“Ágora”, artículo de Alfredo Figueroa

“López Obrador inunda todo frente al silencio de una oposición que aún no nace o cuyo tamaño es apenas visible”, señala en su columna el exconsejero del Instituto Federal Electoral.

Ágora


Por Alfredo Figueroa

Hasta ahora el debate sobre la llegada de Andrés Manuel López Obrador al poder ha concitado un debate extraordinariamente pobre para dar lugar a diversas formas de propaganda a favor y en contra del suceso político que ha terminado por inundar desde los medios tradicionales de comunicación, hasta las redes sociales. No me detendré ahora demasiado en la explicación de esa propaganda, pero está claro que en ella participa con talento el propio presidente de la república quien, desde el inicio de la campaña hasta hoy, domina narrativamente el espacio público, porque ha logrado que los conceptos centrales de su propuesta sean el eje en donde tiene lugar el debate y, además, porque se inscribe en un momento particular de nuestra historia política y social.

Los adversarios de López Obrador no han sido capaces, por ahora, de construir de manera más o menos acabada la definición del personaje y no con poca frecuencia quedan fuera de lugar. Uno de los problemas centrales reside en aceptar sin más que AMLO está dinamitando la democracia mexicana, sin advertir que esa “democracia” nunca existió en términos institucionales ni en la vida de las personas; es decir, defienden algo vacío de significado para la mayoría. Quienes están en la defensa del estado de cosas previo a este nuevo gobierno son llamados con justicia conservadores o, de una manera más cruda, defensores de privilegios.

Esto no quiere decir que la llegada de López Obrador al poder signifique un cambio de régimen o un intento democratizador de la República, no estamos por desgracia frente a ese dilema, se trata más bien de un presidencialismo no democrático de nuevo cuño y ante la inauguración de una nueva época a la que el propio presidente ha puesto nombre: la cuarta transformación de la república.

Esa transformación no es un cambio de régimen porque no supone una nueva organización del Estado, más bien un fortalecimiento del poder del presidente frente a los demás poderes; no es un proceso democratizador porque hasta ahora no ha producido una nueva institucionalidad en la relación entre sociedad, partidos y poderes públicos; no ensaya un nuevo modelo de transición democrática que ponga fin al régimen autoritario y corrupto, porque su referencia al pasado reside en ofrecer un perdón no pedido y un punto final a sucesos y hechos que no se han investigado.

En la puesta en escena de su larga campaña presidencial, la manera de transformarse consistió en acudir al Monumento a la Revolución y rendir lealtad al líder, sumarse a la cuarta transformación es en cierto modo aceptar una relación de sometimiento y sumisión ¿se puede estar ahí y desafiar con argumentos lo que dice López Obrador? ¿se puede estar ahí para construir y deliberar como en el ágora original?

No es extraño que buena parte de quienes fueron beneficiarios políticos y económicos de los gobiernos del PRI, PAN y PRD estén y formen parte de la cuarta transformación e incluso algunos constituyan el nuevo grupo asesor del presidente, no es extraño que el Partido Verde, el más corrupto del país, esté a las órdenes del nuevo gobierno, o que el partido que más combate las libertades y derechos como el PES, fuese y sea uno de sus aliados políticos. Lo extraño es que casi nadie hable de eso.

López Obrador inunda todo frente al silencio de una oposición que aún no nace o cuyo tamaño es apenas visible, juega con organizaciones que usa y desecha, así como con “la llamada sociedad civil” que no entiende que no entiende, porque cree que puede combatir desde la legitimidad de sus razones la legitimidad de los sentimientos, porque no se han dado cuenta que el PRI ya no es un símbolo de gobierno; porque en el mundo académico habitan ciudadanos “impecables” que supusieron que la razón de Estado era una cosa del pasado frente al sistema jurídico y el derecho, porque no entienden que el populismo es un momento, un tiempo o una época repetible y una lógica del poder y no un contenido.

Porque si se alejan por un momento de la propaganda advertirán que el populismo no es una amenaza en sí mismo, sino un recurso de la política que en determinados momentos de la vida social y política de los pueblos es una fuente poderosa de cambio y de dominio.

Está todo por ocurrir, pero tengo claro que el fenómeno frente al que estamos no es de corte democrático, quizá se trate del nacimiento de una nueva época cuyos referentes históricos estén situados en el nacionalismo revolucionario, ese que los “neoliberales” mexicanos pensaron sepultado.

El telón está levantado y el 2019 se ha puesto en marcha. Si no somos capaces de construir las tablas, el escenario, la arena del debate, mucho me temo que el ágora que hasta hace poco estaba ocupada por unas élites, una clase, o una casta política, será ocupada ahora por un solo hombre y sus dioses. La plaza pública, el ágora para el encuentro de iguales y libres, después de todo, sigue sin estar aquí.




Source link