Vladímir Putin no se encuentra aislado en nuestro país, ni siquiera tras haberse apagado el estallido “pacifista” de Podemos. Persiste la mentalidad progre que ve la OTAN como principal enemigo, y que ya amparó la agresión de 2008 a Georgia por notables del eurocomunismo, como Santiago Carrillo, sucedido recientemente por Carlos Alonso Zaldívar. Putin no invadirá Ucrania, proclamó, y “Biden miente”, en el marco de medios favorables al amortiguamiento, llamando “conflicto” a la invasión. Amén del “no a la guerra” convertido en “no a la OTAN”, por los paleocomunistas.
Sin llegar a tal error, Pablo Iglesias aprovecha su televisión doméstica para presentar otra opción, la equidistancia, disfrazada de una objetividad al parecer ausente en los demás medios, sumidos en “la guerra de propaganda”. Le rodean sus afines y huye de quien pueda desmantelar sus evidencias. No a la guerra, claro, pero también “OTAN-no”, y radical distanciamiento de Ucrania, “un régimen represivo y corrupto”. ¿Amenaza nuclear? Pasa. No al armamento de Ucrania. Siempre hay pretextos para edulcorar. Y rematando en esperpento, Pablo se compara con Kapuscinski.
No cuenta la siniestra habilidad de Putin para el ajedrez de la guerra, observable cuando dejó aplastar en Karabaj a Armenia ―su presidente era pro occidental― y luego salvó sus restos para hacerla Estado vasallo. Putin es brutal y calculador. Lamentó el desplome de la URSS, pero su resurrección no será literal: supone un núcleo formado por Rusia al que irán fundiéndose Bielorrusia y Ucrania, con un círculo de vasallaje ya configurado durante la intervención en Kazajistán.
Jaques, engañosa estabilización del juego y jaque mate final, reflejan lo sucedido de 2014 a 2022. La retirada de Biden en Afganistán mostró debilidad, así que Putin se apresuró a atacar. Cuenta con el temor generalizado a la guerra, y más a su guerra nuclear. Cuenta con el apoyo del imperialismo chino, ávido de Taiwán. Si queremos atender a sus objetivos declarados, seguirán en la lista los Estados bálticos con sus minorías rusófonas, más la exigencia de retroceso de la OTAN, justificada con unas declaraciones occidentales en 1990-1991 nunca escritas, y que perdieron pronto sentido ante el intervencionismo de Rusia en Abjasia y en Transnistria. Occidente toleró su bestial reconquista de Chechenia. Era difícil fraternizar con Putin mientras construía su Estado-KGB, sembrador de represión y muerte dentro y fuera de Rusia.
El ultrarreaccionario Alexander Dugin le ha dotado de ideología, buscando en la Santa Rusia y su imperio, la antítesis de la nefasta democracia y del nefasto bolchevismo, que con Lenin introdujo la destructiva autodeterminación, materializada para Ucrania en 1991. Contra ella Putin ha puesto en marcha su feroz invasión. Debe ser condenada frontalmente, en vez de refugiarse en el hipócrita “no a la guerra”.
Entretanto Pedro Sánchez tiene las ideas claras.También obstáculos.
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