El presidente de EE UU, Donald Trump. En vídeo, las claves del ‘impeachment’ a Trump y la trama ucrania. JONATHAN ERNST (reuters) / daniel castresana
Es la cuarta vez en la historia en que Estados Unidos inicia este proceso encaminado a la destitución de un presidente en activo, y nunca ha prosperado. El primer caso, contra Andrew Johnson, ofrece poca luz pues tuvo lugar hace 151 años. Los dos últimos, contra Richard Nixon y Bill Clinton, sucedieron en los segundos mandatos de los presidentes, cuando ya no se podían presentar a la reelección.
Trump llega al proceso con unos índices de popularidad muy bajos (en torno al 43%). Tampoco el proceso de impeachment suele gozar de la estima de los votantes (solo un 37% lo apoya, según un sondeo reciente). Al sumarse más figuras demócratas moderadas a la petición, es posible que la simpatía hacia el impeachment mejore entre los votantes del partido y los indecisos. Menos claro es el potencial efecto en la popularidad de Trump. La de Clinton subió (hasta el 73%) con su proceso de destitución y la de Nixon cayó considerablemente (hasta el 23%). Pero Trump empieza en una posición más baja y tiene menos terreno que perder.
El presidente ha dicho, faltando a la verdad, que sus índices de popularidad son muy altos y que el impeachment es la única manera que tienen los demócratas de pararlo. Lo cierto es que todos los sondeos le dan perdedor en un eventual enfrentamiento con Joe Biden, el favorito de los demócratas. Pero su popularidad sigue siendo muy alta entre los republicanos, como demuestra el hecho de que, justo el día en que Pelosi anunció el impeachment, Trump recaudó un millón de dólares para su campaña.
El proceso, pues, dará a Trump un arma para movilizar a sus bases. Algo muy extraordinario tendría que resultar de la investigación para que, al final del proceso, el Senado, de mayoría republicana, no le absuelva. Así, por segunda vez en seis meses, el presidente podrá hablar de esa “exoneración total” que tan bien le ha funcionado después del informe Mueller. Y los votantes indecisos, hartos del empeño en revertir el resultado de las anteriores elecciones, podrían castigar a los demócratas. Por eso Nancy Pelosi se ha resistido durante tanto tiempo. Y por eso ella y otros moderados desearían una conclusión rápida.
No conviene olvidar que los demócratas recuperaron la mayoría en la Cámara baja, en las elecciones de noviembre del año pasado, hablando de asuntos que afectan a las vidas de los votantes, como la sanidad, la educación o las desigualdades. En medio de un proceso de impeachment, habrá poco espacio para hablar de nada más.
Pero la previsible parálisis legislativa, con el Congreso centrado en la investigación, tampoco conviene a Trump. El proceso puede empantanar algunas de las iniciativas clave del presidente, como la aprobación del acuerdo comercial con México y Canadá o el avance de las negociaciones con China.
Donde nadie duda que la investigación tendrá un efecto trascendental es en el proceso de elección del candidato demócrata para las elecciones de noviembre del año que viene. En primer lugar, es muy probable que tenga un efecto estrechador de la contienda: aquellos de los 19 candidatos restantes que no consiguen destacar tendrán ahora aún más difícil hacerse oír, cuando el debate se aleje de las ideas y se centre en cuestiones de Estado.
La gran incógnita es el efecto que puede tener en el candidato que todos los sondeos dan como favorito: Joe Biden. La campaña del exvicepresidente puede acabar siendo un daño colateral de la investigación del impeachment, activada tras una llamada en la que Trump pedía al presidente ucranio Zelenski que investigue las actividades de Biden y su hijo Hunter en Ucrania. Puede que no haya nada delictivo, pero en política la realidad es menos importante que las apariencias. Y aquí las apariencias –un puesto el consejo de una de las mayores compañías privadas ucranias de gas, cuando su padre era vicepresidente de Estados Unidos, y a razón de 50.000 dólares mensuales– son feas.
Trump, que tiene una fijación con Biden, lo repetirá machaconamente. Y tampoco deberían los demócratas subestimar la capacidad del Senado de dar la vuelta a la tortilla cuando el proceso llegue a su lado del Capitolio. La Cámara alta cuenta con pocas restricciones sobre lo que puede hacer cuando el proceso de impeachment la convierte en un tribunal. Podrían, por ejemplo, llamar a Hunter Biden a testificar sobre sus actividades en Ucrania, con el fin de demostrar que la petición de Trump a Zelenski fue legítima, pues trataba de proteger los intereses de EE UU. Conociendo cómo se las gastan Trump y el liderazgo republicano del Senado, todo indica que la defensa del caso, cuando llegue a la Cámara alta, será cuando menos agresiva.
Complementario al efecto sobre Joe Biden de la investigación es el que esta tendrá sobre quien ya es su principal rival, la izquierdista Elizabeth Warren. Ya en las últimas semanas Warren venía pisándole los talones, y esto puede acabar de confirmar la tendencia. O no. La senadora de Massachussetts no está exenta de riesgos. Tener a Biden constantemente en el centro de la imagen, convertido en el rival de facto, podría perjudicar a la carrera ascendente de Warren. Ella fue, además, la primera en pedir el impeachment, lo que la convierte en más vulnerable a su éxito o fracaso. Por último, el hecho de que el foco se centre en la investigación puede librar a Warren del incómodo escrutinio, por parte de la prensa conservadora, de sus arriesgadas propuestas, muy a la izquierda del centro gravitacional de la política estadounidense.
El tiempo dirá si el camino sin mapas en el que se acaba de adentrar el país conduce a la derecha, a la izquierda o al centro. Si el viaje ahonda más en la polarización que hoy lastra al país, convirtiendo a los bandos en aún más irreconciliables, o si resulta en cambio un revulsivo para rechazar las causas que han llevado a los legisladores a adoptar la medida más grave que prevé la Constitución: la de tratar de apartar, sin pasar por las urnas, a un presidente en activo.
La incógnita de la duración
Aunque los demócratas tiendan a desear un proceso rápido, la duración es otra incógnita. La propia Pelosi pasó de anunciar un proceso “expeditivo” a admitir que “llevará su tiempo”. La Casa Blanca podría resistirse a proporcionar documentos o testigos que reclame la Cámara de Representantes, demorando meses los trámites. Además, acelerar el proceso en exceso daría combustible a Trump para hablar de “caza de brujas”. El proceso de impeachment de Johnson, desde la apertura de la investigación hasta la absolución en el Senado, se prolongó durante 94 días; el de Nixon, que no llegó a la Cámara alta porque el presidente dimitió, duró 184, y el de Clinton, 127. La tradicional corta memoria de los votantes, combinada con la dependencia de Trump de sus bases incondicionales, hace pensar que los efectos en las elecciones de un proceso de impeachment corto, asumiendo que el presidente sobreviva y se presente a las elecciones del año que viene, pueden ser limitados.
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