente revisable por asesinato para la única acusada, la dominicana Ana Julia Quezada.
La defensa, por su parte, pidió tres años de cárcel por un delito de homicidio por imprudencia grave o, subsidiariamente, de homicidio doloso, por el que solicitó 15 años de prisión, debido a las atenuantes de confesión, arrebato y de actuar bajo la influencia de drogas.
La acusada pidió el martes perdón a los familiares, a toda España y a Dios por la muerte del niño, de ocho años, el 27 de febrero de 2018 en una población de la provincia de Almería.
Quezada, que mantenía una relación sentimental con el padre de Gabriel cuando ocurrieron los hechos, fingió participar activamente en la búsqueda del menor cuando se dio por desaparecido.
El cadáver fue encontrado en su automóvil tras doce días de búsqueda, lo que causó un gran despliegue mediático y una gran conmoción en toda España.
Está previsto que el jurado se encierre este miércoles a deliberar sobre todo lo argumentado en las sesiones.
La defensa mostró una carta que Quezada envió al padre del niño desde la cárcel, en la que pedía perdón y negaba que su acción fuera premeditada.
Pero la fiscal Elena María Fernández argumentó que Quezada, la única persona acusada, mató al niño porque era un “obstáculo” para sus planes personales. También pidió 10 años más de cárcel por lesiones psíquicas causadas al padre y la madre del menor.
“Ha quedado acreditado el desapego afectivo que tenía Quezada con Gabriel (…). Ha quedado acreditada una inquina y una aversión injusta totalmente hacia este niño que lleva a una intencionalidad perversa y consolidada en el tiempo”, según el escrito de conclusiones definitivas de la Fiscalía.
Aquel día, según la fiscal, el niño le dijo a su abuela que iba a jugar con sus primos y Quezada estaba “pendiente de sus movimientos”.
La acusada lo abordó en el camino entre el domicilio de la abuela y la casa de sus primos, y le pidió que la acompañase para ayudarle porque iba a pintar en una finca del padre de Gabriel situada en lugar aislado a varios kilómetros.
El niño accedió ante la “confianza” que tenía al estar “íntimamente vinculada a su entorno familiar desde el inicio de la relación sentimental con su padre”.
Y una vez en la finca, le causó la muerte, lo desnudó, lo enterró junto a una alberca en el exterior de la finca, que cubrió con tierra y piedras, y guardó las ropas, según la fiscal.
El 3 de marzo, la acusada propició el hallazgo de una camiseta del niño para despistar a las fuerzas de seguridad y el día 11 desenterró el cuerpo y lo metió en su automóvil para buscar un invernadero donde ocultarlo, hasta que fue detenida cuando intentaba acceder al garaje de su domicilio en Vícar, Almería, siempre según la versión del Ministerio Público.
El abogado de los padres (acusación particular) consideró que la acusada es una “auténtica asesina”, que se comportó con “ensañamiento”.
“Mató haciendo sufrir al niño. Desconocemos si el móvil es sólo económico o es odio absoluto a la madre del niño o en el fondo es que simplemente le estorbaba en esa independencia” que buscaba, dijo el letrado Francisco Torres.
Argumentó que lo dejó agonizar durante al menos 45 minutos antes de asfixiarlo y que se trata de una “sociópata auténtica”. Por ello, pidió al jurado que “no le tiemble el pulso” cuando analice los hechos que se juzgan.
Explicó que el día de la muerte, de forma “inesperada” golpeó por la espalda al niño por detrás de la oreja con el palo de un hacha y lo dejó “agonizar”. Cuando, tras “darle una somanta de palos”, vio que estaba muerto, lo asfixió.
El abogado de la defensa, Esteban Hernández Thiel, explicó que todo sucedió de forma improvisada en la finca, donde el niño habría cogido un “hacha para jugar”.
La mujer le dijo que la soltara porque era “peligroso”, pero el niño le habría respondido que “se callara”, que “quería que su padre estuviera con su madre y no con ella, que era una negra fea”.
Aseguró el defensor que Quezada intentaba quitársela poniéndole la mano en la boca para que no profiriera más insultos.
“Presa de la ira y sin medir las consecuencias de su acción, continuó tapándole boca y nariz” hasta darse cuenta de que había dejado de respirar.
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