Un Estado fuerte es necesario para controlar la violencia, hacer cumplir las leyes y proporcionar servicios públicos que son cruciales para una vida en la que las personas tienen poder para escoger y luchar por sus decisiones. Una sociedad fuerte y movilizada es necesaria para controlar y encadenar al Estado fuerte. (…) Sin la vigilancia de la sociedad, las Constituciones y las garantías no valen mucho más que el pergamino en el que están escritas.
Encastrado entre el miedo y la represión que infligen los Estados despóticos y la violencia y la anarquía que surgen en su ausencia, hay un pasillo estrecho hacia la libertad. Es en este pasillo donde el Estado y la sociedad se equilibran mutuamente.
Este equilibrio no tiene que ver con un momento revolucionario. Es una lucha constante y diaria entre los dos. Esta lucha aporta beneficios. En el pasillo, el Estado y la sociedad no sólo se enfrentan, también cooperan. Esta cooperación genera en el Estado la capacidad de proporcionar cosas que la sociedad quiere y fomenta una mayor movilización social para controlar esta capacidad.
Lo que hace que esto sea un pasillo, y no una puerta, es que lograr la libertad es un proceso; hay que recorrer un largo camino en el pasillo antes de que la violencia se controle, las leyes se escriban y se impongan, y los Estados empiecen a proporcionar servicios a sus ciudadanos. Es un proceso, porque el Estado y sus élites deben aprender a vivir con las cadenas que les impone la sociedad, y diferentes sectores de la sociedad tienen que aprender a trabajar juntos a pesar de sus diferencias.
Las británicas no lograron derechos gracias a las concesiones de hombres, sino con organización y empoderamiento
Lo que hace que este pasillo sea estrecho es que no se trata de una hazaña fácil. ¿Cómo se puede contener a un Estado que tiene una enorme burocracia, unas fuerzas armadas poderosas y libertad para decidir qué es la ley? ¿Cómo se puede garantizar que, cuando en un mundo complejo se le pida al Estado que asuma más responsabilidades, éste permanecerá moderado y bajo control? ¿Cómo se puede mantener una situación en la que la sociedad trabaja conjuntamente en lugar de volverse contra sí misma, escindida por diferencias y divisiones? ¿Cómo se impide que esto se convierta en una competición de suma cero? No es en absoluto fácil, y por eso el pasillo es estrecho y las sociedades entran y salen de él, con unas consecuencias de gran alcance.
Nada de esto se puede planear. No es que muchos líderes, por iniciativa propia, traten realmente de lograr la libertad. Cuando el Estado y las élites son demasiado poderosos y la sociedad es dócil, ¿por qué iban los líderes a garantizar a la gente derechos y libertad? Y si lo hicieran, ¿se podría confiar en que mantendrían su palabra?
Los orígenes de la libertad se pueden observar en la historia de la liberación de las mujeres desde la época de Gilgamesh [rey de Uruk, según algunos historiadores, la primera ciudad del mundo, situada en el sur del Irak actual] hasta nuestros días. ¿Cómo pasó la sociedad de una situación en la que, como relata la epopeya, “el himen de toda doncella (…) le pertenecía” a una en la que las mujeres tienen derechos (bueno, al menos en algunos lugares)? ¿Puede deberse a que los hombres reconocen esos derechos? Emiratos Árabes Unidos, por ejemplo, tiene un Consejo para el Equilibrio de Género creado en 2015 por Sheikh Mohammed bin Rashid al Maktoum, vicepresidente y primer ministro del país, y gobernante de Dubái. Cada año, concede los premios a la igualdad de género por cosas como “la mejor entidad gubernamental que apoya el equilibrio de género”, “la mejor autoridad federal que apoya el equilibrio de género” y “la mejor iniciativa de equilibrio de género”. Todos los premios de 2018, otorgados por Sheikh Maktoum, tienen una cosa en común: ¡se concedieron a hombres!
El problema con la solución de Emiratos Árabes Unidos fue que Sheikh Maktoum la ideó y luego se la impuso a la sociedad, sin su participación.
Contrastemos esto con la historia, más exitosa, de los derechos de las mujeres en el Reino Unido, donde éstos no se concedieron, sino que se tomaron. Las mujeres crearon un movimiento social, conocido como las suffragettes. Éstas surgieron a partir del Sindicato Social y Político de Mujeres británico, un movimiento sólo de mujeres fundado en 1903. No esperaron a que los hombres les dieran premios a “la mejor iniciativa de equilibrio de género”. Ellas se movilizaron. Participaron en acciones directas y en desobediencia civil. Bombardearon la casa de verano de David Lloyd George, entonces canciller del Exchequer y más tarde primer ministro. Se encadenaron a las rejas del exterior del palacio de Westminster. Se negaron a pagar impuestos y, cuando fueron encarceladas, hicieron huelga de hambre y tuvieron que ser alimentadas a la fuerza.
Emily Davison fue parte importante del movimiento de las suffragettes. El 4 de junio de 1913, en el Derby de Epson, una famosa carrera de caballos, Davison corrió hacia la pista y se puso delante de Anmer, un caballo que pertenecía al rey Jorge V.
Davison, que, según algunos informes, llevaba la bandera púrpura, blanca y verde de las suffragettes, fue golpeada por Anmer. El caballo cayó y la aplastó. (…) Cuatro días después, Davison murió a causa de las heridas. Cinco años más tarde, las mujeres pudieron votar en las elecciones parlamentarias. En el Reino Unido, las mujeres no lograron derechos gracias a las magnánimas concesiones de algunos líderes (hombres). La obtención de derechos fue consecuencia de su organización y empoderamiento.
La historia de la liberación de las mujeres no es única ni excepcional. La libertad casi siempre depende de la movilización social y de la capacidad para lograr un equilibrio de poder con el Estado y sus élites.
Daron Acemoglu es catedrático de Economía en el Instituto Tecnológico de Massachusetts.
James A. Robinson es politólogo, economista y catedrático en la Universidad de Chicago.
Este texto es un extracto de ‘El pasillo estrecho. Estados, sociedades y cómo alcanzar la libertad’, que publica Deusto este 22 de octubre.
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