Afganistán: un país que la comunidad internacional nunca llegó a construir se derrumba

Hace ahora casi 20 años, la rapidez de la caída de Kabul a manos de la Alianza del Norte fue inesperada. Todavía sin la presencia de tropas estadounidenses sobre el terreno, más allá de las fuerzas especiales, aunque sí con apoyo aéreo internacional, las ciudades del norte del país fueron conquistadas por una miríada de señores de la guerra sin apenas combates. Taloqan, por ejemplo, fue una cuestión de horas y solo se produjeron enfrentamientos en la retirada talibán. Al día siguiente, el ambiente en la ciudad era de celebración: afeitado de barbas general, música y cometas, mujeres (con burka, eso sí) sin acompañamiento masculino… La milicia islamista era una fuerza de ocupación y los talibanes prefirieron retirarse y reagruparse en las zonas pastunes para mantener una guerra de guerrillas que ha durado dos décadas.

La rapidez con la que los talibanes están tomando ahora las mismas ciudades que abandonaron tras la intervención internacional posterior a los atentados del 11 de septiembre de 2001 resulta igualmente sorprendente. El Gobierno afgano acusa a su vecino Pakistán de armar a la guerrilla y le responsabiliza del éxito fulminante de la ofensiva. Aunque sea cierto, no serviría para explicar la magnitud de la debacle. En algunos casos, la toma de las ciudades se ha producido después de días de combates, en otros no se ha disparado un tiro. The Economist cuenta este viernes que el gobernador de Ghazni, Daud Laghmani, ha sido detenido acusado de entregar su provincia sin combatir y que un periodista afgano fue testigo de cómo los talibanes fueron tratados como huéspedes en el cuartel general del 207 cuerpo del Ejército afgano en Herat, una ciudad en teoría hostil a la milicia.

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Sin la presencia de las tropas estadounidenses, el Ejército afgano, que cuenta con 300.000 efectivos y unos medios materiales millonarios, se ha convertido en una metáfora del desastre de Afganistán: nunca ha existido, como en realidad nunca ha llegado a existir Afganistán desde que los talibanes fueron expulsados en el invierno de 2001, incluso desde la invasión soviética de 1979. La milicia llegó al poder en 1996, con el apoyo material paquistaní y saudí, porque fueron capaces de garantizar la seguridad después de la guerra civil que destrozó el país tras la salida de la URSS.

Instauraron un régimen despótico y salvaje en sus castigos, en el que las mujeres fueron privadas de cualquier derecho, pero acabaron con los combates y mandaron al exilio a los señores de la guerra responsables del conflicto que había resultado más devastador para el país que la invasión soviética. Pero la comunidad internacional, para tratar de construir un país, se apoyó en esos mismos líderes tribales con unos resultados que están a la vista. Todavía no ha acabado oficialmente la retirada estadounidense y Washington ya se ha visto obligado a mandar refuerzos para preparar la evacuación de la embajada de EE UU en Kabul como si se tratase de Saigón en 1975. Ya solo quedan tres ciudades importantes en manos del Gobierno —Mazar-i-Sharif y Jalabadad, además de la capital—, pero el debate entre los expertos militares está en si su caída será cuestión de semanas o meses. Incluso hay quien habla de días.

Desplazados por los combates en el norte de Afganistán, este viernes en un parque de Kabul.
Desplazados por los combates en el norte de Afganistán, este viernes en un parque de Kabul.Rahmat Gul / AP

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Una guerra que se prolonga desde hace más de 40 años ha dejado en ruinas cualquier estructura estatal y fortalecido a aquellos que han salido ganando con este medio siglo de conflicto. A estas alturas, los talibanes son la única estructura organizada con ramificaciones en todo el país. En este desastre hay, por encima de todo, unos perdedores: los civiles, especialmente las mujeres. Organizaciones de derechos humanos como Human Rights Watch o informativas con amplia presencia sobre el terreno como la BBC ya han recogido informaciones contrastadas que demuestran que en los lugares que conquistan se toman represalias contra los funcionarios gubernamentales y las mujeres son sometidas al régimen de terror de los talibanes.

Pero si algo ha caracterizado a Afganistán a lo largo de la historia, desde los tiempos de Alejandro Magno, es que lo que ocurre en este país tiene repercusiones en el resto del mundo. Allí comenzó a resquebrajarse el Imperio británico mientras que la derrota soviética fue uno de los detonantes de la perestroika y allí Osama Bin Laden planificó los atentados del 11S, que desencadenaron la guerra contra el terrorismo, cuyas ondas de choque todavía no han terminado.

La debacle actual provocará sin duda una nueva crisis de refugiados que llegará a las fronteras de la UE tarde o temprano —en lo que llevamos de año casi 400.000 personas han tenido que huir de sus casas por los combates—, además de una crisis humanitaria. Y, por encima de todo, ha demostrado que EE UU y sus aliados no fueron capaces de ganar una guerra en Afganistán —tampoco de perderla— ni, desde luego, de ayudar a construir un país viable en el que sus ciudadanos puedan vivir en paz. Desgraciadamente, esta nueva guerra no acabará con la caída de Kabul cuando se produzca.


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