¿A cenar a tu casa…? El complicado arte de recibir con una copa de vino en una mano y un gel hidroalcohólico en la otra


El aperitivo estrella de Lola Martín, profesional de la comunicación en una editorial y excelsa recibidora en su casa de Madrid, es la medianoche de chile chipotle. “Hay quien mataría por venir a probarla”, bromea. Y, ay, su delicioso cestito de salmón con eneldo… Ninguno de estos canapés se sirven ahora en el plato compartido, sino que se disponen en raciones individuales en una mesa de diez comensales donde, en la última quedada, se sentaron solo cuatro. Una tristeza. “Yo, que hacía fiestas todos los veranos de hasta 50 personas, y, al menos una vez al mes, organizaba cenas para 25, llevo fatal las restricciones de la pandemia. Pero hay que ser responsable y, por supuesto, no deseo exponer a nadie”, apunta.

Atrás quedaron los encuentros con conocidos y amigos no tan íntimos, como aquella vez en que un autor extranjero visitó Madrid y recibió una invitación suya para cenar en casa (publicaba en su editorial). “Me dijo que era la primera vez que alguien de España le abría las puertas de su domicilio. Fuera es muy común, pero aquí todavía sentimos pudor de mostrar la intimidad del hogar. No es mi caso: lo que ves es lo que soy”. Y la historia dice que la rarita no es ella: “Hogar viene de la voz latina focus (fuego), el lugar donde se prepara la comida y donde uno se calienta, pero también donde se comparten alimentos y se cuentan historias”, anota el filósofo Santiago Beruete, autor de Verdolatría y Jardinosofía (ambos de Turner Libros). Y desvela este temor: “Me preocupa que interioricemos el sentimiento de alarma permanente, naturalicemos las distancias de seguridad y fortalezcamos los sistemas de control y vigilancia tecnológicos. No me gustaría que los abrazos y besos de cortesía, la conversación de tú a tú, las visitas espontáneas a los amigos y la sociabilidad despreocupada se convirtieran en cosa del pasado”.

Sécate la lagrimilla. Aquí hemos venido a sacar partido a las reuniones pandémicas, siempre que el contexto epidemiológico las permita y respetando sagradamente cada norma. Un consejo de Isa Hernández, psicóloga malagueña que sigue con sus quedadas semanales en casa: “He decidido desviar la conversación cuando la cosa se pone lúgubre, porque hubo un tiempo en que solo hablábamos de enfermedades y economía. Hago una broma, subo la música o recurro a algún recuerdo agradable”. A Lola también le echan una mano Frank Sinatra, Cole Porter y, en general, el jazz animado. Eso sí, prohibido cantar: el acto, como gritar, aumenta el riesgo de contagio de coronavirus por aerosoles (expulsamos más gotitas). Adiós a los cierres con karaoke.

Una forma de ver el vaso medio lleno es valorar el tiempo y el dinero ahorrados por entornar la puerta del domicilio. A Lola, por ejemplo, le ha dado tiempo de lanzar un proyecto profesional sobre cómo hacer casi cualquier cosa, estudiar online y leer más todavía. Hernández está aprendiendo a tocar la guitarra y se ha iniciado en el teleyoga. Aunque ambas aseguran que sueñan con el fin de todo esto, por las razones obvias y por la necesidad de invitar con la despreocupación de antaño. Adriana Penedo, también anfitriona en Madrid, cuenta, medio en guasa medio en serio, que si alguien tose en las reuniones que celebra en casa con el máximo cuidado (está embarazada), le acerca un bote de lejía o una botella de ginebra para ver si es capaz de oler. Por si las moscas…

Minipisos, pisos, casitas y casoplones

No es lo mismo recibir en un espacio de 30 metros cuadrados que en una mansión con jardín. “He visto a amigos mantener el equilibrio durante un buen rato en la esquinita del sofá de mi pequeñísimo apartamento para lograr respetar la distancia de seguridad conmigo y mi pareja… ¡Y eso que solo estábamos los tres! Muy cómodo, desde luego, no es”, dice Hernández. Según un estudio realizado en Japón, el riesgo de contagio en sitios cerrados es 19 veces mayor que al aire libre. Belén de Francisco, también ferviente recibidora, afirma estar dando un gran uso a su terraza. “De momento, es el único sitio donde permito fumar”, puntualiza. Y, generosa, revela un viejo truco para que no abunden los abrazos a mitad de la velada: bajar el consumo de alcohol.

Lola Martín lleva meses descorchando menos vino por cabeza del habitual. “La gente está preocupada y se va antes”, dice. Y se pregunta qué pasará este invierno cuando en su jardín (es de las afortunadas) haga frío y resulte inconveniente abrir todas las ventanas de la casa (otra estrategia que validan los expertos). Para el filósofo, la búsqueda de viviendas con espacios amplios en los que acoger a amigos y familiares en condiciones seguras (ya es tendencia inmobiliaria), no será fiebre de un día. Alentados, al mismo tiempo, por la crisis climática y la superpoblación en la ciudad, “buscaremos viviendas con jardín o acceso a áreas verdes y próximas al campo; pues no está tan claro si atravesamos un túnel o asistimos a un ensayo general de lo que nos aguarda tras la pandemia”.

Nuestras recibidoras, sin embargo, matizan que no hace falta un casoplón ni una masía para que las visitas sean placenteras. “Las ganas son más importantes que el jardín”. Y haberlo mamado desde pequeñas se antoja otro factor clave: las progenitoras de las cuatro han sido grandes anfitrionas. “Cuando vivía mi madre, llegaba a casa y me encontraba a mis amigas viendo la tele”, recuerda Penedo. Otra cosa es que no te guste cocinar. A mí me relaja y pasaría horas en la cocina: va unido a mi pasión por recibir. Pero también te digo que en Mercadona hay platos preparados por cuatro duros que te hacen un apaño”, divaga Martín.

Lo importante, coinciden, es que fluyan las ideas, las emociones, empaparse del conocimiento de nuestros seres queridos…. Y, desde el pasado marzo, volver a casa más sanos que una manzana. “Si hay algo que como anfitriona he aprendido de la pandemia, es que nadie va a molestarse por que anules tu asistencia a una cena unos minutos antes si de repente tienes unas décimas de fiebre. Mejor renunciar a una velada que ir con un resfriado. Es una nueva costumbre que pienso mantener cuando esto acabe”, prosigue esta gran anfitriona. Otra lección grabada a fuego, ahora por Penedo: “Quizá quite el gel hidroalcohólico de la entrada, no lo sé. Pero desde luego pienso estar muy pendiente de que todo el que llegue a casa se lave las manos nada más entrar”. Son dos precauciones básicas para recibir en casa en tiempos de pandemia, pero hay más.

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