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A dónde van los tuits que no tuiteamos


Abandonar las redes sociales o ponerse un candadito en la cuenta de Twitter es una práctica habitual en los últimos tiempos. Las dos son reacciones de diferente grado al estrés, la presión, los ataques, las amenazas o el acoso que tienen lugar en las redes sociales. Lo contó en estas páginas la periodista Begoña Gómez Urzáiz en el reportaje titulado El abuso misógino en Twitter lleva a las mujeres a “ponerse” el candado. María López Villodres dio su testimonio en S Moda sobre el acoso que sufrió ella misma y la escritora Lucía Lijtmaer lo desarrolla en su libro Ofendiditos (Ed. Anagrama). Claro que esto no solo ocurre a las mujeres, pero sí lo hace con más frecuencia y de forma más violenta. El 20% de las mujeres de entre 18 y 29 años han padecido ciberviolencia machista. Los casos más llamativos trascienden las redes para llegar a los informativos. Las amenazas de muerte al hijo de Candela Peña, las amenazas de muerte a las periodistas deportivas, el abandono de redes de políticas como Ada Colau, de periodistas, de tuiteras acosadas.

Hay versiones mucho más ligeras y generalizadas: silenciar los mensajes directos, por ejemplo, cuando las respuestas a un tuit se ponen muy pesadas. El lunes, un usuario preguntaba cuál era la bronca más rara que les habían echado en Twitter. Las respuestas dan una idea de por qué puede surgir una de esas broncas. Les doy una pista: por todo. Había respuestas en tono de humor, como la de una usuaria que contó esto: “A mí me mentaron los muertos por uno que quería explicarme los opiáceos y le dije que era anestesista, Hulio.” Los hay más duros, aunque también se cuenten en tono ligero: “Cuando le dije a un señor que difícilmente el texto que él había puesto podía ser la azora 180 del Corán porque el Corán tiene 114 azoras (capítulos). Me llamaron follamoros y desearon que me violasen unos menas”.

Twitter funciona por el sistema de recompensa variable. Cuando vemos una notificación, no podemos evitar pinchar en ella. Cuanto más tuiteamos, más posibilidades hay de que esa acción genere una reacción, y cuanto más interacciones y más acción más nos favorece Twitter, por eso la perseverancia es esencial para triunfar en la red social. Por eso también dejar de tuitear tiene sus riesgos, y no solo para el ego, como pensarán algunos descreídos. No olvidemos que Twitter es para muchos una herramienta de trabajo que cumple funciones de promoción, networking y porfolio.

La escritora María Sánchez escribía el lunes un tuit que resume el hartazgo de algunos usuarios: “La de veces que voy a escribir algo por aquí y luego digo ‘pa’ qué’ y al final nada”. Es un argumento sencillo pero irrefutable. ¿Para qué? Dejar de tuitear para no tener que enfrentarte a una bronca o a algo peor.

También hay quien abandona Twitter o utiliza el candado por las consecuencias de otros tuits de un pasado lejano, con su propio contexto y su propio subtexto, que ya no los representan. Acaba de pasar (da igual cuándo lea esto). La cultura de la cancelación no siempre hace distinciones entre lo que cancela y en ocasiones sus métodos se parecen bastante a los de sus cancelados.

La escritora Joan Didion, que falleció el 23 de diciembre, en su ensayo titulado Por qué escribo, decía: “Es innegable que el hecho de poner palabras en papel es la táctica de un acosador secreto, una invasión, una imposición de la sensibilidad del escritor en el espacio más privado del lector”. No tiene nada que ver con Twitter, lo sé. Pero cuando imagino las notificaciones parpadeando, una detrás de otra, el miedo a abrirlas, la ansiedad de saber que están ahí, las ganas de contestar, las ganas de no hacerlo, de borrar cuenta, me vienen esas palabras a la cabeza. Visualizo esos tuits que no tuiteamos y, lo que es peor, los que sí, y pienso en ese acosador secreto y en que siempre pensamos que los bullies son los demás.

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