Al borde de la guerra: de reescribir la historia a restablecer el imperio ruso


El 31 de enero de 1992, un mes después del fin de la Unión Soviética, el presidente de la Federación Rusa, Boris Yeltsin, habló ante Naciones Unidas de una “nueva Rusia”. Su país, a diferencia de una República Popular de China todavía en evolución, se había liberado del “yugo del comunismo” y la “tiranía”. La “nueva política exterior” de Moscú se centraba en el desarme, la cooperación y la paz. Estados Unidos y Occidente no eran solo “socios”, sino “aliados”.

Treinta años después, los sueños de una alianza Rusia-Estados Unidos se han evaporado y nadie habla de cooperación. En medio de las tensiones provocadas por el despliegue masivo de tropas rusas en la frontera oriental de Ucrania desde noviembre, Vladímir Putin ha emprendido una nueva ofensiva contra Occidente.

El 17 de diciembre presentó un inesperado ultimátum en el que exigía a Estados Unidos y a la OTAN unas garantías de seguridad vinculantes. En el borrador publicado de un posible acuerdo con EE UU, el Kremlin exigía a Washington que se comprometiera a vetar la entrada de las antiguas repúblicas soviéticas en la OTAN y a no cooperar militarmente con ellas. Además, las tropas de la OTAN deberían retroceder a las posiciones de 1997 y Estados Unidos tendría que sacar sus fuerzas y su armamento —incluidos los misiles nucleares— del continente europeo. El objetivo era reconstruir desde cero las relaciones de Rusia y Occidente tras la Guerra Fría, con Estados Unidos fuera de Europa.

La semana de intensas negociaciones diplomáticas que se desarrolló en enero —con Estados Unidos y la OTAN y dentro de la OSCE— no dio frutos. Hace unos días, la OTAN y EE UU rechazaron por escrito las demandas de Rusia pero, según Washington, “se estableció una vía diplomática seria” con su propuesta de negociar para que ambas partes restrinjan las armas nucleares de corto y medio alcance y limiten la dimensión y los escenarios de las maniobras militares.

Sin embargo, en las grandes cuestiones de principio no parece haber margen para la negociación: ni el Kremlin tendrá poder de veto sobre la presencia de armas nucleares, tropas o armas convencionales en los países de la OTAN, ni la Alianza revocará su política de “puertas abiertas”. Cualquier Estado que quiera adherirse podrá hacerlo en pleno ejercicio de su soberanía. Esta es la condición básica del orden de seguridad europeo, consagrada en el Acta Final de Helsinki de 1975. La OTAN —pese a todas las dudas sobre su cohesión interna en los últimos años— rechaza unánimemente el intento ruso de dividir Europa en diferentes zonas de influencia.

Pero ese es el quid de la cuestión para Rusia. El Kremlin de Putin no acepta el orden de seguridad europeo vigente desde 1992. Además, parece que Moscú ya no se conforma con “la paz a cualquier precio”. Rusia quiere crear un cordón sanitario entre ella y Occidente. Y que las armas nucleares estadounidenses salgan de todos los países europeos occidentales de la OTAN. Su objetivo es reducir la presencia estadounidense en Europa y expandir la esfera de influencia de Rusia a su antiguo imperio en Europa del Este.

Putin tiene una visión muy distinta a la de Occidente. Para él, la ampliación de la OTAN supone una amenaza para Rusia. Además, afirma que la política de “puertas abiertas” contradice las supuestas “garantías” que Occidente dio a los dirigentes soviéticos y a Rusia en 1990 y los años posteriores. Desde entonces, afirma, la OTAN ha “traicionado” a Rusia con “cinco ampliaciones”, sin tener en cuenta los intereses de seguridad de su país.

En definitiva, el descontento de Rusia con las realidades territoriales actuales y el empeño de Putin en revocar la diplomacia de los años noventa se apoyan en un relato de engaños, traiciones y humillaciones. Pero su obsesión con que la OTAN “corteja” desde hace tiempo a Ucrania y su insistencia en que esta vez, al contrario de hace 30 años, hay que obtener garantías de seguridad por escrito, proceden también de una sensación general de impotencia del Kremlin. Además de pensar que la alianza euroatlántica lleva décadas aprovechándose, está la fastidiosa debilidad de Rusia que le impide contrarrestar el atractivo del modelo social europeo.

Dado que las diferencias entre los relatos sobre el pasado reciente son un problema crucial para las relaciones actuales entre Rusia y Occidente, debemos preguntar: ¿están justificadas las quejas de Putin? ¿Es verdad que la OTAN se comprometió a no expandirse hacia el Este pero luego hizo todo lo contrario?

Los archivos históricos de ambos bloques demuestran que la historia de Putin sobre las promesas rotas es un invento, propio de un síndrome de memoria falsa. Procede de una interpretación deliberadamente errónea de los procesos diplomáticos de 1990 y la tergiversación del llamado Tratado Dos más Cuatro, de ese mismo año, sobre la solución para la cuestión alemana.

Es cierto que, en la fase exploratoria de las negociaciones sobre la unificación alemana, el entonces secretario de Estado estadounidense, James Baker, barajó brevemente la posibilidad de que la “jurisdicción de la OTAN” no se extendiera “ni un centímetro hacia el Este”. Pero en el Tratado Dos más Cuatro, de septiembre de 1990, se estipuló todo lo contrario: en vez de que ningún país del antiguo bloque soviético entrara jamás en el ámbito de protección del Artículo 5 de la OTAN, se permitió que la Alianza ampliara dichas garantías a los territorios de la antigua Alemania Oriental.

Es decir, la Alianza se aseguró la potestad de actuar al este de la antigua línea divisoria de la Guerra Fría, aunque no en un nuevo Estado miembro, sino en la República Federal ampliada, y solo cuando las tropas soviéticas se hubieran retirado del todo, en 1994. Además, se restringieron el uso de tropas extranjeras de la OTAN y la instalación de armas nucleares en suelo de Alemania Oriental. A cambio de que Gorbachov aceptara la presencia de la Alemania unificada en la OTAN, Kohl le ofreció alrededor de 100.000 millones de marcos en préstamos, ayuda económica y dinero en efectivo para financiar la retirada del Ejército Rojo, algo que Putin nunca menciona.

En contra de lo que los dirigentes rusos intentan hacer creer al mundo, el Tratado Dos más Cuatro no aludía a Europa del Este. No se refería a los futuros límites de la OTAN, ni para mencionar una apertura posterior de la Alianza hacia el este ni para descartarla. En resumen, no hay ninguna historia de promesas occidentales incumplidas que contar.

Ahora, Putin utiliza los supuestos agravios históricos y ejemplos de victimización rusa para legitimar la actuación de Moscú respecto a Ucrania. Todo indica que quiere conseguir en 2022 —100 años después de la fundación de la Unión Soviética— lo que Yeltsin no logró con la CEI y lo que cedió en el pulso de los años noventa: “agrupar” las “tierras rusas históricas” restableciendo el territorio original de la URSS y, al mismo tiempo, alejando todo lo posible a la OTAN de sus fronteras y a Estados Unidos del continente europeo.

Lo malo es que Putin no se ha quedado en proclamas retóricas. Sus arriesgadas decisiones nos han colocado al borde del conflicto. El peligro de no tener más remedio que actuar —como les gusta decir a los rusos— es real. Aunque a primera vista parezca que se lucha por promesas incumplidas y la defensa de la seguridad nacional, lo que está en juego es preservar la independencia de Ucrania, los principios de autodeterminación y la integridad territorial, tal como prevén el Acta Final de Helsinki de 1975 y la Carta de la ONU de 1945, y lo más importante: la paz en Europa. Ahora hacen falta medidas de disuasión y mantener abiertos los canales de comunicación.

Frente a toda esta ofuscación histórica, es muy importante recordar un hecho fundamental. El milagro de 1990-1991 fue que se llevara a cabo una de las mayores transformaciones del sistema internacional de la historia sin guerras, con diálogo, confianza mutua y cooperación. Las autoridades soviéticas contribuyeron de manera crucial a esa transición pacífica. Esperemos que el actual hombre fuerte del Kremlin, con su afición a rodearse de asesores militares, reescribir la historia y tratar de dividir el vínculo euroatlántico para vencer, no acabe con el increíble éxito diplomático de hace 30 años.

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