Alain Badiou (Rabat, de 85 años) es uno de los filósofos franceses vivos más influyentes en el mundo. Es un intelectual peculiar, un ave extraña: no ha renegado del comunismo ni —más exótico aún— del maoísmo. El autor del monumental El ser y el acontecimiento es el último de una estirpe que tiene en Sartre, Lacan, Althusser… a algunos de sus antecedentes, sus “maestros”, como señala el profesor Jordi Riba en Alain Badiou: lo político y la política (Gedisa, 2021). Se le estudia como a un clásico, pero él no deja de producir. En francés acaba de publicar, en la editorial Gallimard, el opúsculo Observaciones sobre la desorientación del mundo.
De cerca impone. Tiene un aire de profeta bíblico. O de un intelectual de otro tiempo, un tiempo de intelectuales a los que se escuchaba y que a menudo, en sus opiniones políticas, se equivocaban espectacularmente.
PREGUNTA. “Estamos desorientados”, escribe usted. ¿Qué nos desorienta?
RESPUESTA. La desorientación son aquellos momentos de la historia en los que a la población no se le propone ninguna elección clara. Conocí una época orientada. En política, se enfrentaban una derecha y una izquierda claramente identificadas. La derecha: conservadora, nacionalista, partidaria de la propiedad privada. La izquierda: socialista, comunista e internacionalista, partidaria de una lucha de clases. En Francia había una elección fundamental: ¿se estaba a favor o en contra de la guerra de Argelia? ¿Y de las guerras coloniales?
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P. ¿Se acabó todo esto?
R. Ahora este tipo de definición es difícil de encontrar y de definir. El mundo dirigente —propietarios de bienes, accionistas, pero también partidos y diputados— está de acuerdo en que no habrá una transformación fundamental. Tampoco hay partidos políticos realmente diferentes unos de otros. La elección política se vuelve muy difícil y confusa, y se expresa a través de protestas más o menos violentas contra este o aquel punto. Pero son protestas desligadas de una visión de conjunto. Quienes protestan se sienten desorientados. No saben cuál será la etapa siguiente, no saben qué significa su derrota o victoria. Es como un viaje marítimo sin brújula.
“El mundo dominante está de acuerdo en que no habrá una transformación fundamental”
P. No le convencen movimientos como los chalecos amarillos.
R. Entiendo su naturaleza. Sé que detrás hay una cuestión real: el abandono progresivo del mundo rural y provincial por las autoridades y también las poblaciones. Pero el movimiento en sí no indica por medio de qué método piensa resolver sus problemas. Por falta de una visión clara sobre qué hacer se busca una cabeza de turco. “¡Es culpa de Macron!”. Se imaginan que, haciendo caer a Emmanuel Macron, la situación cambiará. Son movimientos de cólera, pero la cólera no es una buena pasión política porque es negativa: sabemos qué no quiere, pero no qué quiere.
P. La pandemia, ¿nos desorientó?
R. Llegó en una época ya desorientada, pero lo agravó. Nadie estaba preparado. En el fondo, lo que se impuso fue la cólera, nuestras costumbres se veían perturbadas: no poder ir al café, tener que llevar mascarilla, vacuna. La pandemia nos permitió medir hasta qué punto estábamos desorientados.
P. ¿Y la guerra en Ucrania?
R. Recuerda más bien al momento antes de la guerra de 1914, un conflicto posiblemente mundial que está ligado a situaciones de detalle en Europa Central, como la Primera Guerra Mundial, que se desencadenó por Serbia y por disputas por los imperios coloniales. Era un enfrentamiento para saber si Alemania iba a ser admitida en el club de las grandes potencias. Hoy en el horizonte está la cuestión de si China va a ser admitida en el concierto de las naciones. Para que esta situación se clarifique hace falta que Rusia ya no sea un factor en el juego.
P. ¿No hay simplemente un país soberano y democrático, invadido y bombardeado?
R. ¿Y cuando los americanos bombardearon Belgrado en 1999? ¿No había algo inaceptable ahí? ¿No habría habido que salir de la OTAN? Hay una disimetría total. ¿Qué fue a hacer el Ejército americano a Afganistán? ¿Por qué destruyó Irak? En el último periodo, los desperfectos internacionales principales no son obra de Rusia ni China, sino de las guerras del Ejército americano. Con nuestro apoyo. Ahora nos damos cuenta de que Ucrania es un país soberano. ¡Irak también era un país soberano!
P. ¿Significa que, puesto que sucedieron aquellos episodios, no hay que decir nada ahora?
R. Significa que los ejercicios de la soberanía deben ser igualitarios. Yo soy un antiputiniano resuelto, con más razón aún porque considero que Putin es el resultado final de la descomposición del comunismo en Rusia. Hay una agresión injustificada, pero no debe permitir olvidar el contexto general. ¿Por qué habría que escandalizarse por la agresividad de Rusia hacia uno de sus vecinos sin escandalizarse por la agresión de EE UU por todo el mundo? Hay que condenar la acción de Putin, pero desde una independencia total respecto a la OTAN y los americanos. Yo digo: ni Putin ni Joe Biden.
P. Personalmente, ¿usted se siente desorientado?
R. La desorientación es una situación, no es algo subjetivo. Uno puede tener una orientación personal, pero esto no cambiará la desorientación general. Vivimos en una época histórica confusa. Quiero hacer un triste pronóstico, que no sé si veré porque empiezo a tener una edad. Las situaciones mundiales de gran desorientación terminan en una guerra mundial. Es mi previsión a medio plazo.
El mejor dirigente posible es el mejor apoderado del capital con buena relación con las ciudadelas del capitalismo. En este papel, Macron me parece conveniente
P. ¿Pronostica una guerra mundial?
R. Pronostico una guerra mundial. Veo multiplicarse los accidentes —la situación en Ucrania es uno de ellos, pero la derrota americana en Afganistán era otro— como los que precedieron a la guerra de 1914, más que a la guerra de 1940, porque la de 1940 era ideologizada, entre demócratas, fascistas y comunistas: tres protocolos de orientación. La de 1914 era entre potencias para consolidar la hegemonía.
P. Francia ha celebrado elecciones presidenciales. Usted nunca vota.
R. No he votado desde 1969, entonces lo hice por un candidato local del Partido Socialista Unificado. Nunca he vuelto a encontrar razones para hacerlo. Pienso que votar debería ser una de las formas de expresión de los conflictos de las orientaciones. Pero visiblemente no es esto, sino una elección para saber si mantenemos al hombre que está en el cargo a falta de nada mejor.
P. A falta de nada mejor, ¿Macron?
R. No a falta de nada mejor, pero está en la lógica de la desorientación. Marx definía a los dirigentes de las grandes metrópolis capitalistas como apoderados del capital. Hemos regresado, después de épocas más complicadas con la larga interrupción de las ideologías socialista y comunista, al hecho de que el mejor dirigente posible es el mejor apoderado del capital, aquel que desarrolla el capitalismo local y conserva una buena relación con las ciudadelas del capitalismo. En este papel, Macron me parece conveniente.
P. En las elecciones presidenciales, la candidata de la extrema derecha, Marine Le Pen, perdió, pero obtuvo su mejor resultado, 13 millones de votos. ¿Le preocupa?
R. El aumento de la extrema derecha forma parte de la desorientación. La ausencia de toda perspectiva más allá de la continuación de la dictadura parlamentaria del capital, falsamente denominada democracia, ha empujado a millones de personas al campo de la pura reacción: el deseo de regresar al pasado y la hostilidad hacia los extranjeros. Mire el desarrollo del antisemitismo antes de la última guerra mundial. El desarrollo de un concepto identitario de las naciones, que pretende devolver a su miseria a los proletarios que vienen de África, Asia o América del Sur, es lo mismo. Y también es un factor de guerra, civil e internacional.
P. La unión de la izquierda en Francia, ¿es motivo de esperanza para usted?
R. ¿Qué es hoy, en Francia, la izquierda, entre comillas? ¿Los socialistas, completamente descompuestos y dispuestos a aliarse con quien sea? ¿Los comunistas que tienen la orden de no pronunciar la palabra comunismo en su propaganda, y que están a punto de convertirse en un grupúsculo? Nuestra última unión de la izquierda se hizo en 1981 bajo la presidencia de Mitterrand. ¿El resultado? El inicio de la contrarrevolución de los años ochenta y noventa, que instalaron en Francia un capitalismo ávido y reforzado. La izquierda no puede unificarse, porque prácticamente no existe.
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