Si usted juega a la versión online del Risk, el famoso juego de diplomacia y conquista, puede encontrarse batallando al otro lado de la pantalla contra uno de los precandidatos a las elecciones presidenciales de Estados Unidos en 2020. Pete Buttigieg, alcalde de South Bend, una ciudad de 100.000 habitantes del Estado de Indiana, lo cuenta en su autobús de campaña al final de un largo sábado de actos públicos en Iowa, a primeros de noviembre. “Es un juego un poco imperialista, pero también tiene mucho de estrategia”, justifica a la decena de periodistas que le acompañará durante dos días. Juega por las noches con un seudónimo que se niega a revelar, rechaza que esa afición le ayude a formarse como un futuro líder mundial, pero sí que le ayuda a desconectar de una batalla real: la de las primarias demócratas.
Llegó a ellas como una rara avis. Tiene 37 años -cuatro décadas menos que rivales como el exvicepresidente Joe Biden o el senador Bernie Sanders- lo que le convertiría en el primer presidente millennial de Estados Unidos. Graduado en Harvard, políglota y elegido alcalde por primera vez con 29 años, es uno de esos jóvenes prodigio de la política. Si ganase, resultaría también el primer mandatario abiertamente homosexual. Religioso, exmilitar y forjado en una tierra eminentemente conservadora, cree que puede unificar a Estados Unidos en un momento en el que los demócratas debaten cuál es el mejor modo de derrotar a Donald Trump, si girando a la izquierda o amarrando el centro.
“Yo simplemente rechazo la idea de que haya que escoger entre ser valiente o unir a los estadounidenses, que las políticas valientes sean justo las polarizantes”, apunta a bordo del autobús azul y amarillo, nada más salir de Cedar Rapids, previo paso por Des Moines. El alcalde Pete, como suele llamársele, se está pateando Iowa, primer Estado en celebrar los caucus, en un momento dulce, con su nombre subiendo en los primeros cuatro puestos de las encuestas. Buttigieg ha pasado de ser una curiosidad a un sólido contrincante.
Frente a los tambores revolucionarios de campañas como las de Elizabeth Warren o Sanders, Buttigieg destila un idealismo pragmático de aire obamaniano, ese reformismo optimista del sí se puede (Yes, we can), lo que se puede (y hasta donde se pueda).
Si los dos senadores izquierdistas prometen un sistema de salud público universal, liquidando la mayor parte de seguros privados, el alcalde de South Bend apuesta por mantener ambas opciones. Ante la propuesta de una educación universitaria pública para todo el mundo, Buttigieg propone la gratuidad para las familias con ingresos máximos de 100.000 dólares anuales. Esta y otras medidas, como las ventajas fiscales para los trabajadores, colocan el programa del joven político en un terreno intermedio entre el centrismo del exvicepresidente Joe Biden y los polos más progresistas, encarnados por Warren y Sanders.
Buttigieg, dicho sea de paso, detesta las clasificaciones ideológicas. “No creo que yo deba ser considerado menos progresista, teniendo en cuenta cómo hemos llevado la delantera en muchos asuntos de reformas democráticas, pero no estoy en la batalla por colocarme en, como se dice, un lugar adecuado ideológicamente, signifique lo que signifique eso, me interesa tener las respuestas con sentido, que vayan a hacer buenas políticas y que consigan una mayoría sólida”, explica. También quiere marcar distancias con Joe Biden, que comenzó su carrera como senador en 1973, cuando aún faltaban nueve años para que naciera Buttigieg.
“Creo que lo que yo ofrezco es muy diferente a los que ofrece el vicepresidente. Yo pienso que las soluciones deben llegar de fuera de Washington, fundamentalmente dejando el viejo modo de hacer las cosas y dando poder a nueva una generación, sin mencionar siquiera que mi tipo de mensaje es muy distinto”, recalca.
En la centrifugadora política estadounidense, los menos de 10 meses que han pasado desde que anunció su candidatura se antojan una eternidad. Lo que más le distinguió cuando entró en la escena nacional, además de su rompedor perfil personal, fueron sus propuestas de reformar el sistema electoral o el Tribunal Supremo, asuntos que ahora pasan inadvertidos en sus actos de campaña.
Su candidatura, sin embargo, sigue llamando la atención en Iowa. En un acto con votantes en Decorah, un pueblo de menos de 8.000 habitantes, una persona del público le lanza con crudeza una pregunta sobre su homosexualidad: Si llega a presidente, siendo gay, ¿cómo lidiará con países como Arabia Saudí o Rusia? “Pues van a tener que acostumbrarse”, responde con rapidez, provocando un largo aplauso en el pabellón deportivo de un instituto de secundaria. “Una de las grandes cosas de Estados Unidos, cuando lo hacemos bien, es nuestra capacidad de desafiar a los lugares en todo el mundo a reconocer las libertades”, elaboró después. “Lo que me preocupa no es cómo me traten a mí, porque me tratarán como al presidente de Estados Unidos, el problema es cómo se trata a la gente en esos países”, añadió, “y es un paso adelante para la gente en esos países que Estados Unidos esté liderado por alguien al que puedan mirar y pensar que no están solos”.
“Me recuerda mucho a Obama, a cuando aquí en Iowa empezó a destacar en las primarias, también me gustan las políticas de Warren o Sanders, pero, Dios mío, ¡son más viejos que yo!”, afirma Jack Knight, de 66 años, inspector agrícola.
Buttigieg es joven, pero no un fenómeno juvenil. En la media docena de actos de campaña que realiza en dos días por los pueblos de Iowa escasean los veinteañeros y llama la atención la multitud de personas en edad de jubilación, algunos ya muy entrados en la tercera edad, con gorras militares que les identifican como veteranos de guerra. Cuando se le cuestiona por la breve trayectoria, recuerda que tiene más experiencia de Gobierno que el presidente Trump cuando ganó y más experiencia militar que ningún otro inquilino de la Casa Blanca desde la era de George Bush padre (1989 -1993). Sirvió como teniente de Reserva de la Armada y en 2014 pasó siete meses como voluntario en Afganistán sin paga.
Por la noche, en una cena ya sin micrófonos, en un hotel de carretera, camino de Waverly, Buttigieg exhibirá sus conocimientos sobre la política internacional. Hará preguntas complejas sobre el Brexit, el auge del populismo en Europa o el movimiento independentista en Cataluña. En un mitin en Waverly, al día siguiente, Adra Cherry, de 50 años, elogiaba su cultura: “Y creo que tiene mucha visión para este país, más allá de estas elecciones”, resaltaba. Con respuestas bien elaboradas para casi todo, Buttigieg ha logrado el título oficioso del aspirante más inteligente a la Casa Blanca. Menos consenso hay sobre si esa es la clave para regresar a ella.
Obama alerta a los demócratas contra las “revoluciones”
El expresidente demócrata Barack Obama advirtió este viernes a su partido que un giro excesivo a la izquierda puede costarles las elecciones presidenciales de noviembre de 2020. “Este es aún un país menos revolucionario y más interesado en mejoras”, dijo en un encuentro con donantes en Washington, según declaraciones recogidas por The Washington Post. “Les gusta ver mejoras, pero a la mayor parte de estadounidenses no cree que haya que tirar abajo el sistema entero y rehacerlo”.
No mencionó a ningún precandidato, pero quienes hablan de revoluciones y cambios estructurales, quienes tienen programas que suponen una refundación del sistema, son principalmente los senadores Warren y Sanders, que comparten los cuatro primeros puestos en los sondeos, junto a Buttitigieg o Joe Biden, más moderados.
Los centristas temen que Buttigieg sea demasiado joven para ganar en 2020, además de que despierta poco interés entre los votantes afroamericanos. Y Biden, aún líder en las encuestas a nivel nacional, está perdiendo fuelle y es incierto cuánto le pueda afectar el escándalo de Ucrania. Esas dudas explican que el exgobernador de Massachusetts Deval Patrick acabe de dar un paso al frente para presentarse a las primarias, que empiezan en febrero, y que el exalcalde de Nueva York Michael Bloomberg se esté planteando lo propio.
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