A propósito de un cuadro de Churchill


El pasado 1 de marzo, un cuadro pintado por Winston Churchill durante la II Guerra Mundial fue vendido en una subasta londinense por más de nueve millones de euros. El primer ministro británico realizó la pintura con ocasión de la conferencia que tuvo en Casablanca con el presidente Roosevelt, en la que estuvo también De Gaulle. El objetivo era establecer una estrategia europea común para vencer a las fuerzas del Eje. 1943 marcó así el comienzo del fin de la guerra. Se unificó la resistencia francesa antes de encomendar a Eisenhower el mando aliado; roto el cerco de Leningrado por el Ejército Rojo, comenzaron la retirada nazi del frente del Este, la liberación de Yugoslavia y la invasión de Italia por los aliados; mientras, su aviación bombardeó sin piedad ni descanso las principales ciudades alemanas. Roosevelt y Churchill se reunieron dos veces más durante el año para analizar el desarrollo de las operaciones. Que el viejo león británico tuviera todavía tiempo para iluminar el lienzo ahora vendido, con el que obsequió a su colega americano, nos habla de su contradictoria personalidad. Militar, político, escritor, periodista e impenitente fumador de puros, participó en los dos grandes conflictos del siglo; pintó más de 500 cuadros; fue premio Nobel de Literatura. Además de todo eso, y mal que les pese a sus herederos políticos, era un temprano europeísta que impulsó la creación del Consejo de Europa, el Tribunal de Derechos Humanos, y reclamó un “ejército europeo” que garantizara la política de seguridad y defensa del continente. Junto a tantas luces no falta el lado oscuro: entusiasta defensor del Imperio, se opuso a la independencia de la India; despreció la figura de Gandhi y los valores morales que representaba y fue acusado de racismo, tanto antiislámico como antisemita.

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